Intemperie: La experiencia de Armando Rojas Guardia expone la contundencia del cine documental en Venezuela, para representar la obra y vida de un gran poeta, a través de una paleta de claroscuros, a cargo de los hermanos Rodríguez, en uno de sus trabajos más logrados. Uno de los filmes del año en el país.

Recuerdo que le quitaron el premio de mejor documental para la prensa en el Festival de Cine Venezolano. Aquel fallo fue reclamado por el crítico y colega Juan Antonio González, quien protestó por la presión de premiar al grueso y propagandístico La Batalla de los Puentes, un largometraje binario y televisivo, firmado por Carlos Azpúrua, el presidente del CNAC.

Parecen cuestiones de una república bananera. No olviden que el CNAC financia al Festival de Cine Venezolano, y que por ello pretende orientar su toma de decisiones, al extremo de regalar reconocimientos al director de Disparen a matar, como si le hiciese falta.

Es una pena porque así operan los mecanismos institucionales y estatales que opacan a escritores como Rojas Guardia, condenados al olvido por no transar y claudicar, destinados a morir en unas condiciones de indigencia y disfuncionalidad.

Por eso Intemperie constituye un aporte de la estética de la ruina y decadencia que tan bien conciben los hermanos Rodríguez, en su forma de retratar los exilios interiores, los demonios y las enfermedades que carcomen a la sociedad.

A tal efecto, los creadores diseñan un poderoso artefacto lírico, donde se combinan las bellas letras con los géneros malditos, las artes bajas con las altas, la danza contemporánea con el metal extremo, los experimentos queer con el piano doloroso de Andrés Levell, los pensamientos del protagonista con las voces de sus amigos, estudiosos y analistas.

Un coro plural de intelectuales y gentes nobles de la cultura, encabezado por Rafael Arráiz Lucca, Kira Kariakin, Ricardo Ramírez Requena, Graciela Yánez Vicentini, Ignacio Murga, Ana María Hurtado, Rafael Castillo Zapata, Jesús Santana, Gabriela Kizer y Armando Coll, entre otros.

A su vez, los realizadores recrean metáforas del poeta, valiéndose de los cuerpos y las interpretaciones de actores como Jericó Montilla y Domingo Balducci, capaces de traducir las emociones, memorias y pasados oscuros del escritor, aquejado por un cuadro de “esquizofrenia paranoide” en sus propias palabras.

En consecuencia, el trastorno bipolar pasa de la mente del personaje a la pantalla, de una forma didáctica y creativa, que ilustra la existencia del autor con la fuerza pictórica y barroca del Diego Rísquez más experimental, el de los cuadros silentes de Reverón, dado que Rojas Guardia también fue impactado por las olas y las luces penetrantes del litoral central.

Vemos que se refrenda una historia común en nuestro cine, en nuestra poesía, en nuestra plástica, desde la soledad abrasante del famoso “loco de Macuto”, pasando por el autodestierro de Pancho Massiani, culminando en la experiencia de Armando Rojas a la intemperie de los juegos hipnóticos del séptimo arte.

No por casualidad, cada uno de ellos tuvo un documental excelso, bajo las direcciones respectivas de Margot Benacerraf, Manuel Guzmán Kizer y ahora los morochos Rodríguez.

A Rojas Guardia se consigue enaltecerlo como una especie de santo blasfemo de la comunidad LGTBI, cuya aureola poética reescribe las sagradas escrituras, de una manera heterodoxa y personal.

La fragilidad del poeta, su caminar inclinado por la edad, contrasta con la robustez de su cuerpo de obra, a la vez que sublima los tránsitos del alma y el universo de la carne, de la materia, del físico desnudo.

El documental refleja a Rojas Guardia en su habitación, rodeado de colillas, de libros y películas, en una suerte de catre como Miranda en la Carraca, cual versión posmoderna de Arturo Michelena.

Marta Traba estaría orgullosa de un filme como Intemperie, ella que defendió siempre las miradas abiertas y transversales que generaba una ciudad como Caracas.

Con La experiencia de Armando Rojas Guardia, el cine documental venezolano sigue afirmando su vigencia en el mundo, su carácter de alta competencia y consistencia.

La vida es un milagro, una gracia que hace que cualquier otra cosa palidezca. Así se despide Rojas Guardia en una película que más que un epitafio o testamento, es una digna lección de modestia y empatía de nuestros poetas silenciosos, que a la calladita nos enseñan y elevan. Sin poses de héroe, mártir o vedette. Con la trascendencia y comunión que brinda la poesía.

Bienvenido a la lista de lo mejor de 2023.


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