Cuando acecha la maldad es la mejor película de terror del año, para muchos espectadores y críticos.

Se trata de un filme de origen argentino, premiado en el Festival de Cine Fantástico de Sitges, donde recibió el espaldarazo del jurado y de la exigente audiencia del certamen.

Algunos han querido ver en ella una alegoría de la llegada de Javier Milei a la presidencia.

Pero tal lectura resulta harto forzada y sin sentido, porque el filme elude cualquier referencia doméstica a la política interna del país, que permita establecer semejante relación.

De modo que mejor mantener ambos fenómenos por separado.

En realidad, Cuando acecha la maldad expone una crisis en la sociedad argentina, una especie de grieta de odio y división, que la película sí retrata con los tintes gore del género en cuestión.

Del largometraje sobresale la dirección, la convicción del casting para narrar la historia, los efectos especiales y el poderoso guion, con diferentes tintes y capas.

Cuenta con innumerables citas a Romero, Sam Raimi, Cronenberg, King y demás maestros de la tendencia.

Pero no depende del guiño para subsistir, apenas como un estímulo e inspiración, proponiendo atmósferas y diseños propios.

Hay un “encarnado” en una Hacienda, un hombre abandonado en su descomposición física.

La cámara lo muestra con las artes del “body horror”, aludiendo a pandemias recientes y pestes del medioevo que la provincia sufre en silencio, sin recibir la menor asistencia y el debido tratamiento.

Así que la película retrata un drama que se vive en las periferias, cuando precisamente acecha la maldad y los seres carecen de otra alternativa, que no sea la vuelta a un espiral de violencia, un regreso a un estado primario de todos contra todos, luchando por la supervivencia.

De seguro, el “embichado” que agoniza en la casa, representa un símbolo recurrente en la estética de LATAM, que es el de un elefante podrido que se prefiere esconder en la sala, para fingir demencia, antes que resolver el problema de fondo.

Se ataca el síntoma, demasiado tarde, dejando que se liberen los demonios que causan una infección general, una de nuestras enfermedades tropicales que se propagan con la velocidad de un dengue, de un covid.

Así que la cinta constituye un documento valioso, que radiografía el avance indetenible de un tiempo apocalíptico, generado por unas condiciones de inmovilismo, miseria, por unos cien años de soledad.

De tal modo, lo mejor de Cuando acecha la maldad radica en su estatus de filme de culto, que sirve para describir la percepción de condena de una nación, que ha retrocedido en el siglo, a consecuencia de múltiples fallas estructurales del milenio.

La película, por igual, es eficiente en producir miedo, un pánico feroz en la huida de los personajes, por descubrir una cura y exorcizar la maldad que los acecha.

Considero que las virtudes de la obra compensan ciertos defectos: su acumulación de tropos del cine argentino, ciertos baches en la construcción del argumento y algunas decisiones previsibles de montaje.

De pronto son asuntos que responden a la evidente desventaja económica que se logra disimular con no poca dignidad y creatividad.

Al final, el saldo es más que positivo en Cuando acecha la maldad, lo que la sitúa en el ranking del año.

Ha sido un fenómeno de taquilla, que merece replicarse, que funda una franquicia de explotación, que confirma el advenimiento de una ola de terror en el continente, que aporta bocanadas de aire fresco a la industria y el mercado.

Sigan los jóvenes tomando nota de su influencia, para continuar explorando los infinitos caminos que proporciona el terror para entendernos y cuestionarnos.

 


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