Una de las características del militarismo venezolano como modelo fascista de dominación, incluyendo su versión rentista actualmente en ejercicio del poder, es la forma como concibe a los venezolanos y se relaciona con el pueblo.
Históricamente, el militarismo venezolano se ha inspirado en una visión particular e interesada de lo que se conoce como el pensamiento positivista. El positivismo es un movimiento que se impuso en Europa entre 1830 y 1880, a partir del pensamiento de autores como Augusto Comte, David Hume, Saint Simon y otros, según el cual la historia pasa por tres estadios específicos, que culminan con la instauración del orden y el “saber positivo”, sinónimo del máximo progreso posible. En nuestro país, esta doctrina cobra auge hacia 1870 con el triunfo de la llamada “revolución azul” y la llegada al poder de Antonio Guzmán Blanco, y se convierte en una especie de “doctrina oficial” de los gobiernos de caudillos surgidos de la Guerra Federal (1859-1863), etapa conocida en nuestra historia como el período del “liberalismo amarillo”, y de la posterior hegemonía andina que surge con la “revolución liberal restauradora” de finales de 1800.
De la mano de autores como Gil Fortoul, Manuel Arcaya, Laureano Vallenilla Lanz y César Zumeta, entre otros, el positivismo se convierte en la ideología justificadora de los gobiernos dictatoriales. Según esta doctrina –expuesta de manera abierta en la tesis de Vallenilla Lanz sobre el “gendarme necesario”-, los regímenes militares constituyen una necesidad obligante del pueblo venezolano. Y esto es así porque –según esta visión– somos de manera idiosincrática una población inmadura, bastante ignorante y hasta infantil, que por la influencia determinista del instinto, la raza, el clima y sus “precondiciones psicológicas”, no sabe lo que quiere ni lo que le conviene, pero además si se le deja sola lo que produce es desintegración, desorden y anarquía. Una población así, necesita por supuesto de una mano dura, férrea –la “manu militari”- que le conduzca con orden y garrote hacia la “civilización”.
No solo el gomecismo, sino el perezjimenismo, el chavecismo, y peor aún la versión más decrépita del militarismo latinoamericano como lo es el madurismo comparten esta tesis del “pueblo eunuco”, incapaz de gobernarse a sí mismo, y que necesita de un gendarme supuestamente esclarecido que le subordine y le diga lo que hay que hacer. Expresiones tan decadentes y enemigas de la civilidad como “ordene, comandante”, “rodilla en tierra” y “pueblo soldado” son solo ejemplos de esta tan particular como patológica visión de las relaciones del poder con los ciudadanos.
Por supuesto, la mejor forma de legitimar y mantener justificada en el imaginario colectivo tan primitiva concepción política, es reforzando en los ciudadanos la idea de que en verdad son incapaces. Y una de las maneras de lograrlo es culpabilizándolo de los males que el mismo pueblo sufre, y que en realidad son responsabilidad de quien está en el poder.
Por ello la insistencia argumental del régimen, difundida de manera constante a través de su enorme imperio comunicacional, que los problemas del país son culpa de los mismos venezolanos.
Coherente con la orientación positivista de los regímenes militaristas y dictatoriales, según la cual el pueblo nunca se asume como un sujeto histórico sino que por el contrario debe ser “guiado” y educado con mano fuerte porque no sabe lo que le conviene, la oligarquía madurista ha insistido en sus campañas comunicacionales, por ejemplo, que los problemas del servicio eléctrico son debidos al “derroche energético” de la población, que las colas en las estaciones de servicio existen porque aunque se estaría supuestamente produciendo mucho combustible, a la gente le encanta hacer colas para gastar la gasolina, o que los escandalosos índices de criminalidad e inseguridad no tienen nada que ver con el gobierno sino con el hecho que somos un pueblo violento y malo.
El gobierno nos necesita convencidos de nuestra propia incapacidad y culpabilidad –y esto es el objetivo de la propaganda oficial– para poder justificar y facilitar su dominación. Al niño pequeño no se le puede soltar la mano porque se puede perder. Pero, todavía peor, puede que el adulto se convenza falsamente que aún es un niño inmaduro y que por tanto necesita siempre que lo dominen.
En la agenda de lo necesario para ir construyendo desde abajo un cambio político, es preciso hacerle frente a esta creencia oficialista falsa según la cual el responsable de la crisis es el vecino o usted mismo. No solo porque seguir creyendo en esto es la mejor manera de desviar la atención sobre los verdaderos responsables, que son quienes se están enriqueciendo con la crisis, sino porque el país por construir requiere de un pueblo que se perciba adulto para tomar las riendas de su propio destino, y deje de suplicar que algún gendarme le ordene y le siga explotando con la excusa de su supuesta inmadurez.
@angeloropeza182