“Me pregunto en qué clase de sociedad vivimos, qué democracia tenemos donde los corruptos viven en la impunidad y al hambre de los pueblos se la considera subversiva”. (“Antes del fin, 1999”. Ernesto Sábato)
Si he de ser honesto, lo cual sería deseable cuando se afronta este tipo de artículo, si he de comenzar, hablando de la verdad, por reconocer la mía, no puedo sino confesar, a pesar de lo controvertido que esto pueda resultar, que nunca he creído en la democracia.
Entiendo que, enunciado de esta manera, podría entenderse que, por contraposición, soy partidario de otro tipo de regímenes, cosa que no es cierta. La verdad es que, desde mi punto de vista de observador avezado de la realidad, aunque solo sea por responsabilidad profesional, la experiencia me ha ido enseñando que la democracia, como forma de gobierno, es tan utópica como el comunismo como ideología. Algo que, en su base formal, parece realizable, pero que es imposible de llevar a la práctica, siempre y cuando no se aplique una horquilla tan amplia a su relatividad que permita que cualquier cosa pueda ser admitida en su marco.
Para empezar, y vuelvo a la verdad, la democracia no es aplicable a los pueblos que, por polarización, por incultura, por desidia y por desapego, votan desde el prisma que les ofrece una realidad manipulada. Aquellos que, ante la información, no pasan del titular; Aquellos que no tienen capacidad crítica ante los que consideran sus representantes en el ámbito político; aquellos que nunca votarían a otro partido que al que han votado toda su vida, aunque les estén llevando a la ruina más absoluta y a la dictadura ideológica más evidente; aquellos que votan por oposición, por revanchismo o por odio, son incapaces de implementar las bases en las que habría de fundamentarse el principio básico de la democracia.
Es muy triste, para mí, que siempre me he sentido afortunado por haber nacido en este país, reconocer que España no está preparada, no reúne las condiciones necesarias para sostener el espejismo que hemos vivido durante los últimos cuarenta y ocho años. España, nuestra pobre España, es un país de paletos. Es un país de boina calada, que nos impide ver más allá de lo que consideramos evidente, sin pararnos a hacer autocrítica, que es la más difícil de las críticas, sin cuestionar los dogmas que la clase política más mentirosa e inepta de la historia reciente de este país nos endosa, con el fin de obtener lo único que les importa de los ciudadanos, el voto, el triste sobre blanco y sepia, que les otorgue el poder de hacer de su capa un sayo y de España su finca durante los próximos cuatro años.
Con toda probabilidad, lo que se está haciendo evidente en los últimos cinco años, ha sucedido desde siempre en las cloacas de los distintos periodos en los que la democracia se ha aplicado en este país. Pero no es menos cierto que, desde la entrada en el poder, por la puerta de atrás, de Pedro Sánchez, la política en España no tiene siquiera el pudor de tratar de ocultar al ciudadano, como siempre se ha hecho, que el político no es un servidor público. No está al servicio del pueblo, para gestionar de la manera más eficaz el país, en todos sus ámbitos. En estos últimos años, la política se ha convertido en una confrontación, a la que nos hemos dejado arrastrar, para dirimir de una forma pasional e irracional si ganan los míos o los de enfrente. Como si se tratase de una batalla, que algo de batalla tiene, nos han lanzado al barro para que nos matemos entre nosotros, mientras ellos miran la contienda desde la colina, con sus prismáticos de plata, mientras se toman el té de las cinco.
Y lo peor de todo no es que ellos actúen así. A los tiranos nunca les ha importado el pueblo, siempre y cuando siga alimentando sus ansias de poder con su sangre derramada; lo peor de todo es que no hemos sido capaces de detectarlo a tiempo y, más bien al contrario, nos hemos enfervorecido como los ultras en los que han querido convertirnos, por conveniencia y ambición.
Por eso, ahora que el pueblo se levanta, tímidamente, ante lo que ya se puede considerar un flagrante ataque a sus derechos, ahora que la realidad ha evidenciado que ya no hay pudor para eliminar el poder del judicial, ahora que el legislativo legisla a medida de los poderes ejecutivos, para perpetuar a cualquier precio su tiranía; ahora que estamos desguazando los principios básicos de esa democracia en la que no creo, nos echamos las manos a la cabeza y nos preguntamos, al menos los que tenemos un poco de criterio y visión crítica, como hemos llegado hasta aquí.
La explicación es sencilla. Un pueblo que se traga la píldora, sin agua siquiera, de lo que los medios de comunicación al servicio, ahora más que nunca, del poder, les ofrecen, no puede esperar sino que le arrastren al desastre, como el flautista llevó a las ratas al acantilado. Un país que hace noticia de portada durante meses el beso que un necio le dio a una traidora en un partido de fútbol, pero que relega a noticia de segundo plano un disparo en la cara a un político en pleno barrio de Salamanca, no merece otra cosa que disfrutar lo votado.
Y aquí estamos, viendo cómo se malvende España en un mercadeo inadmisible, ante un Rey pasmado, inoperante y una oposición que levanta la voz, pero bajito, no vaya a ser que un día gobiernen ellos.
Así que, mientras la posibilidad de gobierno siga en manos del capricho de un pueblo inculto, desinformado y necio, seguiremos viviendo bajo la ilusión de que decidimos, de que nuestro gobierno, nuestra democracia de cartón piedra es, como dijo Abraham Lincoln, un “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Un presidente, por cierto, que fue asesinado, en el país que se presume adalid de la democracia y las libertades.
Así que, ahora que las balas vuelven a silbar, ahora que las calles empiezan a arder, ahora que los tiranos se carcajean ante nuestra desgracia, ahora que Europa ha demostrado que España es, para ellos, un vertedero y una playa, ha llegado el momento de decidir cómo queremos que se escriba la historia que aprenderán nuestros nietos. Si vamos a seguir mirando hacia otro lado o vamos a tomar las riendas de este país cerrado por derribo. Si vamos a escribir el obituario de la democracia, o es la democracia la que escribirá, sin remedio, el obituario de España.
“El secreto de la libertad radica en educar a las personas, mientras que el secreto de la tiranía está en mantenerlos ignorantes”. (Maximilien Robespierre)
@elvillano1970