Muchos tenemos la sensación, bastante anonadante, de que la velocidad con la que gira el planeta, limitémoslo al tiempo reciente, nos ha desconcertado y nos sigue desconcertando de una manera bastante alucinante. Yo no sé si tienen razón, o mejor, cuánto tiene de razonable, el que unos cuantos pensadores hayan decretado la muerte de la modernidad, tan orgullosa que llegó a sentirse por momentos el fin de la historia, políticamente la democracia liberal o el comunismo. Me da la impresión de que esa primera generación de posmodernos a su vez han pasado también a mejor vida y lo que nos acosa hoy es muy aluvional e inédito y configura un panorama tan oscuro que lo que podemos decir sobre el mañana es bien poco, tartamudeos más bien atemorizados.
Para empezar hacer una mera referencia de lo que parece estar transformándose radicalmente es harto difícil. También valorarlo, porque hay de bueno y de malo. Para no ir más lejos, hablemos de fechas muy recientes. Piénsese en la esperanza y el temor que ha despertado los últimos asombrosos avances de la investigación sobre la Inteligencia Artificial. Hasta el punto de que esos logros del talento científico han suscitado que varias de las mejores cabezas planetarias hayan pedido una pausa para calcular cuánto mal pueden hacer a la especie, ¿desconcertarla, sustituirla, dominarla? Y así podría decirse del inmenso desarrollo tecnológico e industrial, que ha producido la disminución del hambre o la consagración del consumo, también el peligro límite del cambio climático; y no olvidemos la desbocada industria armamentista y el infierno nuclear. Pero dejemos esto aquí, durante siglos se ha debatido. Descartes decía en el siglo XVII que el hombre debía ser el amo y señor de la naturaleza y ponerla a su servicio y Heidegger dijo, en el XX, que esa tesis era la que había engendrado la bomba atómica. Pero, como se verá, esto es muy complicado para un devaneo dominical.
A donde queríamos llegar era a un punto político. Uno solo, por la misma razón dominical y de la manera más escueta. ¿Qué diablos está pasando con la democracia en este mundo? Pareciera que retrocede en todas partes, no solo en este desgraciado país. También en fechas muy recientes la ultraderecha ha vencido en dos países que gozaban de una democracia larga y un desarrollo progresista envidiable, Suecia y Chile. Nada menos que en Estados Unidos sigue pendiendo la amenaza de Trump, posiblemente el monstruo más peligroso para el mundo, después de Adolfo Hitler. Netanyahu ha convertido a Israel en uno de los países más oscuros del globo. Italia es un desastre fascistoide, con todo y Berlusconi agregado. África continúa siendo un enjambre de dictadores y la monarquía norcoreana sigue lanzando misiles al mar de Japón. Los rusos masacran a la infeliz Ucrania. Los chinos, los mil y tantos millones de chinos, son los finalistas del torneo mundial de las potencias y posiblemente serán los vencedores. Nicaragua ha hecho barbaridades impares. Sudan…
Una sola observación. La democracia pudiese ser símil de libertad. Pero funciona solo aquí y allá, para estos pocos y no para los muchos otros. Se olvida que también lo es de la igualdad y la fraternidad. Es posible que si no se toman los tres términos la fórmula no marcha con estabilidad, así pensaban los revolucionarios franceses y así lo dicen los numeritos de la distribución de la riqueza. Y como eso no sucede las cosas y las causas políticas andan tan, pero tan mal. Un individualismo a ultranza, hedonista y cruel, es el engendro de la libertad y la voracidad de cada quien. Ojalá el disfrute del progreso aquí o allá, para estos y no otros, no resulte otro fracaso fatal. Por ahora amenaza ser un búmeran como la Inteligencia Artificial y las energías no renovables. ¿No es así Nicolás Maduro que lo que vale es el plomo?
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