Navegando entre Margarita y Chacopata en el estado Sucre, unos hombres del mar se aventuraron en una pesca que necesitaban fuese fructífera.
El sol, inclemente como todos los días, escaldaba la piel de estos hombres y una brisa llena de aroma salino llenaba sus pulmones. De pronto ocurrió algo que no esperaban y que debían resolver a la brevedad. Nunca imaginaron que recién terminado el mes de la Virgen, ellos serían protagonistas de una maravillosa historia.
Estando en alta mar, los pescadores escucharon un ruido seco. La lancha en la que navegaban se detuvo e inmediatamente uno de ellos se apresuró a apagar el motor. Al revisarlo, no pudo creer lo que sus ojos descubrieron: entre las aspas se había atascado un milagro. Una pequeña corona de oro en perfecto estado, eso fue lo que rescató el pescador de un motor que milagrosamente tampoco sufrió daño.
—¡La corona de la Virgen! –gritó eufórico y seguidamente, con fe desbordante, se persignó sobre el inmenso mar y bajo el magnífico cielo sin dejar de pronunciar la palabra «milagro».
Tiempo atrás, diez años para ser exactos, seis delincuentes entraron al Museo Diocesano de la Virgen del Valle en la isla de Margarita.
—Venimos a inspeccionar las alarmas –dijeron mostrando credenciales falsas de un conocido cuerpo policial.
Amenazando con armas de fuego, se llevaron una cuantiosa cantidad de joyas valiosas. Huyeron en un carro robado y luego tomaron un peñero con destino a la isla de Coche.
Pero un robo a la Virgen no lo tolera Dios, así que todos fueron capturados. Antes, sin embargo, los sacrílegos forajidos lanzaron los tesoros al fondo del mar, entre ellos la corona de la Virgen.
Pasaron los años y algunas joyas fueron recuperadas, pero la corona de la Virgen continuaba sin aparecer. Cuentan los navegantes que en aquel entonces un pescador de la zona, indignado por la profanación religiosa, dijo que lo que más deseaba en el mundo era devolverle la corona a la Virgen bonita. Y esa Virgen piadosa y majestuosa lo escuchó y años después hizo de esa quimera un milagro.
Cada vela que encendemos a la Virgen del Valle es el espíritu de un sueño, la confiada sonrisa de un niño, el ruego por un milagro, una vida que se salva, una oración que se hace luz. Y en este momento tan espinoso para Venezuela, millones de velas se encienden dentro y fuera del país para que la venerada patrona de la Armada Venezolana abra los ojos a los enceguecidos y adoctrinados uniformados de mar y tierra, y así lograr el pronto regreso de la democracia.
No perdamos las esperanzas y la fe que con tanto trabajo hemos logrado sentir. Confiemos en la transparencia de nuestros líderes. Estamos avanzando y seguiremos haciéndolo, aunque no sea al ritmo que la desesperación nos hace desear. Luchamos, y no lo olvidemos, contra seres malignos que desde el gobierno intentarán todo para destruir o fracturar la unidad.
Es por eso que ocurren cosas como estas, difíciles de explicar… Nada es fortuito, nada es casual. La aparición de la corona de la Virgen es símbolo de nobleza, representa la victoria que estamos por alcanzar y es, a mi modo de ver, la señal inequívoca de que el momento de unir a millones de almas en un solo objetivo ha llegado. No olvidemos que el tiempo de Dios es perfecto y ese tiempo cada vez está más cerca.
@jortegac15