“Hoy decimos: ‘es un hombre equilibrado’, con cierto desdén. De hecho, el equilibrio es esfuerzo y coraje en todo momento. La sociedad que tiene este coraje es la verdadera sociedad del futuro”. Estas certeras palabras de Albert Camus, pronunciadas en Atenas en 1955, sirven de apoyo para reflexionar sobre el mensaje moderado de Edmundo González Urrutia, que ha calado de manera determinante en distintos sectores nacionales.
La oferta electoral del candidato de la oposición le llega incluso al chavismo tradicional, al proponer un futuro de conciliación y contraponerse al mensaje radical y violento de Nicolás Maduro, el cual, incluso, ha dividido al pueblo chavista, cansado de fracasos y promesas incumplidas. Esta fractura en el chavismo está a la luz del día, como se evidencia de las acusaciones de corrupción de unos contra otros, lo cual ha subido de tono en los meses recientes.
Al contrario de lo que acontece dentro del chavismo, en la oposición se desarrolla el sentido de unidad y responsabilidad necesario para la victoria electoral, impulsado por el talante de decencia del candidato González Urrutia. El fortalecimiento de su candidatura se ha potenciado por la vigorosa actividad de María Corina Machado, triunfadora inapelable en la elección primaria del 22 de octubre de 2022. Esta conducta de la triunfadora de la primaria debe ser reconocida como una contribución al compromiso con la democracia y con la recuperación del país. El objetivo ahora es la victoria electoral del 28 de julio y la presentación de una oferta que permita la unidad nacional y un gobierno para la libertad y para el futuro.
Las tareas que tendrá el nuevo gobierno serán muy exigentes. Organizar la democracia, rescatar el valor de lengua, desmantelar la manipulación de la historia, superar el discurso del odio, recuperar las instituciones y la economía, reivindicar el valor de la decencia en política. Estos son, entre otros, los retos que están en la vera del camino para que los venezolanos de la diáspora encuentren razones para regresar a Venezuela.
Para hacer todo eso se requiere de valentía para poder sustentar la moderación necesaria para la transición hacia la democracia que significará la presidencia de González Urrutia. Esto marca un ritmo y una diferencia con la retórica agresiva y de odio que ve al adversario como enemigo, a quien, al contrario, hay que combatir en el debate de las ideas y no con persecución. Es el desarrollo de la tolerancia hacia quien defienda posiciones políticas e ideológicas distintas.
El lenguaje de la revolución bolivariana ha roto la relación entre el significante y el significado de las palabras. Es lo que ocurre con el vocablo “patriota” al cambiarse el concepto que su imagen acústica evoca, para darle otro muy distinto: no es patriota quien hace aportes significativos a Venezuela, sino quien es incondicional seguidor de la ideología prefabricada que defiende el gobierno; al contrario, es traidor a la patria quien piense de manera distinta. Así de fácil. Ahora hay que derrumbar la neolengua y darle a la palabra su verdadero significado, el que aparece en el diccionario. También hay que sustituir la jerga panfletaria y alambicada por el lenguaje directo y sencillo.
En el contexto anterior surge la necesidad del consenso, es decir, de acuerdos adoptados por el mayor número de participantes de la sociedad que les den sustentación a las políticas de Estado. El consenso es fuente de legitimidad y en Venezuela hemos tenido buenas experiencias como fue en 1958 el Pacto de Puntofijo: un acuerdo político que le dio base de apoyo a la naciente democracia, y que cumplió su objetivo. El consenso de ahora debe ser más amplio y profundo para que pueda comprometer-sin exclusiones- a los distintitos sectores de la sociedad.
Una estrategia nacional no siempre es definible en fórmulas personales o grupales. Pero hay otros métodos de aproximación y de consenso, como establecer reglas claras, comunes, inconfundibles y consistentes que eviten la improvisación y el personalismo. Y ello a través de una política de moderación que no significa una posición cómoda para no tomar decisiones, como hacían los sofistas ante los dardos dialécticos de Sócrates. Esta moderación tampoco implica indiferencia ante los riesgos permanentes de enfrentar el riesgo -siempre latente- de que el gobierno pueda entorpecer el proceso electoral. Es una posibilidad ante el dogma según el cual “revolucionario no suelta el poder”: pero en nuestro caso, está amenaza está limitada en vista del contexto internacional y las posiciones de Macron, Biden, Petro y Lula.
En Venezuela la gente ha perdido el interés en la política por las ofertas irrealizables, por la prepotencia y por los criterios excluyentes. Pero esto ha cambiado ahora con el discurso directo y equilibrado de Edmundo González Urrutia, que se fundamenta en el coraje al que se refirió Albert Camus en su discurso de Atenas, citado al comienzo de este artículo. Es el mensaje que servirá de aliento a la Venezuela del futuro.
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