Cuando, tal sucede con frecuencia, no tengo muy claro el derrotero de la pluma y las noticias son meras variaciones formales sobre temas habituales, o salmódicas letanías hilvanadas con las mentiras oficiales de costumbre, recurro a las encuestas con la esperanza de encontrar puntos de partida para mis divagaciones; últimamente, empero, ellas no constituyen opción satisfactoria, porque en las mismas, sin importar las variables muestrales —la palabra existe, si bien de vaina no escribí menstruales—, son predictibles y abrumadoras las constantes quejas por la crónica crisis económica del país (hiperinflación), el deterioro de la calidad de vida (pésimos servicios públicos) y el estado emocional del ciudadano común (angustia, rabia, desilusión y desesperación). Sin fundamento informativo, ni sustento estadístico o probabilístico, es aventurado emitir juicios. Me aferro entonces al salvavidas de las efemérides.
En un mes especialmente significativo en el memorial de atentados contra la razón y la civilidad cometidos en Venezuela por la casta militar, sobran aniversarios para festejar o deplorar. Tenido en Japón y otros países de Oriente por “mes de la calidad” —o de la excelencia—, noviembre podría o debería llamarse entre nosotros mes de las calamidades o las iniquidades, pues, asesinato, traición y fraude lo jalonan; pero comencemos por donde se debe, dejando a los santos en el cielo, a los muertos en el hoyo, ¿oyó? y a los vivos en el bollo.
Hace exactamente tres siglos y un año, el 3 de noviembre de 1718, nació en Inglaterra John Montagu, IV conde de Sandwich, a quien le gustaba comer mientras jugaba a las cartas y, para no ensuciarse las manos, mandaba a colocar lonjas de carne fría entre dos rebanadas de pan. Por tales circunstancias, los amantes del popular platillo, designado con el nombre de su condado e hispanizado con el participio del siniestro verbo emparedar —la Real Academia Española incorporó a su diccionario la palabra sándwich (con acento ortográfico, claro) en 1927—, decidieron glorificar su invención en data como la presente; por otra parte, no hoy sino mañana lunes, se cumplen 209 años de la aparición en 1810 de El Semanario de Caracas, editado por Miguel José Sanz y José Domingo Díaz, y de una escaramuza, la Batalla de Aguanegra, considerada la primera confrontación entre patriotas y realistas de nuestra larga y cruenta guerra de Independencia. Casualidad no más. No es casual la vinculación de militares a tres infames eventos acaecidos entre 1948 y 1952. El primero de ellos, el golpe de Estado contra el presidente Rómulo Gallegos, consumado 72 años atrás, el miércoles 24 de noviembre de 1948, por los tenientes coroneles Carlos Delgado Chalbaud —quien presidiría un encachuchado triunvirato en sustitución del autor de Doña Bárbara—, Marcos Pérez Jiménez y Luis Felipe Llovera Páez; el segundo, el homicidio del primero de los comandantes mencionados, cometido el lunes 13 de noviembre de 1950 por un general de montoneras, Rafael Simón Urbina —el misterio sigue rodeando ese magnicidio, cuya investigación fue recreada en Sumario (2010) por Federico Vegas, quien ya había hecho de Román Delgado Chalbaud, padre de la víctima, protagonista de Falke (2005)— ; por último, el fraude del 30 de noviembre de 1952, desconociendo la victoria de URD en las elecciones a una Asamblea Constituyente encargada de redactar una nueva carta magna y designar al presidente de la República.
No podemos dejar en el tintero otra perfidia castrense: la asonada contra Carlos Andrés Pérez del 27 de noviembre de1992, un infausto episodio bueno solo para evocar, si no un tango en clave de bolero melosamente entonado por Felipe Pirela —La historia vuelve a repetirse…el mismo amor, la misma lluvia, el mismo, el mismo loco afán— , una manoseada frase del padre intelectual de todo este desastre, Carlos Enrique Marx —cito sucintamente y por aproximación nemotécnica—: “La historia ocurre dos veces: la primera como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa”. Todavía hay quienes siguen beneficiándose de esa felonía en la cual fueron cobardemente asesinados 9 empleados de Venezolana de Televisión y, a pesar de las evidencias en su contra, los instigadores y perpetradores de la escabechina fueron librados de toda culpa y, para más inri, se le restauró el honor perdido al teniente Chacón.
