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El mejor destino

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Me voy de viaje. No podría decirle cuánto tiempo estaré ausente; tal vez uno, dos o tres meses… Tal vez no vuelva nunca”. (Gastón Leroux).

Estos días de estío y hastío que propicia el mes de agosto, con un calor poco habitual y la posibilidad que las vacaciones me brindan de estar a pie de playa, muchas veces me pregunto por qué idealizo tanto, a lo largo del año, la vida en chanclas.

Es verdad que podría parecer que la indumentaria acompaña a la despreocupación, al ocio y, por tanto, a la libertad. Y así lo recuerdo siempre, durante el largo año en Madrid, pero también es cierto que el misticismo de las vacaciones es algo de lo que disfruto más en abstracto que en la realidad. 

Qué quieren que les diga, soy urbanita. Necesito el asfalto y el ruido del tráfico, la Gran Vía y su Primark, el bullicio, los teatros, aunque casi nunca vaya, y las prisas como mantra. Y de la misma manera necesito huir, dejar la ciudad, para poder sentirme otro, ya que no es posible ser otro, hasta que me doy cuenta de que, para mí, el mejor destino es volver.

Tengo que reconocer que parto de una base difícil de superar para los que llevamos la polución en los pulmones como una medalla; yo vivo en el centro de Madrid, en Chamberí, concretamente. Posiblemente uno de los barrios más castizos y más madrileños que existen. No en vano, le han cantado artistas tales como Carlos Cano, Mago de Oz, Joaquín Sabina, Leiva, Marlon o Ariel Roth, curiosamente vecino de mi propia calle, tres portales más abajo. Un barrio, una ciudad, que te ofrece una vida cultural, comercial y de ocio como ninguna otra en España puede ofrecer, le pese a quien le pese.

Y es verdad que llegar al mar, tan lejos de Madrid, me provoca sensaciones que ninguna otra cosa logra ya despertar en mí, que me aporta felicidad, paz y distancia, me permite mirar con perspectiva a mi vida y, en los primeros días, añorar poder vivir en bañador y chanclas, lejos del mundanal ruido, hasta que descubro que el ruido queda en Madrid, pero el ruido interior, el que de verdad quisiera dejar atrás, se viene conmigo, y va colonizando mi ánimo, mi espacio, hasta lograr que deje de escuchar el sonido de las olas. Ese ruido en mi cabeza que no me deja dormir, a pesar de la brisa del litoral mediterráneo.

Es un error muy común, o al menos habitual, pensar que por cambiar de localización puedes cambiar de vida, que existe la posibilidad del reset, de la segunda oportunidad. Que la vida en bañador, incluso la vida ociosa, te va a ofrecer lo que no te ofrece la rutina. Es un error, sin lugar a dudas, vivir pensando en lo que haremos, sin atender a lo que estamos haciendo. Una sensación ambigua de no estar donde quieres estar, que te promete que llegarás a donde querías llegar para, cuando llegas, darte cuenta de que ese tampoco es el lugar a donde querías ir.

Supongo que cuando llegas donde querías llegar, donde debes estar, te darás cuenta de ello. Y, con toda probabilidad, llegarás donde nunca te habías propuesto llegar. Espero que ocurra así, porque, de momento, como dice Álvaro Urquijo, no sé bien qué estoy buscando, pero me voy alejando. Y ya dudo que haya una meta, o al menos, dudo de que yo vaya a alcanzarla. De momento, sigo buscando.

 

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