Durante los últimos 18 años Turquía ha evolucionado de manera determinante, de tal modo que hoy es una nación que se diferencia notablemente de aquella del año 2003, en el que el actual presidente Erdoğan alcanzase el cargo de primer ministro. En el ámbito doméstico se ha avanzado sustancialmente en la islamización del país, en el mayor control de la política de los derechos civiles, y en la consolidación del régimen presidencialista en sustitución del parlamentarismo, fortalecido aún más después del fallido golpe de estado en contra de Erdoğan el año 2016 y su posterior triunfo en el referéndum celebrado el año 2017. La evolución de la nación en su ámbito doméstico ha traído consigo una transformación profunda en la planificación y ejecución de su política exterior, en las importantes relaciones internacionales. Primeramente con los vecinos en la región, acercamiento con los árabes y distanciamiento primero con Israel y luego con occidente, esto es Europa, Estados Unidos de América y la OTAN. Acercamiento a Rusia y a los países de Asia Central, así como otras regiones y naciones, como las africanas y China; incluso con otros países musulmanes alejados.
Turquía es una república de mayoría musulmana no árabe de 82 millones de habitantes, que ocupa 780 mil Km2, de los cuales 24 mil Km2 de Tracia Oriental están en Europa y 756 mil Km2 de la Península de Anatolia están en Asia, separados por el estrecho Bósforo permitiendo que la importante ciudad Estambul esté compartida por los dos continentes. Turquía históricamente ha sido el puente entre occidente y oriente, y en 2.000 años de existencia del cristianismo ha sido, exceptuando el siglo XX, sede y protagonista de dos grandes imperios de la humanidad: el cristiano imperio Bizantino (S.IV–S.XV) y el islámico imperio Otomano (S.XV–S.XX).
Víctima como todos los emporios de su desmesurado gigantismo, el poderoso Imperio Otomano, que alcanzara una supremacía turca entre los siglos XVI y XVII, extendiendo sus dominios por tres continentes ya que controlaba una vasta parte del Sureste europeo, el Medio Oriente y el norte de África, no logró ser capaz de adaptarse a los nuevos tiempos inaugurados por la revolución industrial. Para finales del siglo XIX el esplendor otomano había comenzado a extinguirse, alcanzando situación crítica en 1912. Su posterior alianza con las Potencias Centrales, perdedoras de la Primera Guerra Mundial, terminó opacando y haciendo desaparecer el imperio que durante siglos acaudilló el islam, contuvo a la Rusia zarista y desafió a la vieja y cristiana Europa.
El 24 de julio de 1923 Turquía y Grecia firmaron el histórico Tratado de Lausana, naciendo la moderna República de Turquía, estableciendo las fronteras y dando fin al entonces ya decadente Imperio Otomano.
A partir de 1923 se inició una etapa conocida con el nombre de kemalismo, corriente secularista y nacionalista que buscó modernizar una sociedad predominantemente semi-feudal, rescatando la identidad pre-islámica, y con tendencia europeizante. Mustafá Kemal Ataturk, héroe de la Primera Guerra Mundial, fue el iniciador del movimiento kemalista e impulsor de la fundación y modernización de la república. Persiguió con ahínco la modernización del país para acercarlo a los modelos occidentales. Pretendió crear un Estado nación moderno y para ello necesitaba reconvertir las instituciones del Imperio. Se logró cierta modernización, redactó la primera Constitución y se separó el Estado de las influencias religiosas. Esto es, los dogmas religiosos no influenciarían las nuevas leyes.
Mustafa Kemal Ataturk consideró el secularismo y la occidentalización como principios básicos para consolidar el nuevo régimen post-otomano. Para ello, se lanzó a promover leyes revolucionarias basadas en las vigentes en países como Francia o Reino Unido, entre las cuales se destacaron: cambio del alfabeto arábigo al latino; aplicación de una legislación diversa sobre igualdad de derechos de la mujer; implementación de los códigos civiles y mercantiles tomando como modelos los de Francia, Suiza, Italia y Alemania; cambio del calendario adoptando el gregoriano; cambio en la vestimenta; prohibición de la llamada a la oración en árabe; adicionalmente se aplicaron cambios en las costumbres y en el ocio.
En su empeño por pasar de un imperio decadente y agónico a una nación insertada en la era moderna, estableció un nuevo régimen autoritario, despótico, con rasgos y simbología nacionalistas, pero de corte occidental. Desde el principio, el padre de la nueva nación veía a la religión como un impedimento para la modernización del país, y en consecuencia, impuso restricciones a la práctica del Islam, estableció para su control el Ministerio de Asuntos Religiosos, proceso de secularización que consolidó en la década de los años treinta la definitiva separación religión-Estado. (“Turquía: autoritarismo, islamismo y «neo-otomanismo»”, José A. Albentosa Vidal, 2017)
El legado de Kemal Ataturk, el kemalismo, fue un proceso que se mantuvo durante gran parte del siglo XX, siempre ajeno al mundo árabe musulmán que había sido su ámbito natural, y allegado a Europa y Estados Unidos de América, incluso Israel, que fue reconocido por el kemalismo como Estado a un año de su proclamación (1949), convirtiéndose Turquía en el primer Estado de mayoría musulmana en reconocer el Estado hebreo.
