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El momento de gloria de Vladimir

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Cualquier mente razonable en Occidente y en otras partes del planeta se habrá hecho la pregunta retórica de si realmente Vladimir Putin se saldrá con la suya de toda esta empresa bélica en Ucrania, que promete trastocar definitivamente el orden mundial liberal que hoy día se sostiene a duras penas. A juzgar por lo ocurrido en Georgia (2008) y Crimea (2014), y ahora mismo con la precaria resistencia observada de las fuerzas de defensa ucranianas y la inútil retórica de los miembros de la OTAN y la Unión Europea, la respuesta es ciertamente desalentadora.

El menú único de respuesta de Occidente se sigue sustentando en una serie de sanciones de corte económico-financiero, en principio, que arrojan muchas dudas en cuanto a su efectividad tangible a corto, mediano y largo plazos. El tecnicismo de tales medidas y la consiguiente incertidumbre que plantea en el tiempo no es precisamente la respuesta que espera la opinión pública mundial ante este acto barbárico de Putin.

Lo que el mundo conoce de los mecanismos sancionatorios de carácter unilateral es su poca efectividad para hacer retroceder las ambiciones autocráticas y autoritarias de sus destinatarios. Irán, Venezuela y la misma Rusia, a raíz de la ocupación de Crimea, son ejemplos que no dejan lugar a dudas.

Está visto que la decisión política de invadir Ucrania, tomada por cierto hace muchísimo tiempo, es el resultado de un proceso de análisis serio y profundo, por parte del Kremlin, de múltiples escenarios, entre otros, el de las sanciones económicas y políticas. Nada fue dejado al azar.

Y es que desde 2014, las autoridades rusas han estado preparándose en función de una especie de “desacoplamiento” respecto a sus vínculos a todo nivel con su contraparte de Occidente, especialmente Europa, haciendo los cálculos correspondientes que incluyen la maximización de su relación y alianza con China. Esta visión y opción no está exenta de riesgos.

El tema energético en el que se perfila a China como uno de los compradores potenciales de gas, petróleo y sus derivados, en sustitución de la demanda europea, es un ejemplo que ilustra algunas de las salidas que están dentro de la planificación rusa. Igual argumento aplica para los sectores financieros, comercio de otros rubros y transferencia tecnológica, que han sido mencionados dentro de los paquetes disuasorios expuestos por Occidente.

Un plan bien trazado

En el plano geopolítico-militar, los descarados y visibles pasos llevados a cabo, primero, por la Duma rusa, y luego por el propio Vladimir Putin, de reconocer las autoproclamadas repúblicas de Donetsk y Lugansk, en la región de Donbás, al este de Ucrania, dizque “para garantizar la seguridad y protección de sus pueblos frente a las amenazas externas y la política de genocidio” a manos del gobierno de Kiev, se mostró al mundo como preludio y coartada perfecta para la invasión de Ucrania a partir de ese punto geográfico, desde el sur en Crimea, y haciendo uso del territorio bielorruso, en el norte. Esto representó la mera comprobación de un plan milimétricamente orquestado.

Esto quiere decir que nunca fue la intención real de Putin resolver el contencioso por la vía de la negociación. Consciente estuvo siempre de que sus demandas de seguridad nunca serían atendidas por Occidente, entre otras, la de impedir la ampliación de la OTAN utilizando el territorio ucraniano, así como el aumento del despliegue militar de la Alianza Atlántica hacia el este en los países antes pertenecientes a la órbita soviética. De esta forma, su itinerario de invasión trazado seguiría su curso normal, y es en ese contexto en el cual nos encontramos al momento de escribir estas líneas.

Por otra parte, Vladimir Putin tuvo presente en todo momento que una de las consecuencias inmediatas de su aventura en Ucrania sería la lógica respuesta de la OTAN de reforzar sus posiciones estratégicas-militares en los países del este de Europa socios de la Alianza Atlántica. Y en efecto, el pasado viernes 25 de febrero, los líderes de la Alianza Atlántica, liderados por Estados Unidos, acordaron en una reunión de emergencia realizar nuevos “despliegues defensivos adicionales de fuerzas al flanco este” de Europa.

Las decisiones tomadas en este sentido implican el envío de tropas adicionales de Estados Unidos a Alemania, que complementarían otras desplegadas en países de la Alianza vecinos a Ucrania, caso de Polonia, Eslovaquia, Hungría y Rumanía. Por supuesto que igual tratamiento prioritario habrán de tener los países bálticos de la OTAN: Estonia, Letonia y Lituania.

En el comunicado final surgido del encuentro, los países miembros de La OTAN, acompañados por Suecia y Finlandia como observadores, dejaron claro que” la decisión del presidente Putin de atacar Ucrania es un terrible error estratégico, por el cual Rusia pagará un alto precio, tanto económico como político, en los años venideros”. Por cierto, que muy envalentonado el señor Putin, ya ha advertido a los gobiernos sueco y finlandés que no se les ocurra siquiera pensar en la posibilidad de formar parte de la Alianza Atlántica.

Pero, al margen de todos los riesgos que implican para Rusia estos anuncios y medidas de la OTAN, ya Putin logró lo que por tanto tiempo esperó con paciencia de oso: tomar control directo de Ucrania, como una forma de asegurarse un cordón de seguridad (Bielorrusia, Ucrania y Moldavia) de acuerdo con la doctrina tradicional de seguridad nacional rusa, según la cual esos territorios de la llamada frontera próxima han de estar bajo la influencia permanente de Moscú.

Ya con la presencia de las tropas rusas en Kiev, la capital de Ucrania, el mundo seguirá expectante respecto al destino de este país caído en desgracia. Entre fuego cruzado y tanques y artillería rusa haciendo de las suyas, los gobiernos de Rusia y Ucrania han coqueteado con la idea de dar una nueva oportunidad a la negociación, un escenario descartado de antemano por algunas potencias occidentales debido al chantaje y exigencias de Rusia de que el ejército de Zelenski deponga las armas antes de cualquier nuevo acercamiento.

Luego del fracaso del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, el pasado viernes, de aprobar una resolución deplorando “la agresión” rusa en Ucrania, gracias al veto impuesto por la Federación Rusa en tanto que miembro permanente de ese órgano principal de la ONU, y en medio de la notoria abstención de China, India y Emiratos Árabes Unidos, el destino de Ucrania pareciera quedar estrictamente en manos de lo que decida Vladimir Putin.

A primera mano se vislumbra que una vez se produzca la toma absoluta de Ucrania, el presidente Volodímir Zelenski sea depuesto, instalándose un gobierno de facto bajo la protección de las fuerzas de ocupación y el tutelaje de Moscú. Muy probable es que el presidente de Ucrania y su familia logren un salvoconducto que les permita abandonar el país, como pequeña concesión a Occidente, aunque no es descartable del todo su apresamiento.

El otro escenario, un poco más complejo por las nefastas implicaciones en el marco de los principios del derecho internacional, sería la simple y vulgar anexión de Ucrania como otra entidad administrativa más de la Federación Rusa, tal como lo hizo sin rubor alguno con la península de Crimea.

Entre tanto, Vladimir Putin y su ministro de Asuntos Exteriores, Sergei Lavrov, se deben estar mirando las caras con una sonrisa cínica, ante el anuncio de la Unión Europea y el Reino Unido de imponerles un conjunto de sanciones.

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