La Reina se conserva. Me refiero a Isabel II, que es a quien uno alude cuando dice “la Reina”. Setenta años ya. Está más o menos igualita. Es muy rica -multi, multi- y nadie habla de ello ni comenta sus gastos ni lo que hace con lo que recibe de los ingleses. Tiene imagen de tacaña. Mientras, Carlitos espera.
Distinto lo de Juan Carlos I, rey emérito de España. Hace unos días reapareció. Por un ratito dejó su retiro en Abu Dabi (Emirato Árabes Unidos). Se le ve algo castigado; en Abu Dabi los residenciales para ancianos deben ser buenos, pero si uno compara a Juan Carlos con Vargas Llosa, por ejemplo, que es mayor, no está para aplaudir. Se le veía entre alegre y tristón.
Los políticos españoles, en particular los socialistas y de izquierda, le cayeron. Dijeron unas cuantas pavadas, como es usual en la mayoría de los políticos españoles. Uno los mira y piensa: todos esos no habían nacido en la época de Franco y si habían nacido serían niños, y los que no lo eran, estarían callados y haciendo buena letra. Pasa en España y pasa en muchos lados.
Qué iba a pensar Juan Carlos a principios de 2014 todo lo que iba a pasar a raíz de su tan mentado viaje de caza a África. Se le vino todo el mundo abajo (lo de todo es un decir). Tuvo que abdicar, oficializar la separación con Sofía, pagar multas, ser investigado por la justicia -sin ulteriores problemas- e irse. Así como él, en su momento, con el aval de Franco -Juan Carlos no la pasó mal casi nunca, fue un protegido del caudillo-, le birló la corona a su padre Juan, que a su vez se la había birlado a su hermano Alfonso, esta vez se vio birlado por fuerza de las circunstancias y asumió su hijo Felipe.
Pero ¿qué hubiera pasado si Juan Carlos hubiera muerto a principios de 2014? Sería un grande; no solo de España sino de todo Occidente. El artífice de la transición española, el hombre que garantizó la democracia y dio por tierra con el intento golpista. A España le abrió las puertas de Europa y además les hizo realizar muy buenos negocios, particularmente con los países árabes a los que les vendía a buen precio y sin que nadie se quejara ni murmurara.
También fue un gran amigo de Latinoamérica y ayudó bastante en las salidas democráticas y eso no se borra por un traspiés en África.
Pero así son las cosas. El asunto es morir a tiempo. ¿O no?
Pero no en todos los casos se da así.
Fíjate lo de Rafael Correa, echadito para atrás en Bélgica. Requerido en Ecuador, los belgas no lo extraditan. Propio de los belgas y los europeos. Seguro que a diferencia de lo de Juan Carlos, si Correa hubiera muerto mientras ejercía, los ecuatorianos hubieran salido a festejar.
Después está el caso de Lula, el que no me canso de analizar. Al principio bárbaro: un obrero metalúrgico al poder. En seguida pasó algo que olió muy feo: los legisladores opositores comenzaron a votar a favor de las iniciativas del Ejecutivo. ¿Qué había pasado? Fue lo que se llamó el “Mensalao”. Lula no estaba enterado, y… chau. Al dejar la presidencia pasó a vivir “de arriba” en dos propiedades que él ni sabía de quién eran ni se lo preguntaba tampoco. Ahí algo pasó, pero hoy igual es el favorito a la presidencia.
Moraleja I: la izquierda paga, la derecha no
Moraleja II: Juan Carlos debería contratar al Foro de Sao Paulo como asesor de imagen. O quizás a la Reina.
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