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El método Palmer de escritura

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A finales del siglo XIX y comienzos del XX Austin Norman Palmer inventó e impuso un método de caligrafía que se apropió de su apellido Palmer y se hizo popular no solo en  Estados Unidos sino en muchos países Yo era entonces un niño en edad escolar y tuve que aceptarlo, porque no tenía o no sabía cómo defenderme. Pero el método Palmer se agregaba a los castigos que me imponía la atrasada pedagogía venezolana: el incómodo pupitre, la plumilla entintada que al final de la tarea o composición ordenada por la abnegada pero tonta maestra soltaba la maldita gota que me obligaba a reescribir toda la plana. Era insólito o absurdo pretender que un niño de poca, torpe o escasa habilidad manual pudiese manejar el palillero y la tinta que se mantenía al alcance del alumno en un hueco del propio pupitre. El suplicio se acrecentaba porque tenía que aprender de memoria la tabla pitagórica, las fechas y nombres de los fundadores de las ciudades venezolanas, los afluentes del Orinoco por sus márgenes derecha e izquierda, confiar en la anecdótica Historia de Venezuela del Hermano Nectario María y soportar el castigo de la regla asestada con disfrute y vigor por el maestro contra la palma o el dorso de mi mano.

Al parecer, Palmer conoció mi escuela antes que la pedagogía supiera de la existencia del suizo Pestalozzi que murió en 1827, después de ofrecer al mundo sus célebres Cartas sobre educación infantil. El hecho es que en las tempranas aulas venezolanas se intentó establecer el método Palmer violando mi sistema neuroescritural  es decir, el carácter y personalidad que ya se asomaban en mis letras. Resultaba grosera insolencia interferir en mi escritura, imponer a un niño de Caracas la manera de pensar y sentir de un sujeto llamado Palmer nacido en Fort Jackson, Nueva York el año en que murió Pestalozzi. ¡Salvo algunos gestos insólitos e inesperados, el país venezolano siempre se ha comportado de manera ingrata y desconsiderada con los niños a los que suele llamar y considerar como «menores»!

Mi papá, que nunca fue santo de mi parroquia, decía precisamente que «el que va a salir se asoma». Pero mi papá se comportaba igual que la pedagogía Palmer: maltrataba mi personalidad.

Ahora sé que hay maneras sutiles pero feroces de ofender y negar al otro. Palmer era una de ellas. Los políticos, cuando deciden no comportarse como tales cultivan la perversidad adobándola, a veces, con orégano bolivariano y se convierten en nuestros peores enemigos y a mi avanzada edad descubro que Palmer me estuvo humillando con su método caligráfico porque en lugar de beneficiarme borraba mi personalidad y la vida que respira en mi escritura.

¡También descubrí que no hay edad para que brote la rebeldía!

Estalló en mí cuando supe que mi padre era un ser impresentable y no podía yo evitar que la gota de tinta arruinara la tarea escolar; busqué la manera de que el Orinoco no inundara mi cerebro con el caudal de sus afluentes, que Norman Palmer no anulara con su método el comportamiento de mi personal escritura, que no unificara la letra del mundo ni la vistiera con el traje que años más tarde Mao inventó para despojar al pueblo chino de su individualidad para convertirlo en una masa sumisa y obediente. ¡Me negué a emplear el método Palmer!

Mi letra sigue siendo mínima y de difícil comprensión, pero mi mente permanece libre, lúcida y abierta.

 

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