Un importante objetivo del movimiento kemalista en el siglo XX ha sido el anhelo de la incorporación de Turquía a la Unión Europea, aún sin concretarse. La historia de las relaciones y negociaciones para tal fin ha sido bastante extensa en el tiempo, desde 1963 con la firma del Acuerdo de Ankara, que establece el objetivo de su adhesión a la Comunidad Económica Europea (antecesor de la Unión Europea). Este interesante tema será tratado en futuro artículo.
Frente al Kemalismo del siglo XX surge a comienzos del presente siglo otra ideología política turca, el Neootomanismo, que adversa los lineamientos esenciales de la anterior estructura en cuanto a política interior y relaciones internacionales. Aun cuando el neootomanismo se mencionó por primera vez en la década de los ochenta del pasado siglo, su aparición en el escenario político turco fue en el año 2001, con la fundación del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP en turco), partido político turco de derecha, socialconservador, de tendencia islamodemócrata, a imagen y semejanza de los partidos democristianos europeos. Apenas después de dos años de la formación del partido AKP, su líder fundador Recep Tayyip Erdoğan, gana las elecciones y es primer ministro hasta el año 2014, asumiendo desde entonces la presidencia de Turquía.
Con Recep Tayyip Erdoğan como primer ministro y luego como presidente de la República de Turquía, se produjo un importante avance en la islamización del país, con la multiplicación de mezquitas, la restricción del consumo del alcohol, las condenas por blasfemia, la censura de medios de comunicación, las reformas del sistema educativo para potenciar la enseñanza religiosa, entre otras. También se alcanzó un mayor control de la política de los derechos civiles en general y derechos de la mujer en particular. Consolidándose el régimen presidencialista en detrimento del parlamentarismo obsoleto. Estos logros en la política interna del país coadyuvaron consecuentemente una más asertiva acción en la política exterior. (“Turquía en el panorama estratégico regional”, Centro de Estudios Estratégicos de la Academia de Guerra de Chile, 2020)
Entre sus posiciones y acciones internacionales, contrarias al desaparecido kemalismo, se destacan, en primer lugar la búsqueda de un rol influyente, definitivo y determinante en la configuración de la región del Medio Oriente; así como su acercamiento de conveniencia e interesado hacia Rusia y China. Una creciente hostilidad hacia Occidente e Israel a través, entre otros, del apoyo a los grupos radicales islámicos en todo el Medio Oriente y el norte de África, su estrechamiento de lazos políticos y económicos con los países musulmanes del Asia Central, el Cáucaso, África y los Balcanes. (Javier Martín, “Desafío, La Ambición de Erdoğan”, Alternativas Económicas, 2020).
Luego de 18 años de la introducción del neootomanismo turco, quedan bien definidos los objetivos y propósitos que se han ido trazando y estableciendo, principalmente desde el 2011, cuando comenzó la primavera árabe, y en especial atención al conflicto en Siria, su flanco sur. Nadie se cuestiona hoy que Turquía, con su retorno al Medio Oriente, es uno de esos actores importantes que proyecta su poder y que su implicación es necesaria para cualquier tipo de solución que se dé en cada uno de los conflictos en esta región tan convulsa.
Hoy se pueden distinguir tres poderes regionales, Arabia Saudita, Irán y Turquía. Los dos primeros actores mencionados presentan claras y definidas ambiciones en la región, las cuales se han vuelto más explícitas a cuenta de los conflictos en Yemen y en Siria, en donde están alimentando estas contiendas y en donde están dirimiendo sus intereses, lo que representa un ejemplo más de guerras subsidiarias o por delegación. Arabia Saudita e Irán ejercen continuamente su mutua animadversión y rechazo. Turquía, por el contrario, un poder regional en ascenso, desarrolla una política cautelosa y ambigua, sin explicitar con claridad compromisos firmes y todavía con falta de una definición más transparente de sus posiciones y disposiciones, salvo su sólida y determinante confrontación con el pueblo kurdo, aspecto que condiciona toda su política exterior, y también la interior. (“Turquía: autoritarismo, islamismo y «neo-otomanismo»” segunda parte, José A. Albentosa Vidal, 2018).
Sin embargo, Turquía, como pivote entre las tres grandes regiones, Rusia, Europa y Medio Oriente, podrá mantenerse en esta postura de indefinición hasta que uno de los grandes poderes le obligue a comprometerse con claridad y determinación. En cualquier caso, en ello está Erdoğan, ya que el desarrollo de su neootomanismo no hace sino ir transformando su política más o menos ambigua en otra más clara, firme y asertiva.