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El misterio de Salem’s Lot, vampiros a la antigua y con poco impacto de guion

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El misterio de Salem’s Lot de Gary Dauberman, intenta captar el terror a fuego lento del libro, sin lograrlo del todo.

Bienvenidos a Jerusalem’s Lot, el pueblo mítico del mundo literario de Stephen King y que, por tercera vez, llega a la cultura pop. Para la ocasión, Gary Dauberman compone desde sus primeras secuencias, una mirada lenta y lóbrega al pueblo y a las sombras que le acechan. De hecho, mucho en El misterio de Salem’s Lot (2024), está relacionado con la idea de la oscuridad y la luz en perpetua lucha. Lo que permite, que en sus mejores momentos, la película logre captar el aire de sencillo terror que plantea la novela. Después de todo, la historia en papel es una versión de Drácula de Bram Stoker, que utiliza al vampiro como elemento central en una trama pesimista sobre el miedo a la desaparición. O al menos, a la pérdida de la identidad, que se traduce en los dolores y puntos bajos de un pueblo pequeño y apartado. 

En lugar de eso, Dauberman escoge contar la historia desde cierto optimismo plácido. Ben Mears (Lewis Pullman), es un escritor que llega a Jerusalem’s Lot, en busca de inspiración y de reconciliarse con su infancia. El contexto del personaje es trágico, pero el guion — que también escribe el director — pasa de los detalles y se limita a narrarlos en una conversación rápida que no aporta ni profundiza gran cosa. Por lo pronto, queda establecido que Ben, no conoce a su pueblo natal más que a través de sus recuerdos. Por lo que será el testigo del horror que está a punto de ocurrir desde el privilegiado punto de vista de un espectador poco implicado. O en el mejor de los casos, uno capaz de contemplar la desgracia a la distancia.

Desde esa perspectiva, el relato de Dauberman sigue el mismo trecho. Lo que incluye presentar al resto de sus personajes con escasas pinceladas o en el mejor de los casos, explorar en la idea del mal a partir de ojos inocentes. Susan Norton (Makenzie Leigh), es la encarnación de la ambición juvenil y de la ingenuidad de un pueblo destinado a morir. Por otro lado, Matt Burke (Bill Camp) sostiene el privilegio del conocimiento. Lo mismo que la doctora Cody (Alfre Woodard), dispuesta a revelar el misterio de las muertes en el pueblo y Mark Petrie (Jordan Preston Carter), un fanático de terror que tiene el deber — evidente — de ser el centro de la información que los personajes puedan necesitar.

A primera vista, este grupo, que termina por unirse de manera orgánica y que de inmediato se enfrenta al escenario aterrador de un vampiro en el centro mismo del pueblo, es el espíritu central de la película. Más allá de los horrores, la sangre derramada y el miedo por los espectros de ojos brillantes que acechan en todas partes, es el alma de Salem’s Lot lo que salta a la vista y lo que el argumento quiere destacar. Solo que no lo logra, ni tampoco alcanza esta descripción apabullante de horrores a pequeña escala, que el libro logra con propiedad e inteligencia, sin que la película pueda emular — a pesar de sus intentos — la misma atmósfera.

Terror en pequeñas píldoras

Uno de los fallos más evidentes de El misterio de Salem’s Lot, es casi accidental. Y es el hecho que el formato cinematográfico no permite a la película, a pesar de sus intentos, explorar en lo que hace realmente memorable a la historia original. En el libro, el terror se cocina a fuego lento. En especial, en la medida en que King logra establecer paralelismos entre el vampirismo y la decadencia de un pueblo pequeño norteamericano. El sutil comentario social está ahí y aunque no es el centro de la ficción, sí supone su parte más interesante, como el inolvidable capítulo que describe a detalle la muerte — figurativa y real — del pueblo.

Pero en la película, todo tiene un aire apresurado y de hecho, avanza con músculo frenético a medida que la infección de vampiros se extiende en todas direcciones a partir de un monstruo misterioso. Las mejores escenas del libro están presentes y son importantes, pero también, se encuentran por completo descontextualizadas y tienen un sabor a curiosidad visual sin demasiada relación entre sí. Peor aún, es el vínculo que nunca llega a establecerse entre los personajes, que comienzan a batallar contra la muerte — o directamente morir — sin que el desarrollo permita que se pueda establecer empatía o sean valiosos para el mapa de la acción. 

El resultado es una extraña combinación entre lo que parece un modelo típico de películas de vampiros — la llegada del horror, el grupo que lo enfrenta, la redención final —  que parece desconectado y sin la menor belleza. O en cualquier caso, la profundidad que una mirada al terror basados en un monstruo clásico requiere. Peor aún, desperdicia varios de sus mejores momentos, en efectismos de poca monta o una cursi versión del mal que empaña el buen desenvolvimiento de sus mejores elementos.

Con todo, El misterio de Salem’s Lot es brillante cuando puede mezclar en un solo escenario la belleza, la oscuridad y el horror, que Dauberman maneja con mano firme en cuanto tiene oportunidad. Aun así, son muy pocas las ocasiones en que lo logra, lo que deja a la cinta con la sensación perenne y nunca resuelta de lo que pudo ser y no es. 

 

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