La tradición tercermundista de este fenómeno llamado golpismo implicaba que un grupo armado hasta los dientes asaltaba la sede de un gobierno civil o militar y de facto eliminaba sus oficinas y sus organismos institucionales. Así lo registran los archivos de la historia, el documental y la literatura. Llegó incluso al cine parodiado como costumbre “bananera” en la famosa película de Woody Allen.
Fue a partir de la Revolución cubana cuando cambió esta percepción regional del golpismo, pues la guerrilla de Sierra Maestra que desplazó a la criminal dictadura del presidente militar Fulgencio Batista triunfó comandada personalmente por Fidel Castro, quien alcanzó niveles de admiración y respeto casi mundiales.
Así la contienda de y entre bandas militares medianas o pequeñas, algo común y silvestre en ciertos lugares de África y los Orientes Extremo y Medio, se instauró en el hemisferio occidental como ejemplo de supremo heroísmo destinado a salvar pueblos hambrientos y sometidos al imperio estadounidense. Llegó a opacar incluso las hazañas independentistas que liberaron al continente de los imperios europeos.
Esta moda de disfraz a lo supermán instalada a mediados del siglo XX se incrustó suave, invisible casi, pero firme, en varios países filtrándose por entre los diversos gobiernos de izquierdas, derechas y centros. Este domingo 5 de enero en Venezuela es quizá el retrato más claro y fidedigno de la trampa revolucionaria, que por lo demás tiene sus códigos bien marcados en el Foro de Sao Paulo, de Puebla, los No Alineados y semejantes.
Se trata de imponer, o se impone, la fuerza brutal de las armas bélicas por vía sucesiva desde votaciones que pueden o no ser en verdad limpias y verificables, pasando por anular, crear o modificar constituciones democráticas en su origen, violándolas paulatinamente por medio de reglamentos y súbitos cambios sustanciales que realizan los propios poderes ya intervenidos, desde el Ejecutivo, Legislativo, Judicial, hasta el mismo Electoral.
Esto sucede en Venezuela desde el principio del castrochavismo cuando el paracaidista Hugo Chávez Frías se mudó el traje de campaña electoral, muy elegante de flux y corbata, luciendo el verdeoliva uniforme militar de comandante en jefe, cambiando los nombres civiles de fragatas, decretando la expropiación inmediata de comercios, industrias y toda propiedad privada montado sobre un caballo a la manera caudillista de siglos pasados, en fin, lo que se sabe y no necesita repetición periodística pero sí mucha explicación pedagógica por parte de los especialistas en análisis político internacional y sobre todo de un nuevo sistema educativo que obligue al retorno de la asignatura Moral y Cívica desde el preescolar y a lo largo del aula primaria con el sistema de Repúblicas Escolares.
Producto del pánico a los a su vez nuevos sistemas drónicos de los imperios actuales, diestros en el manejo de las fulminantes tecnologías bélicas, el intento por cuadrar finalmente la invasión putincastrocubana apoderándose del último organismo legítimo, el Parlamento legal venezolano, este intento neogolpista fue de tal evidente torpeza, casi bufonesca si no fuera trágico, que les hizo sacar los tiros por las culatas. Pero ni siquiera eso, porque los modernos golpistas carecen de la valentía primaria para dirigir personalmente sus fechorías en campos de batalla, por el contrario, dirigen a control remoto, bien escondidos en sus fortalezas blindadas desde donde robotizan, idiotizan, a los antiguos niños de la calle con trajes de guardias y de policías, para que ejecuten lo que ya no debe llamarse guerra “civil” porque es la barbarie uniformada.
Y por eso, también debe renovar su nombre. Es guerra fratricida, cainista, en la que la cobardía criminal luce su miseria moral y el heroísmo brilla por su total ausencia.
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