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El motor de la hegemonía

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¿Qué es lo principal que mantiene a la hegemonía despótica y depredadora en el poder, a pesar de todos los pesares?

¿Cuál es el sustento, repito: principal, así sea de un control inercial del país? En otras palabras, ¿cuál es su motor?

Las cataratas de petrodólares están casi secas. El desfalco a la nación, acaso no tenga parangón en el mundo. Luego, el dinero proveniente de la otrora industria petrolera y de la otrora economía productiva no es un motor que pueda sustentar a la hegemonía.

El rechazo popular es inmenso. En todas partes de Venezuela. El carisma del predecesor ya no existe y el sucesor es la contradicción del carisma persuasivo. De allí que los sectores populares tampoco puedan ser considerados como un motor del régimen imperante.

El aparato administrativo del Estado se encuentra demolido con relación a los servicios públicos de carácter social, en su más variado repertorio. Por tanto, los esfumados «beneficios sociales» no pueden motorizar al poder establecido.

El tema de la ideología revolucionaria es un chiste cruel. Nunca tanta pobreza y sobre todo desigualdad, desde el advenimiento del petróleo como factor esencial de nuestra historia. Solo propaganda barata es lo que queda de los habilidosos discursos ideológicos. Incapaz, por sí sola, de fundamentar nada que no sea caricatura.

El partido oficial es una caparazón. Pura pantalla y muy poco compromiso político. Es un tinglado burocrático que sin el aceite periódico del reparto político, tampoco es un elemento de valía.

Ni Rusia, ni China, ni Irán, ni Turquía, mantienen a Maduro y los suyos. Los ayudan, sin duda, pero no son el factor decisivo. No son como la Unión Soviética con Cuba en tiempos de la Guerra Fría. Lo que no debe llevar a subestimar la experiencia y la veteranía de los cubanos en su influencia sobre el continuismo de la hegemonía.

¿Y entonces? Entonces nos topamos con un engranaje de poder, tanto político, como militar y económico. Tanto oficialista como también de supuesta oposición, que conforman una boli-nomenklatura muy particular, amalgamada por la corrupción y articulada a la delincuencia nacional e internacional, y apuntalada en la capacidad represiva. Eso se sabe de sobra, pero una absurda «corrección política», derivada del disfraz de democracia, sigue legitimando las tramoyas de los diálogos inútiles y los comicios amañados, para lograr la paz y la reconciliación, y que todo sea hermoso y fraternal en el parque…

Maduro se frota las manos, al apreciar que gente de buena fe anda en eso, que acepta dicha estrategia sin mayores reservas. No obstante, la mayoría que participa en esa farsa, tiene la buena fe bastante lejos. Ese dinamo de acomodos, silencios y complicidades es el motor de la hegemonía despótica y depredadora. Le da alguna medida de credibilidad y hasta de promisión… ¿O me equivoco? Por ello, no se le puede seguir haciendo el juego. Hay que encarar la realidad para que sea posible un cambio verdadero.

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