Un mantra académico e intelectual que le da soporte y referencias al valor investigativo, y esencia a cualquier texto que quiera imponerse en densidad, seriedad y rigor en la delimitación del problema político, económico, social y militar contemporáneo es aquel que se inicia con «Inmediatamente después de la caída del muro de Berlín, la desintegración de la URSS y el fin de la Guerra Fría…» Esos tres eventos partieron el mundo en un antes y un después en la visión y en la proyección de muchos acontecimientos surgidos a partir de esa etapa. De manera que si usted quiere llamar la atención política, económica, social y militar, y enganchar su audiencia en su disertación con una formalidad grave y una dignidad propia de un taller masónico en una tenida de grado, arranque siempre con “Inmediatamente después de la caída del muro de Berlín, la desintegración de la URSS y el fin de la guerra fría etcétera, etc”. No falla.
Pues bien, inmediatamente después de la caída del muro de Berlín, la desintegración de la URSS y el fin de la Guerra Fría, en Estados Unidos se plantea un grave dilema militar frente a los más de 600.000 efectivos desplegados en Europa como parte de la concentración, el despliegue y el apresto para maniobrar dentro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) ante los más de 6.200.000 soldados del Tratado de Amistad, Cooperación y Asistencia Mutua conocido como el Pacto de Varsovia. Sin dejar de lado los compromisos asumidos por Estados Unidos dentro del artículo 5 de la alianza atlántica en el sistema de defensa colectiva para frenar la expansión del comunismo hacia la Europa Central, ante la desaparición parcial de la amenaza soviética se imponía retornar a casa a los muchachos y eso entrañaba unas grandes decisiones logísticas que pasaban por buscar respuestas organizacionales para el Ejército ante el hueco que provocaría la desmovilización (pasarlos del pie de guerra al pie de paz) de más de medio millón de sus efectivos sin que eso pudiera afectar las otras misiones globales asignadas para los militares norteamericanos. La pregunta inevitable era en ese entonces ¿qué hacer con esos soldados?
Durante más de 45 años el mundo bipolar osciló entre Washington y Moscú. La atención de la seguridad del mundo se balancea entre la Casa Blanca y el Kremlin. Desde esas dos capitales y sus emblemas del mando, la política y la economía ponían a mover a las sociedades al compás de los dedos índices del presidente de los Estados Unidos de Norteamérica y el secretario general del Partido Comunista de la URSS; ambos autorizados para en secuencia de los protocolos correspondientes apretar los códigos de lanzamiento de las cabezas nucleares que desencadenarían en los misiles intercontinentales el Armagedón en la tierra, a que remiten los escritos bíblicos. Y el mejor ejemplo fue la crisis de los misiles desencadenada en octubre de 1962 desde Cuba por la locura política del comandante Fidel Castro que monto en el ring militar durante tres semanas al presidente John Fitzgerald Kennedy y al secretario general Nikita Jrushchov. En ese ambiente de conflicto entre el Este y el Oeste se movió militarmente el mundo de la posguerra después de 1945 hasta que el primer mandarriazo de la noche del jueves 9 de noviembre de 1989 tiró abajo desde el sector oriental, parte de los 120 kilómetros de muro que dividía a los alemanes en Berlín desde 1961. Después de allí el 8 de diciembre de 1991 el mundo empezaba a despertar de la pesadilla soviética con la disolución y el desmantelamiento oficial del estado federal conformado por varias repúblicas socialistas. Esa fecha es una referencia también para la expedición del certificado de defunción de la Guerra Fría. Para Estados Unidos el dilema que se presentaba entonces era, inmediatamente después de la caída del muro de Berlín, la desintegración de la URSS y el fin de la Guerra Fría ¿Qué hacer con todos los soldados desplegados desde el puesto de comando establecido para la OTAN en Bruselas y el resto de la Europa central?
