«El narcisismo no es sino el complemento libidinoso del egoísmo inherente a la pulsión de autoconservación”. Freud, Sigmund
En la mitología griega Narciso, era el ideal de la belleza masculina, “hijo del dios fluvial Cefiso y de la azul Liríope” (Metamorfosis, 2000), su perfecta complexión física lo hacía irresistible para hombres como para mujeres, se dice de acuerdo a la versión griega que el joven Amimias se enamoró locamente de él y este envanecido y sin ningún límite moral, se burló de aquel encendido amor y le regaló una espada, con la cual el desolado Amimias se quitó la vida; siempre la Casa grande Grecia, le confería a sus mitos una carga de semiología léxica basada en la perlocución, es decir en las consecuencias de los “infortunios del habla y sus efectos en, los demás” (Austin, 1962), de allí que la venganza representada en Némesis lo condenó a sufrir por un amor no correspondido, haciendo que Narciso se viese en un espejo de agua, al cual intentó besar y falleció en el intento, transformando su cuerpo en una flor cuya forma curvada en el tallo la hacen parecer que se ve a sí misma reflejada en las orillas en las cuales suele crecer.
En el mito de Ovidio la ninfa Eco se encendió de amor por Narciso, la desdichada Ninfa había hecho enojar a Hera, consorte de Zeus, y esta la condenó a repetir siempre la última palabra que escuchase, de allí viene el concepto de Eco. Inhabilitada para hablar, decidió abrazar a Narciso y este la rechazó, causando que Eco se consumiera de tristeza en una cueva, alejada del mundo, también Némesis la venganza hizo que Narciso se enamorase de sí mismo y en un cristalino estanque quedase maravillado de su hermosa imagen, hasta que encendido de deseo decidió besar su reflejo y murió ahogado en el estanque, se dice que en el inframundo aún permanecía viéndose a sí mismo, pues el castigo lo acompañaría hasta el Hades. El hibris o exceso de orgullo era insoportable para los griegos.
Tres símbolos destacan el orgullo, el vicio de la soberbio y el agua o poso cristalino que refleja, aquel que se ama tanto a sí mismo, termina por destruir a los demás de allí la psicología define a las personalidades narcisistas, como aquellas desprovistas de otredad, de alteridad alguna, esas que se sienten por encima del bien y el mal, así fue Narciso y de allí el mito como germen del episteme, asume un lugar aleccionador incontrovertible, hay que domar los impulsos de los vicios de la vanidad, la soberbia y la audacia.
En la actual frenética y horrida Venezuela del odio de Maduro, de la furia Bolivariana, de la imputación fascista al pensamiento, hay una carga de narcisismo impúdico, este no es un hermoso efebo, de perfectas complexiones, sino un deforme régimen de indignidades e inmundicias, una suma de fracasos y de vicios, además agravados por el terrorismo como locus de control externo, una gansterilidad instalada en el poder, desde sus horrores convertidos en cómoda poltrona se despacha el odio y el horror, se miran en un espejo cual narciso, que es en realidad un charco del inconsciente, que los reproduce tal cual son, connaturalmente violentos, genéticamente irascibles y con el odio plasmado en el fenotipo y el genotipo, viéndose a sí mismos en la ley contra el fascismo, su discurso convierte cual juicio de Ovidio a un corrupto exministro de Petróleo, del heroico Tareck el Aissami, a un enjuto preso de las fauces violentas de la revolución, vestido con un improvisado traje deportivo y una franela que hasta le cambia el género y lo recalifica como un reo peligroso condenado a la cárcel femenina, esto no es un descuido, es un acto deliberado de maldad, de perversión discursiva, con el habla se construye maldad (Baudrillard, 1990), esos charcos del inconsciente solo pueden explicar cómo la revolución termina comiéndose a sus amados hijos, las revoluciones son una representación real del cuadro de Goya, ese mismo, que se exhibe en las amplias Galerías del Prado y que en su momento causaron horror en la mucama del artista, quien exclamó al ver aquella expresión gráfica de la violencia: “Ha pintado usted al diablo”. Así las revoluciones pagan ira con ira, horror con horror, un ejemplo de ello fue Robespierre, quien sufrió la fría hoja de la guillotina, igual destino Camilo Cienfuegos en Cuba, asesinado en un encubierto accidente aéreo; el arresto de Huber Matos en Cuba, al denunciar el giro comunista. No hay intersticio de la vida humana en el cual la ira se pasee sin producir horror.
Estas metamorfosis que no de Ovidio, sino de Kafka, que reducen a los hombres a blatodeos (cucarachas), deben de alertar a tantos atolondrados quienes creen que al servir de felpudo al régimen y recibir alguna coima, por el precio de su dignidad permanecerán indemnes, son ustedes los primeros en la línea de acción del horror, pues no es lo mismo comer con Calígula, que ser comido por Calígula, la advertencia se pinta de azul, como la alegre Madre de Narciso, del azul del vestido deportivo del otrora héroe de la revolución, Tarek El Aissami, se pinta de naranja tal cual las bragas de los condenados por este saco de corrupción, mientras el deforme Narciso, lleno de furia y odio se mira en el estanque de su propio reflejo, urdiendo una nueva venganza, para sus propios actos, proponiendo la cadena perpetua para quien cometa actos de corrupción, esto no es cinismo es proyección, es regodearse en un pestilente charco del inconsciente.
Finalmente este régimen del horror se proyecta a sí mismo, en el hambre, las ergástulas, el odio que procrea cual cuna de semen de Heliogábalo (Artaud.A, 2014), en este escenificación del teatro del horror en medio de la liquidez moderna a lo Zigmund Bauman, en una suerte de “sociedad espectadora de un show, la cultura del vodevil” (Postman, 2001) y Divirtiéndonos en medio del horror vamos a morir de indolencia unos y de complicidad otros, en este ex país al parecer hay quienes tienen precio y sienten fruición fungiendo de felpudo para limpiar las pezuñas del engendro de Pasifae quien a diario nos recuerda nuestro lugar de rehenes y de receptores de cualquier atropello, tropelía o infundio en contra de nuestra condición humana.
Referencias
Artaud.A. (2014). Heliogabalo o el anarquista coronado. Buenos Aires: Arginauta.
Austin, J. (1962). Cómo hacer cosas con palabras. Massachusetts: Universidad Harvard.
Baudrillard, J. (1990). La transparencia del mal. Ensayo sou le phénomenes. Paris: Galilea.
Metamorfosis. (2000). Publio, Ovidio. Barcelona: Austral.
Postman, N. (2001). Divertirse hasta morir. Barcelana: La tempestad.
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