Las remembranzas nos desbordaron y archivamos en la gaveta del olvido o el para después otros sucesos dignos de mención. De igual modo salen de su cauce la decepción, el desaliento y la frustración de una ciudadanía atribulada por un drama con demasiado pasado, escaso futuro y, como si se tratase de un culebrón de alto rating, sin final a la vista. “Hay gato encerrado”, presienten, imaginan y conjeturan quienes esperan, desde comienzos de año, el cese de la usurpación. Quizá no les falte razón. Los encuentros a hurtadillas y a espaldas de la gente entre representantes de los gobiernos de facto (Maduro) y de derecho (Guaidó) alebrestaron las fantasías y avivaron las lenguas. Tal vez el enclaustrado minino nos depare una sorpresa, tal la momia egipcia de un Felis catus (el latinajo es pura echonería) de 2.500 años de antigüedad, conservada en el Museo de Bellas Artes de Rennes, Francia, cuyo interior —informa BBC Mundo—, después de minucioso examen arqueológico con el auxilio de tecnologías digitales, desconcertó a los científicos, pues, no contenía los huesos del cráneo, vértebras y costillas, tal era de esperarse, sino restos óseos de cinco patas traseras y tres colas incompletas; y, en el lugar de la cabeza, una bola de tela”.
Sorpresas te da la vida, ¡ay Dios! Y sorpresas nos dio el presidente de Ecuador, Lenín Moreno, al llamar “asno que gobierna en Venezuela” al usurpador. Parangón similar se escenificó en un cuartelillo bomberil andino, cuando dos apagafuegos combatieron las llamas del aburrimiento grabando un video con un borrico en el rol de Nicolás. “Buenas tardes compañeros, estamos recibiendo la visita del presidente Maduro Moros en la estación ocho de Apartaderos y se encuentra haciendo el recorrido de inspección”, se escuchaba en audio. Los bomberos fueron a dar con sus huesos, mangueras y jumento a la cárcel.
Hasta hace aproximadamente un lustro, el rebaño asnal del país rondaba el medio millón de ejemplares. La cifra ha disminuido dramáticamente y hoy el asno es especie en peligro de extinción. Es una lástima: el Equus africanus asinus, vulgo burro —más echonería—, es un animal de inteligencia superior. En la Biblia es mencionado 130 veces, y en sus lomos cabalgaron Abraham, Moisés, David, María y Jesús. Es personaje (¿?), a veces con carácter protagónico, de fábulas, relatos y novelas memorables. Cervantes se enredó con el rucio de Sancho, y lo hizo desparecer en la primera parte del Quijote —de acuerdo con algunos estudiosos, por descuido de él y no del escudero (el entuerto fue desfecho en la segunda edición)—; Benjamín es un burro sabio y viejo, un intelectual de peso con figuración estelar en Rebelión en la granja (George Orwell) y por Platero supimos de la metáfora cuando nos contagió las ganas de aplacar la sed en un cubo de agua con estrellas.
Sobran ejemplos de la contribución del cuadrúpedo de las orejas largas al enriquecimiento cultural de la humanidad. No sé si haya un día mundial o internacional del burro. En Francia fue día de guardar en tiempos remotos el 14 de enero. Se conmemoraba la Féte de l’âne —Festum Asinorum o Fiesta del Asno—, ceremonia relacionada con el viaje a Egipto de la Sagrada Familia, después del nacimiento del hijo de Dios. Estamos lejos de esa fecha, próxima por cierto a tres días que, en 1958, conmovieron a Venezuela: 21, 22 y 23 de enero. El 22 es singularmente importante: vence la prórroga concedida por el Departamento del Tesoro de Estados Unidos para evitar el embargo de Citgo. Para analistas dependientes del pensamiento ilusorio —wishful thinking— se colmará igualmente el vaso de la paciencia norteamericana y algo grande habrá de suceder. ¿Con Maduro? ¿Con Guaidó? ¿Con el 7° de caballería? El tiempo despejará las interrogantes. Por ahora, esperamos pida perdón a los burros el presidente Moreno. Fue una ligereza equipararles con quien, aun cuando pareciera rebuznar, en realidad balbucea. Si las disculpas se presentasen pronto, noviembre sería menos calamitoso.
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