OPINIÓN

El milagro de Mil Novecientos

por Rodolfo Izaguirre Rodolfo Izaguirre

Se reúnen ciudadanos que comparten las mismas ideas o inquietudes políticas y de común acuerdo crean o fundan un partido que tendrá larga o corta vida. Al menos es lo que he visto hacer desde que fui niño alguna vez cuando escuché el grito de desenfadada alegría que vibró a todo lo ancho del país anunciando la muerte de Juan Vicente Gómez.

Han sido muchos, en verdad, los partidos que han incursionado en la vida política venezolana, pero los que han logrado sobrevivir a los embates y circunstancias del país han sido tres:

Acción Democrática, Copei y el Partido Comunista porque se apoyan en ideas y proposiciones aceptadas y reconocidas: la socialdemocracia, el socialcristianismo y el marxismo de mis tormentos.

Pero pasa el tiempo y cambian las conductas y son otras las situaciones políticas e históricas y de pronto nos vemos enredados en nuevos escenarios, enfrentados a ásperos mandatarios militares y civiles sin alma y miramos por todas partes sin encontrar ningún Partido porque el autoritarismo bolivariano los ha excluido de manera tajante del panorama o simplemente porque la precaria situación del país decididamente distinta a la que tradicionalmente soportábamos no los requiere y en lugar de apoyarnos en un determinado Partido mencionamos el nombre de Mil novecientos.

Esta vez no necesitamos a los partidos; se borraron. No son necesarios porque la presencia de Mil Novecientos sin apoyo partidista ha logrado convertirse ella misma en la fuerza conjunta de todos los partidos que hasta entonces se mantenían en ejercicio.

No soy político de oficio, soy hombre de la cultura que se asoma con curiosidad al mundo de la política y tiendo a borrar los términos «adeco» y «copeyano» para sustituirlos por «demócratas» que lo son en la más pura aceptación cuando los veo desligarse de sus obligaciones partidistas y mencionar con visible respeto el nombre de la mujer que sin apoyarse en ninguna agrupación política nos representa cabalmente.

El oprobio bolivariano persiste en su empeño en bloquear, ultrajar, impedir el avance de esta nueva fuerza intangible, nacional, de nueva calle y al hacerlo, al declarar absurdas inhabilitaciones o detener y maltratar a gente del equipo que contribuye a dar cuerpo a la fuerza , se pervierte a sí mismo, pierde calle cada vez más; se debilita, no sabe qué nuevas ofensas inventar. Y la personificación del tsunami político no se llama ahora AD. Tampoco se llama Copei, ni Primero Justicia o como quiera llamarse porque se ha convertido en el nombre de todas las mujeres y hombres venezolanos que sentimos en nuestra conciencia el torrentoso vigor de la democracia que creíamos haber perdido.

La vez que intenté por primera vez hacer pan, la masa quedó tan dura que parecía un arma ofensiva y grité desanimado: «¡Soy como el Partido Comunista Venezolano, no se me dan las masas!» porque ni en tiempo de sus admirables dirigentes históricos el comunismo conoció en el país venezolano la gloria de las calles jubilosas y es lo que en la hora actual también ha perdido el autoritarismo bolivariano.

Siempre recelé de la democracia que comenzó a asomarse a la muerte del Bagre porque siendo niño nunca fui lopecista mi medinista; tampoco milité en URD ni en AD y mucho menos en Copei; tampoco en el  Partido Comunista y  pocas veces he sido tomado en cuenta por los mandatarios. No adversé a Caldera por consideraciones familiares y a Carlos Andrés por respeto, porque era gente traicionada, además, por su propio partido. Pero nunca impidieron que moldease a mi manera mi propia vida. ¡Jamás obstaculizaron mis acciones!

Sin embargo, cuando el presidente Sarney del Brasil estuvo de visita en Caracas, me agarró de la mano, conmovido, y detuvo el protocolo del besamanos porque mencioné telegráficamente el nombre del cineasta Glauber Rocha: «¡Que pena que Glauber se nos haya ido…!, y detuvo el protocolo casi en lágrimas hablando del cineasta. ¡Se olvidó por momentos dónde estaba, y el presidente Lusinchi y la larga fila de los asistentes al acto nos miraban sorprendidos. ¡Lusinchi no tenía la menor idea de quién era yo. No vio nunca una foto mía, nunca escuchó mi nombre y fue el embajador del Brasil quien me identificó ante el presidente venezolano. En cambio, yo tengo una foto suya de tiempo presidencial con la mano sosteniendo el vaso de whisky que su entorno eliminó para preservarlo de comentarios insidiosos. Y se le ve sonriente con la mano derecha sosteniendo al aire.

Volverán, ¿por qué no?, los adecos; también  los copeyanos, pero ya no serán los que estuvieron compartiendo alegremente el poder durante décadas sino otros tal vez mas tolerantes y demócratas; tendrán que revisar sus pasadas actuaciones; plantear nuevos propósitos, modernas direcciones. Ajustarse a las nuevas circunstancias, reconquistar espacios, satisfacer y respetar al país y a su respectiva militancia y abandonar la fatigada y resonante retórica que caracterizó a Rafael Caldera y a Rómulo Betancourt, sus dirigentes históricos.

Para entonces, todos habremos cambiado: Mil Novecientos no solo está logrando el milagro de no ser la que conocimos ayer porque el contacto directo con las masas la ha convertido en María, es decir, en la mujer venezolana, libre, inteligente, activa y generosa que siempre hemos anhelado tener junto a nosotros sino que hizo posible que el país se viera y se encontrara a sí mismo sin recibir presiones de ninguna naturaleza o ideología.

¡Ha logrado que también yo comenzara a ser otro!