Los medios alternativos son un botín preciado por el poder envilecido. En Venezuela, los políticos gobierneros hacen un uso tóxico y negativo de los canales tradicionales.
Pero a falta de formación y sentido común, también explotan el espectro de las redes sociales desde un ángulo de absoluta perversión.
Un caso evidente y flagrante es el de Rafael Lacava, el gobernador frívolo y cutre de Carabobo, un personaje de la picaresca degradada, cuya influencia procede de los rituales chabacanos, excéntricos y narcisistas del socialismo del siglo XXI. Una peste estética cuestionada por documentalistas como Gustavo Tovar-Arroyo y el maestro Carlos Oteyza a través de sendos trabajos de investigación.
Con los antecedentes de las mascaradas populistas del pasado nacional, los líderes del chavismo adoptaron el perfil del culto a la personalidad bolivariana, saqueando los antecedentes del egocentrismo de Guzmán Blanco, del nepotismo cinematográfico de Juan Vicente Gómez y del look esperpéntico de las paradas militares de Pérez Jiménez, entre otras influencias retorcidas.
Antes, el profesor Elías Pino Iturrieta dedicó innumerables libros y ensayos a deconstruir la pesada herencia del caudillismo en el inconsciente colectivo del país.
Precisamente, el show freak de Lacava causa estragos en la mente de una sociedad alienada, a consecuencia de la normalización de arquetipos demagógicos y vociferantes, como supuestos redentores y representantes de la gestión pública.
La raíz del problema se origina en la distorsión del concepto de la comunicación. Los emisores confunden y trastocan los géneros, a sabiendas de manipular así a unas audiencias desmovilizadas e ignorantes.
De tal modo, la información se corrompe con los conflictos de interés de la propaganda, el proselitismo, el mercadeo digital y la venta de candidatos impostores, quienes diariamente fingen servir al ciudadano, solo por grabar una declaración, un live de Instagram o un video de Tik Tok, resolviendo algún entuerto doméstico provocado por la propia ineptitud de la clase dirigente roja rojita.
Es una pobre liturgia de Estado, a la usanza del amague de los menesterosos que echan tierra en la carretera de Choroní para detener el tráfico y justificar el cobro de peaje. Limpian los residuos del barranco delante de los conductores y acto seguido vuelven a cortar la ruta, afín de repetir la incómoda transacción comercial.
Por ende, Lacava vive de la ilusión de compartir memes, post y mensajes efímeros, con el exclusivo propósito de complacer una demanda cautiva de contenidos banales, chuscos y simplones. No lo llame usted narrativa o relato.
Da igual si él lo considera un aporte, una manera de romper con la rutina, una afirmación de autenticidad, un orgullo regional.
En realidad su propuesta carece de originalidad y agudeza expresiva, porque plagia, a diestra y siniestra, un formato extinguido de posverdades a la carta, sin trascendencia en el tiempo histórico.
Imita al peor comediante eterno, semeja a una versión criolla de un “Tiger King” encerrado en su jaula de disfunciones, parece el animador de un circo ambulante, ofende la investidura del encargado de regir los destinos de una provincia, cuenta con la aprobación de un grupo de oportunistas, censura a los disidentes.
Valencia ha sufrido un proceso de involución, cayendo más bajo que en los tiempos del ofensivo Acosta Carlez.
El vampiro encuentra un público condescendiente a partir de la escenificación de un teatro oscuro, de la mala copia de una película pirata.
Para colmo, los creadores del monstruo inventaron robar el título de Drácula, a efecto de dotarlo de un simbolismo transgresor para un funcionario gris.
Luce como la pesadilla que ha fantaseado un diseñador de mentiras virtuales, de un arquitecto de fealdades que reciben miles de likes.
Hay una buena noticia después de todo.
El único Nosferatu inmortal pertenece al mundo de las luces y sombras del terror audiovisual.
El gobernador de Carabobo, víctima y victimario de los juegos de tronos de un sistema caído, es apenas un fantasma que se desvanecerá con la misma fuerza con que irrumpió.