OPINIÓN

El miedo en la historia

por Ángel Lombardi Ángel Lombardi

 

El miedo como sentimiento colectivo compartido. Los cristianos de los primeros tres siglos lo sintieron y lo experimentaron. En el mundo romano eran el «enemigo», gente extraña al poder dominante, sus cultos y creencias eran mantenidas en secreto o negadas. 

Los judíos en el mundo cristiano dominante, después de Constantino y el Concilio de Nicea, lo han padecido durante 2.000 años. En la actualidad lo padecen en el mundo islámico, después de la creación del Estado de Israel en 1948.

En el siglo XX en la Unión Soviética, en Italia y Alemania los disidentes y opositores al poder totalitario eran el enemigo interior, los traidores a la patria. En las dictaduras de cualquier tipo, igual: para vivir «tranquilo» hay que aceptar y callar, de lo contrario te puede ir mal. Podría seguir con la lista del miedo colectivo en la historia: es largo, repetido y recurrente. 

En la literatura del siglo XX quizás sea Franz Kafka quien mejor logró expresar esta patología del «miedo a la libertad» de los individuos que no asumen sus responsabilidades políticas; y al poder absoluto, que no acepta críticas ni oposición. En El Proceso, el personaje K es encarcelado y juzgado y nunca sabrá por qué y por quién. 

El miedo como fenómeno colectivo se hace presente en las guerras externas, en los conflictos políticos y religiosos, en las grandes crisis económicas y conmociones sociales; en las guerras internas y en los desastres naturales. Igual en tiempos de confusión y extravío. 

Es mucho más frecuente en la historia de lo que la mayoría piensa. Inclusive, sucede con frecuencia que el miedo se disfraza de cotidianidad y disimulo: aquí no pasa nada, yo sigo en lo mío, yo no me meto en problemas o me pliego a la corriente dominante y «aprovecho». 

Los seres humanos necesitamos «normalidad» y, en lo posible, predictibilidad positiva en nuestras vidas. Pero no terminamos de entender que ello solo es posible a partir de nuestra libertad para asumir responsabilidades, y de una adecuada libertad política en un Estado de Derechos y Deberes, en una sociedad; de instituciones y oportunidades, y de sistemas democráticos consolidados. Al respecto, Cecilio Acosta diría que «difundir las luces» y una cultura de convivencia social son fundamentales.