El diario El Nacional es un patrimonio del pueblo venezolano. Durante más de setenta años ha sido un baluarte para la libertad de expresión. Son décadas expresando en sus páginas el acontecer de un pueblo siempre amenazado por el oscurantismo. Hoy se renuevan las amenazas de aquellos que tienen el espíritu de la hoguera, los incineradores que creen que por su poder se sienten con el derecho de aniquilar un espacio que se logró con el titánico esfuerzo de venezolanos que han representado el valor de la patria.
El Nacional no es exclusivamente un espacio físico, es la historia de la nación escrita con la brillantez de la dignidad. Las más brillantes plumas venezolanas anclaron en su puerto democrático para dejar su impronta. Una semilla que germinó en los principios. Podrán arrancar cada espacio, llevarse hasta el último utensilio, lo que jamás lograrán es verlo pidiendo clemencia, o cambiando su línea editorial, como hicieron otros.
Un país lleno de angustias consiguió en El Nacional un aliado en momentos cruciales. Este régimen prepotente no podrá con este periódico que representa la dignidad de quien no se arrodilla. La postura indeclinable del diario hizo estallar a quienes defienden un proyecto malsano. La administración de Nicolás Maduro quiere cerrar una de las pocas ventanas democráticas que nos quedan, lo que ellos no entienden es que El Nacional está acostumbrado a enfrentar las tormentas generadas por los aluviones del totalitarismo. Que su dignidad es antisísmica.
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