La prestigiosa cadena norteamericana de televisión HBO narra en cinco episodios el desastre de la central nuclear de Pripyat (Ucrania, abril de 1986), que en ese entonces era parte de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. O URSS. En ese momento yo tenía 14 años. Las noticias llegaban a América Latina con días de retraso, peor aun si procedían de la cortina de hierro que era el régimen totalitario soviético: venían con retraso, con censura y muy restringidas.
El Estado comunista soviético jamás daba información de lo que ocurría al interior de sus fronteras, menos si la información les resultaba inconveniente.
Volvamos a la central de Ucrania: esa central nuclear fue diseñada, así funcionó hasta la catástrofe, para producir bombas nucleares militares y generación de electricidad. En el marco de la explicación, ahora bajo la mirada técnica y desideologizada de lo que verdaderamente ocurrió en Chernóbil y que fue por años oculto por autoridades comunistas, la serie explica que en ese momento de abril de 1986 los operarios habían estado tratando de apagar el reactor, pero en segundos se produjeron dos explosiones consecutivas, que dejaron al descubierto el reactor nuclear que esparció el combustible nuclear, grafito, altamente radiactivos y que –siguiendo la explicación de 2019– fue construido con materiales de menor calidad y por ser “más baratos”. La planta nuclear a la sazón, fuera de tener problemas de diseño, estaba erigida sin los materiales de alta calidad ni contaba con medidas de contención para situaciones de emergencia.
Esa explosión dejó contaminados e inservibles 200.000 kilómetros cuadrados de terreno, causó miles de casos de cáncer y fue el principio del colapso de la Unión Soviética como Estado.
La alta nomenklatura soviética nunca dio la importancia del caso a la catástrofe y en todo caso buscaron minimizar y fueron no solo poco profesionales, sino negligentes con ese accidente nuclear. Así actuaba el régimen totalitario comunista: poniendo en riesgo la salud pública, pero eso sí, esclavizando a sus ciudadanos y dilapidando dinero en otros ítems, menos en lo que verdaderamente importa: la gente. No falta el elemento del miedo: la presencia de la policía secreta del Estado que vigilaba a todos y les imponía marchar en el marco de un ideal de sociedad y Estado que, hoy sabemos, era una vil mentira.
En 2019 podemos entender y conocer a cabalidad lo que ocurrió. En 2019 nos venimos a enterar, con lujo de detalles –y sin el hostigamiento y censura del socialismo– que ese accidente fue, en realidad, una cadena de errores técnicos, humanos y políticos. En uno de los episodios se puede mostrar claramente que quienes estaban al mando eran personas “del partido” pero sin preparación técnica-científica y los científicos y los mejor preparados académicamente estaban, por así decirlo, en la base de la pirámide recibiendo estúpidas órdenes de ignorantes. ¿Les provoca alguna similitud esa imagen? Por supuesto. Vean como están hoy Venezuela y Bolivia: en la misma situación de la desaparecida URSS: bajo administración de gente sin preparación y bajo totalitarismo ideológico.
Dios nos salve que de aquí a 20 años HBO haga un documental de la barbaridad de lo que ocurre en Bolivia, Venezuela y Cuba. ¿Cuántos Chernóbil habrán y se descubrirán con el paso del tiempo?
La serie –bien documentada– nos presenta un mensaje político claro: el socialismo, comunismo o cualquiera de las variantes que ahora quieran darle los teóricos fue un fracaso ideológico y un fracaso práctico. La URSS es prueba inequívoca de tal fracaso. Todos los millenials y nuevas generaciones deben ver la serie de HBO para entender que el socialismo es fuente de desgracia y pobreza y que el socialismo nunca pudo administrar un país y peor aún situaciones de crisis.