Entre 1989 y 1991 agarraron notoriedad y reputación en la comunidad de las grandes corporaciones algunos conceptos gerenciales frente al reto de buscar la excelencia empresarial y ampliar los márgenes de competitividad para incrementar el valor de los empleados internos y externos, ampliar el foco sobre los clientes y pulir los referentes de liderazgo hacia los objetivos de la corporación y mejorar permanentemente la gestión. Calidad total y reingeniería se convirtieron en conceptos muy manoseados ante los retos de subir la estimación organizacional dentro y fuera, frente a los cambios y las transiciones de una sociedad con grandes catalizadores como la información y las tecnologías. Ese testigo lo tomaron en su momento Gordon Sullivan y Michael Harper como parte del equipo que inmediatamente después de la caída del muro de Berlín, la desintegración de la URSS y el fin de la guerra fría (aquí está nuevamente el mantra) se encontró de frente la tarea de rehacer el ejército de los Estados Unidos con nuevas misiones y nuevos recursos con la orientación de una nueva doctrina y un liderazgo ganado para el cambio y desmontando una serie de mitos en el proceso, que al final se decantaron en una fuerza militar para el milenio y un excelente libro titulado La esperanza no es un método (Grupo Editorial Norma 1996) desde donde se desprenden múltiples enseñanzas para la gerencia a todos los niveles de un proceso de transformación de la maquinaria de guerra más importante de los últimos tiempos: el ejército de Estados Unidos.
La historia militar venezolana desde los tiempos de 1810 es una cronología corporativa de “ismos” nucleados en torno al caudillo de turno que arrastraba con la proclama de su revolución, con la trayectoria del retumbar de los cascos de su caballo y con la punta de la espada apuntando hacia el cielo, mientras debajo del brazo se mantenía una constitución nacional a la medida de sus ambiciones políticas. Y así tuvimos el ejército libertador al que se le agregaron en el tiempo el del general José Antonio Páez, el del general Antonio Guzmán Blanco y el del general Juan Vicente Gómez que supera el corte profundo del 18 de octubre de 1945 y se proyecta hasta el 23 de enero de 1958 eclipsando la influencia del general Marcos Pérez Jiménez. Un paréntesis de 40 años abrió la esperanza de disponer unas Fuerzas Armadas Nacionales (FF.AA.NN) ganadas para la Constitución Nacional y la democracia; y sujetas al poder civil hasta que el golpe del 4 de febrero de 1992, en una conjura de civiles y militares abrieron la caja de Pandora y a partir de 1998 se activa otro ismo en los cuarteles venezolanos con una Fuerza Armada Nacional (FAN) antiimperialista, socialista, zamorana y profundamente chavista.
En este momento Venezuela ocupa el puesto número 52 de 145 países valorados según el portal especializado en asuntos militares Global Fire Power y entre sus activos uniformados o no, listos para defender la revolución se contemplan 137.000 altas más 30.000 de la reserva y léase bien sin la participación del hígado y menos de la vesícula biliar, 1.600.000 paramilitares (allí están colectivos, delincuencia común empoderada, guerrilla colombiana, y terrorismo internacional movilizado para emergencias; todos justificados legalmente en la milicia nacional) ocupando en este renglón el 3er lugar a nivel mundial solo superado por Bangladesh y la India.
Debería haber un futuro construido a partir de la esperanza que se materialice en la acción de gerenciar la doctrina, las misiones, el liderazgo, los recursos humanos y financieros en la atención del principal cliente venezolano en los servicios de una nueva institución armada; ganada para estimular la competitividad en la protección y la seguridad del ciudadano, en la defensa de la territorialidad y en la garantía de la soberanía. Su transición debe ser una prioridad hacia la democracia por cualquier vía que exprese el cambio político en Venezuela y desde allí poder construir nuestro propio mantra criollo y vernáculo en la narrativa que se establecerá a partir de un desarrollo retórico que se inicie así: “Inmediatamente después de la caída del muro de Fuerte Tiuna, la desintegración del PSUV y el fin de la revolución bolivariana…» pero antes estará vigente la pregunta ¿Qué hacer con la FAN?
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