Un día como hoy (30 de junio) pero de 1941, a una semana de la invasión del Tercer Reich a la Unión Soviética (URSS) en la Segunda Guerra Mundial, se mantiene el rápido avance en los tres frentes (Ejércitos Norte, Centro y Sur) establecidos en la Operación Barbarroja. La Blitzkrieg (guerra relámpago) alemana parece que va a obtener una nueva gran victoria y la invencibilidad de la Wermacht atemoriza a la mundo entero. Pero cómo advertimos en la primera entrega de esta serie, desde un principio comienzan a mostrarse las diferencias con las campañas en Polonia, Noruega, Francia y el Mediterráneo (años 1939 al 1941). No solo porque los nazis se habían propuesto una guerra de aniquilación, sino que la respuesta de los soviéticos fue similar en violencia. Dos visiones totalitarias chocaban y la llamada “guerra de caballeros” o guerra regulada por convenciones internacionales desaparecía bajo los postulados de sus ideologías.
El general (futuro mariscal) Erich von Manstein, que al inicio de la campaña tenía bajo su mando el 56° Cuerpo de Panzer (que a su vez formaba parte del IV Grupo Panzer [coronel Erich Hoepner] del Grupo de Ejércitos Norte [mariscal Wilhelm von Leeb] encargado de tomar los países bálticos y finalmente Leningrado), cuenta en sus memorias (Victorias frustradas, 1956):
Ya en aquel primer día de lucha (22 de junio) nos mostró su verdadero rostro el enemigo. Uno de nuestros soldados de descubierta, al que el enemigo había cortado la retirada, fue hallado más tarde muerto y atrozmente mutilado. (…) Y no había de ser aquel el único detalle revelador de la manera soviética de entender la guerra, sino que muy a menudo se daría después el caso en que los soldados rusos alzasen las manos en señal de rendición, para empuñar luego las armas por sorpresa en cuanto los nuestros se les acercaban. Como también la treta de los heridos que se fingían muertos para disparar a mansalva sobre los soldados alemanes que se alejaban.
No era solo esta “manera de entender la guerra” el gran cambio que percibieron los alemanes en la primera semana, sino también una resistencia que podría considerarse suicida junto a la política de tierra arrasada cuando ya la defensa estaba perdida. El mismo general Manstein escribe más adelante: el enemigo “lanzaba repetidamente a su paso nuevas formaciones (…) y en algunos casos las desbaratábamos después de una dura lucha”. Esto respondía a la doctrina militar rusa de la ofensiva permanente, que Stalin irresponsablemente llevó a cabo las primeras semanas de la invasión sin importar las pérdidas humanas.
El primer día, siguiendo el relato, la meta de los panzer tanto de la 56 y la 41 (el otro cuerpo blindado que corría paralelo pero más al norte) era tomar el paso del río Airogola en Lituania a 80 kilómetros de la frontera con Prusia Oriental lo cual la 56 logró al final del día. Después se dirigieron a su siguiente meta el paso del río Dvina en Letonia que también por la rapidez de sus movimientos y ataques tomaría el 26 de junio con los puentes intactos (a los soldados soviéticos no les dio tiempo de volarlos) ¡Se habían conquistado 300 kilómetros en cuatro días! El Alto Mando, temeroso de dejar seguir avanzando a los tanques estos pudieran ser atrapados por la desprotección de sus flancos o el alargamiento de su logística, decidió detenerlos. Esta decisión la debate en su obra el general Manstein considerándola como el primer error militar, porque “la seguridad de una agrupación rápida de tanques filtrada a retaguardia del frente enemigo, está ante todo en su constante movilidad. En cuando se estaciona, de todas partes acuden reservas enemigas a echarse sobre ella”.
Los países bálticos recibieron a las tropas de la Wermacht como libertadores. No olvidemos que ellos se habían independizado del Imperio zarista después de la Revolución Bolchevique y el fin de la Primera Guerra Mundial. Pero Stalin los ocuparía en 1940 siguiendo los tratados de repartición de esferas de influencia con Adolf Hitler. Desde ese momento la represión fue brutal; no solo asesinando a muchos que se negaron a aceptar la invasión de su país, la estatización de sus tierras y el comunismo en general; sino que incluso cuando se acercaban las tropas alemanes la policía secreta (NKVD) fusiló a los opositores-nacionalistas que estaban encarcelados. Es entendible que su primera reacción fuera aplaudir a los alemanes, pero tristemente la venganza se desató y pagaron también los judíos que muchos relacionaron con el Partido Comunista.
El Grupo de Ejércitos del Centro bajo el mando del mariscal Fedor von Bock era el más importante de todos según los objetivos estratégicos de Barbarroja: la toma del centro político, militar, industrial y de comunicaciones que representaba la ciudad de Moscú. Para ello se le asignaron dos Cuerpos de Panzer: el II bajo el comando del general Heinz Guderian y el III dirigido por el general Hermann Hoth; a diferencia de los Grupos del Norte y del Sur que tenía un solo cuerpo cada una y del cual ya hemos hablado de las acciones del IV. El primer día cruzaron sin graves problemas el río fronterizo Bug salvo la resistencia de la fortaleza de Brest-Litovsk que describimos en nuestra primera entrega. La misma caería el 30 de junio ¡ocho días en que 4.000 soldados soviéticos lo resistieron casi todo!, pero los tanques la dejarían atrás y rodearon grandes cantidades de soldados en torno a Biaystok, Volkovysk y después la capital de Bielorrusia: Minsk el 29 de junio (que se rinde diez días después). En todas estas acciones envolventes (o de pinzas como se tendía a llamar también) el Ejército soviético pierde más de 400.000 soldados entre bajas y prisioneros, 2.500 carros y muchas más armas menores.
El Grupo de Ejércitos Sur bajo el mando del mariscal Gerd von Rundstedt y con el I Cuerpo Panzer del general Ewald von Kleist, tienen como meta la conquista de Kiev, capital de Ucrania. La primera semana se enfrentan al grueso de la defensa fronteriza rusa, debido a que Stalin consideraba que acá se daría el más importante ataque por ser Ucrania la base agrícola e industrial de la URSS. También apoyan a los alemanes el ejército rumano y tropas menores húngaras, eslovacas e italianas que cruzan el río Bug el primer día. La resistencia se hará mucho más fuerte en esta región y para el 3 de julio Stalin transmite por radio la política de “tierra arrasada” que hasta ahora no se había oficializado a lo largo del Frente. “No debemos dejar un solo kilogramo de cereal ni un solo litro de gasolina al enemigo” y “es necesario crear en la invadidas condiciones insoportables para el enemigo”. El paraíso que prometía Hitler en el Este daba sus infernales primeros pasos.
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