OPINIÓN

El Messi del Espíritu Santo

por Alexander Cambero Alexander Cambero

El Paraná coquetea con la tierra húmeda, cuando Rosario se atraviesa ante sus ojos, su hálito emplaza al idilio. En la cornisa de su aliento fluvial revolotean los sábalos, son cardúmenes de lomos brillantes que parecen enarbolar la insignia nacional. En las cercanías del cementerio de Ovidio Lagos –entre Pellegrini y Perón– un impávido conductor de la línea 144 se sorprende cuando una misteriosa mujer se le cruzó en el camino, clavó los frenos de manera violenta, al bajarse no la encontró, al subirse la vio sentada en el fondo del vehículo llorando copiosamente, con sus ojos encendidos de dolor, un espectro con el cabello enmarañado sobre huesudos hombros que sostienen un vestido de blanco marfil. Sollozos que no rompieron la quietud de la noche rosarina. Las orillas del río  son de remanso, la brisa fluye cansinamente, mientras la proximidad del encuentro se hace inminente. La ciudad muestra al fútbol cómo el monumento de un legado histórico, que ofrece un altar en brazos de una ilusión, es la pelota que se divide entre canallas y leprosos, quizás el idioma castellano hubiera preferido una expresión más benévola que aquella que agita las aguas de la animadversión, que siente un calenturiento corazón aficionado, por su par, que se sienta en el otro extremo de la grada futbolera. Cuando Diego Armando Maradona se transformó en el universo del balón nos dejó a Lionel Messi. Con el prodigio de la zurda es un admirado director de orquesta. Es el  genio que hace del balón un poema digno del mejor de los escenarios, la siniestra extremidad del pequeño gladiador es un pincel de obras de arte. Los genios tienen días malos, para saberse humanos, pero regresan del templo aciago para marcar un camino. La conquista de la Copa América es el regreso victorioso de un grande. La dura sequía albiceleste de veintiocho años terminó con una lluvia que hizo germinar la esperanza en los surcos de la gloria. Este certamen no tiene la dimensión de un Mundial, pero descomprime el andar del genio, libera su mochila de malos augurios, alimenta su corazón de nuevas energías. El fútbol de pie aplaude al más excelso de sus protagonistas. Su zurda inmortal irá por nuevos desafíos, es Aquiles con su flechas mortíferas, un genio tras otras cumbres que escalar. La magia seguirá desparramando rivales como las diestras manos de un jugador de póker. Pequeño samurái blandiendo su catana resplandeciente, haciendo del balón una caricia. La red espera el beso eterno del gol, se agitan los corazones, existe Messi.

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