OPINIÓN

El milagro de los idiotas

por Salvatore Giardullo Russo Salvatore Giardullo Russo

Desde que comenzó la pandemia del coronavirus, gran parte de los habitantes del mundo se encuentran confinados en sus casas para no colapsar los servicios sanitarios de sus respectivos países. En Venezuela los gobernantes de turno, que no hay que olvidar han sido acusados de narcoterrorismo y tienen órdenes de captura, se han caracterizado en estos días por expresar sus pensamientos simplistas, con la única finalidad de negar la realidad que nos embarga y sufrimos como nación.

Es imposible retener a los venezolanos en sus viviendas debido a la poca o nula posibilidad de sobrevivir aletargados durante tanto tiempo, pues la capacidad para costear ese período tan prolongado de inactividad es imposible porque todos vivimos del día a día; además, hay que sumar que los servicios como el agua y la electricidad son extremadamente ineficientes, por lo tanto, los ciudadanos toman las calles para seguir vivos, paradojas que vive el venezolano: quedarse en casa y morir de hambre o salir a la calle para continuar con vida.

Por su parte, estos trasnochados comunistas en ideología, pero con gustos capitalistas por la buena vida, evitan en todo momento ser cuestionados por su mal ejercicio del poder, dedicándose a combatir la libertad de información, encarcelando a periodistas y persiguiendo a todo aquel que tenga la valentía de objetar el manejo doloso de la emergencia sanitaria que afecta a nuestro país. Solo se escudan en presentarse como la única opción que tiene la patria, porque ellos, los revolucionarios, bolivarianos e hijos del comandante eterno, se sienten que están por encima de lo correcto.

Al mismo tiempo, el venezolano de a pie, aquel que debe salir a la calle para buscar el sustento diario, se ha sumergido en un bombardeo de tristeza, que trata de minimizar tras una mascarilla, que medianamente lo protege del virus pero no oculta las lágrimas, no contiene el desconsuelo que siente al no ver salida inmediata a esta locura impuesta hace dos décadas.

Los venezolanos están obligados a buscarse la vida, poniendo en riesgo su salud, porque la situación precaria en que viven gran parte de nuestros connacionales no puede ser paliada con bolsas de comida y bonos otorgados a través del carnet de la patria. Los precios de los artículos de primera necesidad han sobrepasado la barrera de lo inimaginable y comer tres veces al día se ha convertido en un lujo que pocas personas se pueden dar.

A esto hay que sumarle la escasez de gasolina, que no es nueva: hemos tenido fallas en el suministro desde el 2016, que ahora se ha agravado debido, por un lado, a la cuarentena que deben cumplir los trabajadores y que ha mermado la refinación de petróleo en los diferentes países; pero también a la desidia en el manejo de la principal empresa petrolera del país y, por último, a la falta de ingresos que ha sufrido Venezuela por la baja abrupta en los precios internacionales del petróleo. En otras palabras, no hay dólares para comprar gasolina en el exterior y surtir el mercado venezolano. La poca que llega es vendida en dólares y el resto es utilizada solo por los ungidos uniformados de verde.

Asimismo, ante la falta de gas en muchas regiones del país, las comunidades se han visto obligadas a cocinar con leña; ante la falta de agua, deben acudir a ríos y lagos para poder mantener los niveles mínimos de higiene; ante la falta de electricidad, utilizan cualquier subterfugio que genere luz para iluminar las largas noches de impaciencia y rabia.

En consecuencia, como todo régimen totalitario, para evitar hacer frente a sus responsabilidades y a sus chapucerías, culpa de todo lo que sucede al imperio norteamericano, que, junto con sus lacayos, se confabulan en contra del bienestar de la patria grande. No hay duda, han hecho de la ignorancia su bandera política y de la represión su arma de convencimiento para imponer sus ideales.

Esto siempre ha sido así en los gobiernos dictatoriales, en los cuales lo etéreo intenta sublevarse contra lo concreto, por eso es consustancial el fracaso. En lo único en que han sido exitosos es en dividir a la sociedad entre el miedo y la esperanza en el milagro de los idiotas, en el cual la estupidez es una constante evolutiva y permanente, alimentada por una fuente inagotable de arbitrariedades.

De cualquier forma, no hay que olvidar que la idiotez insiste siempre, donde los apóstoles de la revolución se destacan porque su conducta es una mentira continua, aprovechando todas las ocasiones para perjudicar a los demás, en especial a aquellos que son señalados como enemigos del proyecto bolivariano. La verdadera pandemia que azota al país son ellos, que han destruido todo lo que han tocado, dejando una nación a la deriva. En veinte años lo que han buscado y han logrado hasta ahora es unir el interés y el afán por el poder, sin tomar en consideración los valores democráticos, ni formar ciudadanos para que velen por sus deberes y derechos, sino construyendo ese hombre nuevo, que no es más que un fanático, donde el socialismo del siglo XXI es una línea de pensamiento de los que creen sin preguntar, y siguen sin criticar, expertos en aplaudir y adorar.

Debemos abrir los ojos y apreciar la verdad, la única e inexorable, que es expresada a través de nuestra realidad, en la cual Venezuela es una perfecta organización insuperable de degradación, donde se han dedicado a crear leyes y de esta manera hacer valer su estricto cumplimiento para cubrir la represión con buenos modales.

De todos modos, estamos atravesando momentos difíciles, toda la humanidad está en vilo, muchas naciones están buscando afanosamente una vacuna que ayude a solventar estos momentos tan aciagos que ha generado una enfermedad que no da tregua, que ha impuesto un toque de queda en el mundo entero. Una crisis ante la que, lamentablemente, nuestro país está en una situación de vulnerabilidad extrema por el abandono de todo su sistema hospitalario y la falta de personal sanitario. A esto se le suma, además, la merma en los ingresos por concepto de exportaciones petroleras, porque estos ladrones que se han canonizado como redentores de los ideales de Bolívar se han robado hasta el agua de los floreros.

En definitiva, debemos mirar el futuro con optimismo a pesar de las circunstancias, ser capaces como ciudadanos de levantar la mirada y construir una realidad que pueda sacar a Venezuela de la desidia, el abandono, la corrupción y los falsos mesías, volver a la civilidad de la sociedad y que los militares estén subordinados al poder civil, y así, construir esa nación que todos nos merecemos, teniendo como base los principios democráticos, como la honestidad, la solidaridad, la responsabilidad, el pluralismo, la libertad, la justicia social, la tolerancia y la igualdad. Así y solo así podemos levantar un gran país.