A mediados del siglo XIX, la Diputación Provincial de Carabobo dirige su atención a los mercados públicos, acordando dotar a Valencia y Puerto Cabello de sendos edificios construidos específicamente para tal fin. En la capital carabobeña por Ordenanza del 17 de enero de 1844, se acuerda con los señores Aizpurua y Cía. la construcción de un mercado en el edificio conocido con el nombre del Cuartel de Milicias; el proyecto se ejecutaría según plano y presupuesto preparados por el maestro Juan Vicente Tovar, siendo el tiempo estimado para su construcción de tres años.
En el puerto, el mercado siempre estuvo ubicado en un espacio bastante amplio y céntrico en lo que entonces se denominaba Puente-Afuera. Cuando Karl Ferdinand Appun, ilustre naturalista alemán, visita la ciudad a mediados del siglo diecinueve encuentra en el mismo lugar donde más tarde se levantará el Mercado Municipal una gran algarabía y expendios de mercancías secas, carnes y pescado. Appun escribirá en su maravilloso libro titulado En los Trópicos: “montones de sacos llenos de café y cacao, pacas de algodón, cajas de índigo, pieles, cuernos de vacas, varias pilas de diferentes especies de madera, se encuentran allí abandonadas para ser embarcadas. En torno a ellos se empuja la multitud ocupada en esto: negros, zambos, y mulatos”. En su visita al mercado hace una profusa y elocuente descripción del mismo, señalando: “La plaza del mercado se anima entre las cinco y las diez de la mañana, y se oye el griterío de las negras curazoleñas, con su paño como un turbante en la cabeza y sus grandes paraguas, ofreciendo frutas en su lengua papiamento. Todas las frutas de la provincia se ofrecen allí: piña, mamey, mango, aguacate, chirimoya, anón, merey, guayaba, guanábana, caimito, entre otras”. En cuanto a las verduras y hortalizas menciona el: apio, ñame, ocumo, batata, yuca, camasa, plátanos, verdes quimbobo cónicos, quinchonchos, culantro, y hierbabuena, …”, enumerando entre los pescados y mariscos al “pargo, carite, sábalo, licua, pez sierra y langosta, jaiba, quinua, camarones…”.
Es en este mismo sitio en donde por Resolución del 14 de diciembre de 1850, la Diputación Provincial acuerda celebrar un contrato con Ramón José Matos para la construcción de un mercado público, con arreglo a los planos y presupuesto preparados por el ingeniero Alberto Lutowski el año anterior, el mismo que diseñara los planos iniciales de la actual catedral de la ciudad.
A Matos se le fijó el término de cinco años para concluir el edificio, concendiéndosele a él y sus sucesores en pago del costo de la obra “el libre goce de los derechos del mercado de Puerto Cabello, por veinte i siete años once meses į medio, a contar desde el día en que según el artículo anterior deba entregársele la plaza con las casillas de que habla el artículo tercero, i que quedan á su beneficio”. Lo anterior incluía, desde luego, los alquileres de las piezas o casillas a ser construidas, de la cuales dos terceras partes solo podían ser alquiladas para ventas de comestibles o para tiendas, bodegas u otros establecimientos mercantiles, mientras el resto serían de la libre disposición del contratista, quien por espacio de poco más de dos décadas tendría el control del edificio que sería único en su tipo, pues el contrato estipulaba una prohibición de construir nuevos mercados públicos en el puerto durante su vigencia.
En 1854, se le concedió al contratista un auxilio de 16.200 pesos, a los fines de concluir los trabajos, pagadero en cuotas mensuales de 300 pesos, las que serían compensadas mediante una reducción de ocho años del término original otorgado a Matos.
Así, poco a poco, comienza a tomar forma un edificio de grandes dimensiones con cuatro portadas de acceso, robustas puertas de madera y numerosas casillas que, según el contrato original “no podrá exceder de tres varas ni bajar de dos”. En sus inicios se proyectaron 28 casillas, más tarde incrementadas a 40 -probablemente después de 1866 cuando el edificio sufre serios daños a consecuencia de un gran incendio-, formando un cuadrilátero que en su centro estaba destinado a la ventas de las verduras y las legumbres. Según algunos testimonios gráficos, la fachada del edificio también sufrirá algunos cambios con el correr de los años.
Quedaría finalizada la construcción el 30 de junio de 1857, sin duda, un imponente edificio que se levantaba entre las calles Bolívar y Plaza que, ya bien avanzado el siglo pasado es demolido, construyendo en su lugar un centro comercial de burda apariencia y pobres materiales, hoy también desaparecido.
@PepeSabatino