Fuimos a ver No te sueltes en un centro comercial de Caracas, con muchas tiendas cerradas.
La película de terror podía vivirse dentro y fuera de la sala.
En una tienda de baratijas chinas, el local se conmocionó por el sospechoso ingreso de un indigente, cuyo rostro se cubría con un tapabocas.
Llevaba un bulto y era seguido por las dependientas, quienes hacían comentarios sobre él. Ignoro si lo conocen de antes, si la sentencia previa era correcta, pero en el mall todos recibimos el mismo destrato al vernos como culpables o potenciales amigos de lo ajeno. Requisas y alcabalas por doquier. Desconfianza, malas caras y cero empatía. La crisis y la desarticulación social.
Por igual, la película expone el estado de paranoia de una familia encerrada en una casa, donde los tres miembros solo deben salir pegados a una cuerda, so pena de sufrir un castigo.
De ahí viene el título de Never let go, dirigido por el especialista Alexander Aja al servicio de la actriz Halle Berry. Realizador e intérprete se hermanan para producir una alegoría sobre aislamiento y marginalidad en la industria, adaptándose a los códigos de un género incomprendido por la academia, pero de estupenda rentabilidad en la taquilla.
Aun así, el presupuesto del largometraje, calculado en cerca de 20 millones dólares, no logrará triplicar la inversión de los productores, al considerar sus apenas 16 millones en la recaudación global.
Tampoco la crítica se muestra muy entusiasmada con la cinta, sobre todo en los predios de TikTok y Youtube, amén de sus lapidaciones con fines de atrapar la atención y mercantilizar los prejuicios contra cierto tipo de cine.
Hoy es negocio vender titulares sensacionalistas, como “la peor basura de Coppola”, a costillas de una cinta con porcentajes bajos en los contenedores de ratings. El crítico revisa páginas como Rottentomatoes antes de escribir y opinar. Prefiere adaptarse a la corriente principal, al veredicto del mainstream, en vez de orientar una reflexión propia.
Lo vimos en las extrañas coincidencias de tendencias, a propósito del fiasco económico de Joker 2, cuando un coro de reseñistas afirmó cuestiones absurdas, como que se trataba de una “película vacía”.
El filme había sido condenado, previamente, desde su avance, por no halagar los gustos del fandom.
Por tal motivo, reina una crítica algorítmica de consenso, fácil de manipular, instrumentar y hasta comprar. No lo digo yo, busquen en Google investigaciones al respecto, para dudar del origen de semejantes cascadas, nada espontáneas.
En tal sentido, No te sueltes es una película de argumento y profundidad, de una densidad semiótica en las antípodas de los juicios maniqueos de la prensa digital.
El guion comparte las visiones simbólicas del Night Shyamalan de La aldea, tras el 11 de septiembre, aportándole el sentimiento de orfandad, pánico y confinamiento de la pandemia.
Una madre mantiene atados a sus hijos al cordón umbilical de una clásica casa en el bosque. Apenas salen a cazar y recolectar alimentos, a cortar leña y cuidar un huerto. De tal modo, sin querer y a causa de sus traumas, la progenitora cría a un par de monstruos de la sociedad de la sobreprotección, jóvenes alienados e incapaces de tener una vida social sana. Pronto las reglas estrictas, el hambre y el racionamiento de una cartilla de miedo, provocarán el quiebre del sueño del hogar dulce, en una metáfora de los tiempos violentos del presente.
Al terminar la función, el centro comercial espera como una extensión de No te sueltes.
Un no lugar sí realmente vacío, indiferente al dolor de los demás y sintomático de la precariedad del país, después de la última ola de terror.
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