La gente – rica o pobre – puede hacer la fiesta que quiera hacer con sus reales, mientras pueda hacerlo. Y quienes no pueden tienen el legítimo derecho de envidiarlos. Esa es la realidad. Y así funciona la vida. Cuando la fiesta la hacen con tus reales y en tus propiedades, mientras te estrujan a fuerza de Gucci, Christian Dior y Dolce & Gabbana, traje largo y smoking, pijamada fashion y champaña Dom Perignon el inventario en imágenes de una noche tan linda, solo atormentada por los helicópteros que cada cierto tiempo suben hielo y otras delicatesses para amenizar la exquisita velada; hay que criticarlos, denunciarlos y forzar medidas legales. Esa fiesta la hicieron con los reales de los venezolanos en la casa del resto de los venezolanos. Sencillo.
El cumpleañero, un funcionario de la revolución bolivariana, millonario a marchas forzadas, financió el original rumbón desde su planificación en París con un año de anticipación. Saquen ustedes la cuenta por ahí. Probablemente entre delicadas ollas de fondue, foie grass, caviar y más champán. Ojo con este cumpleañero, síganle la pista. Y hago un alto en la redacción del texto para darle un time para que se acerque el muchacho de los orinales con su original construcción desmontable, con unos protectores verde gran sabana y con el cuñete de pinturas Flamuko y tazón de un blanco impecable invitando a pasar con confianza a verlo limpiecito como un sol. Probablemente Titina va a hacer del número 1. Y es un momento de intimidad en el que se combina el glamur al aire libre, las pantaletas de marca por debajo de la rodilla, la privacidad de la circunstancia del estómago o de la vejiga y el encuentro arcano en la lluvia de estrellas del cielo guayanés, en ese encierro en la punta de un tepuy. Toda una combinación que vale la pena. Y digo síganle la pista al cumpleañero, porque otros con el mismo perfil terminan teniendo una vara muy alta en el régimen. Ojo.
Hace mucho tiempo, en mis tareas de defensa territorial y ejercicio de la soberanía en esos parajes de Parima, en el estado Amazonas, en las nacientes del río Orinoco, me sorprendía la velocidad con que desaparecían de la vista los yanomamis que uno se conseguía en la ruta cuando alguno de los visitantes estornudaba. La explicación residía en que son una comunidad tan original, tan pura y tan poco expuesta, que una gripe normal los mata. De allí su miedo. Nunca han tenido contacto rutinario con la civilización y no han generado los anticuerpos necesarios para enfrentar ese tipo de morbos que son rutina para nosotros. Como una gripe. Y así es toda esa zona de la gran sabana. Como toda esa zona de los tepuyes. Demos espacio para que el chamo del excusado se acerque, probablemente Auramarina, que ha volado con su señal de llamada Blue desde hace mucho tiempo por esos parajes lo sabe y debe estar urgida de hacer el 2. ¿Le caería mal el fondue?
Los venezolanos hacemos de cualquier recién llegado una referencia lo suficientemente moral como para constituirse en un faro que orienta la opinión de toda la sociedad. El mejor ejemplo lo fueron los 72 segundos de la exposición del teniente coronel Hugo Chávez el 4F, hace 30 años. Desde ese entonces la revolución bolivariana ha hecho del país un inmenso WC entre Castillete y Punta Playa, la isla de Aves y las cataratas de Huá, y el comandante puso a más de 90% de los nacionales a hacer del número 1 y del número 2 a lo largo de toda la institucionalidad democrática. La larga fila que atravesó montes y desfiladeros con sus banderas color de miedo (al decir de Juan Vicente González) incluía a líderes de los sectores económicos, políticos, culturales, mediáticos, académicos y militares urgidos por los intestinos de la política y el uréter de la conspiración para alcanzar el poder. Hugo Chávez solo era en ese momento el pana de la poceta y las cortinas. Como lo fue en el tepuy Kusari el cumpleañero Oliveros por su medio cupón.
