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El Ministerio de la Verdad

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Oyendo y viendo el ejército de analistas que parecen predicadores de la neoverdad orwelliana, todos con un mismo catecismo, recordé la primera vez que escuché a una activista del Partido Comunista de la Facultad de Economía de la UCV decirle, ante mi pregunta sobre el control social y la escasez, a un grupo de mi “burguesa” Escuela de Estudios Internacionales que, en Cuba, uno aprendía a que el rollo de papel toilet durara un mes y que eso los fortalecía. Bien es sabido que la manipulación cognitiva y el adoctrinamiento llevan a los adeptos fanáticos a pensar que el totalitarismo es democracia, que los órganos de seguridad pueden y deben ser cuerpos de represión, y que los golpistas son los maestros que protestan por un salario decente y no un teniente coronel que había jurado lealtad a las instituciones del Estado.

Distinto es cuando esto no se hace desde esa convicción ideológica-religiosa sino desde el interés, y se desgranan en argumentos muy bien abotonados para que disimulen las costuras.

Y no es que sea atributo de un grupo de ignorantes o traidores, no, lejos de eso, se trata de oportunismo puro y duro. Lo vi, quizás por primera vez, en una negociación multilateral como representante –todavía jojota– de Venezuela, cuando escuché, no a una, ni a dos delegaciones, sino a una decena, expresar de manera coordinada una misma idea adornada con todas las bondades y beneficios que traería para los países que no nos habíamos sumado a ese coro de voces, mientras resistíamos a la presión regresando una y otra vez a nuestras líneas rojas consagradas incluso en la Constitución. Un año más tarde, todos esos sabios negociadores habían sido promovidos u ocupaban cargos ejecutivos en agencias y empresas del sector, sin que sorprendiera a nadie esa ausencia de frontera entre el interés nacional y el personal.

Luego la vida me regaló la oportunidad de ver desde adentro cómo se organizaban y coordinaban los países (incluso muchos en desarrollo) a instancias de alguna industria, y cómo, con un mismo discurso de buenos y razonables motivos promovían la autorregulación por encima de la norma y defendían a la millonaria industria dibujando de saludable o cultural lo que era, a todas luces, exactamente lo contrario. Que la industria defienda sus intereses es de esperarse, que la promoviera y defendiera un ministro de salud proveniente de un país donde el tema era un problema de salud pública, daba claras indicaciones de sus verdaderos objetivos.

Lo sorprendente es que, posteriormente, como activista defensora de derechos humanos pude ver a violadores sistemáticos de derechos humanos usar las mismas monsergas bajo supuestos principios y valores muy propios de los no alineados, como la politización del Consejo de Derechos Humanos, o la injerencia en asuntos internos y la autodeterminación de los pueblos, o peor aún, la prevalencia de los derechos colectivos (decididos por el dictador) por encima de los derechos universales, cada vez que se les pedía que cumplieran con los tratados y pactos firmados y ratificados por sus propios Estados.

En realidad, estos ejemplos de mi anecdotario personal, no son otra cosa que la constatación de que la manipulación cognitiva  es de las herramientas más eficaces que ha inventado el hombre a través de la historia para salirse con la suya y convencer las almas jóvenes, nobles, desprevenidas, o necesitadas de una mentira piadosa para justificar su falta de verticalidad, de que la verdad puede ser acomodaticia, y que lo que uno piense o crea tiene poca importancia cuando no tienes el poder o el dinero.

Dependiendo del área en que se utilice, la manipulación cognitiva lleva distintos nombres, como marketing, propaganda, comunicación estratégica, bulo o posverdad. Así, nos pusieron a comer espinacas como Popeye para hacernos más fuertes, o nos vendieron la idea de que fumar nos emancipaba, o nos venden que un candidato de consenso tiene más valor que la candidata elegida por 2,3 millones de votos, y que, de paso, lo “hacen por nuestro bien”. Por supuesto que el ámbito político no escapa al uso de este recurso psicológico, y que muchos estrategas y analistas han escrito sobre la materia. Maquiavelo o Sun Tzu son sin duda los más citados, y las distopías literarias como Un mundo feliz de Aldous Huxley, o las dos obras clásicas de George Orwell 1984 y Rebelión en la granja son referencia obligada tanto de ficción como de filosofía política.

Sin embargo, para mostrarnos cómo se ha utilizado en la guerra y en el control del poder, me quiero referir tan sólo a dos palabras que de manera reduccionista pero certera me ilustraron lo que la experiencia profesional, o siglos de historia del pensamiento político y de literatura haya argumentado y desarrollado, y que encontré hace más de una década en el museo del espionaje de Berlín.  Inicia su exposición el museo con escenas de la antigüedad en las que va describiendo dos elementos que confluyen para garantizar el éxito: “attack and deceive”, es decir, atacar al enemigo y engañarlo. Engatusarlo, embaucarlo.

Entonces vemos cómo se crean rumores, noticias, matrices de opinión, se descubren supuestos complots, se atacan países, se realizan atentados, o se juega con la amenaza nuclear, de guerra, de incertidumbre, se reescribe la historia, se lanzan slogans que significan lo contrario, se crea una neolengua, se bloquea el derecho a elegir, se censura al que piensa distinto, se cancela. Todo para engañar, para confundir y para atacar. Todo cuidadosamente diseñado desde los servicios secretos, o desde los asesores cercanos a quienes controlan el poder. Desde el Ministerio de la “Verdad”.

En Venezuela estamos viviendo a tiempo completo el ejercicio de atacar y engañar desde los cuarteles de quienes controlan el poder. Vemos voceros apabullarnos con sesudos análisis totalmente falaces, que confunden, atentan contra la lógica, persiguen cambiar la verdad que no les gusta aferrados a su gran hermano y quizás rogando que nuestra dosis de soma haga efecto. Pero lo cierto es que el 22 de octubre el país hizo su propia rebelión en la granja.

Todo lo demás es inventar una realidad paralela para perpetuarse en el poder aupada por sus serviles predicadores que se justifican actuando como portavoces.

Ese ejército de analistas, en vez de pelear por que puedan tener la libertad de usar cuanto papel toilet quieran, se conforman con el rollito que les ofrecen, creyendo que el de ellos durará más.

 

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