El capítulo final de la segunda temporada de House of the Dragon, produce división en la tierra de los fanáticos y expertos, a un paso de emular el decepcionante cierre de Juego de Tronos.
Pasaron ocho largos episodios, para básicamente terminar en el mismo lugar del primer capítulo, es decir, la promesa de una de las batallas épicas del siglo.
Por tanto, faltó garra y riesgo en la forma de concluir la serie, por los próximos dos años.
Hasta el 2026, aproximadamente, no habrá más de House of the Dragon por HBO.
En consecuencia, hemos sido víctimas de las tramas especulativas con el tiempo de pantalla de personajes, situaciones y acciones mil veces anunciadas, pero prolongadas a efecto de estirar el suspenso y la narración al máximo.
Así Daemon pasó desde el segundo hasta el octavo episodio, encerrado en su dilema de un castillo embrujado, donde al menos avanzó en el último episodio para reconocer a Rhaenyra como la monarca absoluta de la Casa Real de los Negros.
Daemon se sumerge en sus visiones profundas, de la mano de la bruja, anticipando cinco profecías: el ascenso de Rhaenyra al trono de hierro, la caída de los principales dragones en disputa, la amenaza de la armada de los Caminantes Blancos, la presencia del Cuervo de 3 Ojos y la imagen desnuda de Daenerys Targaryen, rodeada por sus criaturas.
Sin duda, tales proyecciones responden a la búsqueda de una conexión nostálgica, de servicio, más preocupada por la generación de memes y contenidos en redes sociales, que por un interés real en dotar a la serie de una conclusión distinta, original, atrevida.
En tal sentido, se observa la misma problemática del cine Marvel de la fase actual, en el que los cameos y las recuperaciones inesperadas se priorizan en el diseño de guiones y producciones, incluso por encima de los valores creativos de la ruptura y el desarrollo de los relatos.
Se halaga el déjà vu.
Por ende, el octavo episodio nos confrontó con algunas de las problemáticas que vimos en Deadpoll y Wolverine, al subsumir la experiencia cinematográfica a un ejercicio de reconocimiento e identificación de súper amigos, la mar de condescendiente.
Es una experiencia de un no lugar estético, como ir un parque temático de Disney o a París, para tomar las selfies en cada monumento, decir que se estuvo ahí al lado de Mickey en la Torre Eiffel.
De tal modo, en el nuevo Hollywood, la familiaridad con arquetipos y tropos, lo es todo en el negocio de la explotación de propiedades intelectuales, en perjuicio de la evolución dramática de acciones y protagonistas.
Por eso, el final de de la segunda temporada de House of the Dragon es blando si lo comparamos con el libro y la obra de George R. R. Martin, quien suele preferir la contundencia de batallas y la eliminación de sus íconos del poder.
Los ejecuta en su coliseo virtual, provocando reacciones encontradas, el combustible de GOT en X durante el milenio.
Pero en el octavo ni una muerte, ni el asomo de lo que se propuso, que era la madre de todas las guerras.
De pronto, la segunda temporada será recordada como un largo trailer para la tercera.
Por ello, nos brinda la sensación un poco de bluf, de loop, de coitus interruptus, de esquema repetido, sobre todo cuando vemos que las dos mujeres fuertes vuelven a desencontrarse en el epílogo.
Tampoco sucede una gran revelación, al margen de miradas y diálogos venenosos de una telenovela de época.
Regresa Otto, se destierra a Aegon y Aedmon parece consumido por su ceguera, otra vez, a bordo de su mastodonte volador.
Los Verdes se fracturaron y debilitaron. Sin embargo, no se rendirán.
Quizás lo mejor radique en el hecho de compensar con humor negro y bastardo sin gloria, lo que se ha estancado y empantanado de la rueda del libreto, amén de sus hermanos que se odian y de sus amores irrestrictos por ocupar lo alto en la línea de sucesión.
Todas las cartas están sobre la mesa, como al principio, entre chistes y alivios de tragicomedia, cada bando ha organizado sus filas para enfrentarse en la esperada guerra.
¿Tendrá lugar en la tercera temporada o nos seguirán vacilando?
La buena noticia es que, a pesar de todo, House of the Dragon nos ofreció un par de episodios para el recuerdo, en medio de su agotador prólogo, de su extenuante “cold open” para entrar en materia.
Nos quedamos como ellos, algo estafados, esperando una señal de cierre en el horizonte, mientras arde el poniente de una redacción conservadora.