Esas urgencias y prevenciones del frente y de las espaldas han sido de una especial atención en el régimen que se instaló en el poder en Venezuela después del 2 de febrero de 1999. Solo hagan una lista de los responsables iniciales de guardarle la vanguardia y la retaguardia al comandante una vez juramentado y grafiquen el destino donde fueron a ejercer al final los resultados de celosamente guardar con rigor de cancerbero esas inmediaciones del ecuador humano del primer magistrado rojo rojito. Diosdado Cabello, Lucas Rincón Romero, Rafael Isea, Rafael Ramírez, Jesús Suárez Chourio, el tuerto Alejandro Andrade, la coronel María Eugenia Sader, la enfermera Claudia Patricia Díaz y su esposo Adrián Velásquez y la guinda de la torta, el actual inquilino de Miraflores y quien ejerce el poder a grado de usurpación, Nicolás Maduro. Todos ejercieron de guardaespaldas en su momento y cuidaron de los número uno, de los número dos y hasta de los número tres del comandante. Todos cargaron a cuestas en algún momento el evacuatorio de Hugo Chávez y sus urgencias corporales de todo tipo.
Si alguien hizo fiestas mil y unanochescas lo fue Pablo Emilio Escobar Gaviria. Por la hacienda Nápoles pasaron muchas orquestas afamadas y cantantes de renombre contratados de manera tercerizada. Es verdad, estaban haciendo su trabajo, pero en algo debería de privar algún rasgo de moral para cantarle al capo del cartel de Medellín y la carga de muerte y desolación que deriva de los dineros con que se cancelaba el cheque de las presentaciones. En este caso es una invitación surgida desde lo más rancio del poder revolucionario, con el respaldo de partidas abultadas que pueden estar destinadas oficialmente en los presupuestos fiscales para la adquisición de medicinas, la dotación de los hospitales, la recuperación de los servicios y la atención de la educación, y que se desvían para cancelar los servicios del escuadrón de helicópteros que lleva el hielo y los pasapalos, traslada a los invitados y sirve de logística a los distinguidos invitados. ¡Perdón! Hagamos un paréntesis para que el mancebo de la bacinilla le permita a Osmel hacer cualquiera de los tres números de las urgencias del cuerpo. En fin, a usted lo pueden invitar a cualquier fiesta o a cualquier actividad y es la alarma de su moral y su ética como ciudadano la que se dispara y lo alerta con todas las prevenciones necesarias. Usted decide. Con Pablo Escobar se trata de un contrato, en el caso de la fiesta del tepuy es una invitación.
La fiesta del tepuy Kusari ha sacado a la luz pública otras invitaciones del teniente Andrade y otros espalderos de Chávez para lujosos viajes alrededor del mundo con todos los gastos pagados, incluyendo atención cinco estrellas. ¿Saben qué? De esas fiestas se amarran acuerdos donde el dinero desviado del presupuesto se legitima y se lava; y donde emerge como la punta de un tepuy en la Gran Sabana, la figura del testaferrato. Probablemente allí está la historia de por qué no hemos solucionado los venezolanos el grave problema político que está destruyendo la unidad de la nación.
Al final la ejecución de un contrato musical tipo fiesta patronal en la hacienda Nápoles y la invitación a la rumba por los cincuenta años del camarada Oliveros en la punta del tepuy Kusari con pijamas personalizadas incluidas, son lo mismo. La formalización de un contrato.
La gente – rica o pobre – puede hacer la fiesta que quiera hacer con sus reales, mientras pueda hacerlo, como decíamos de antesala. El punto es que la revolución bolivariana está haciendo fiestas desde hace 23 años con los reales de los venezolanos. Hoy más de 6 millones de venezolanos hacen del número 1 y número 2 en las toilettes alrededor del mundo, y el resto ve como sus posibilidades de solución se encumbran en un tepuy.