El filósofo italiano Giovanni Sartori escribió en 2016 La corsa verso il nulla, en español “La carrera hacia ningún lugar”, advirtiéndonos que tenemos un Estado que no deriva de la política y a discreción del más poderoso. Se trata de la democracia liberal, la de un pensamiento abstracto que nos induce a ver un presente y futuro mejor. Y hasta con los ojos cerrados.
Quien prosiga leyendo a Sartori constataría, asimismo, las serias dificultades del pasado, presente y futuro para hacer posible esa democracia. El filósofo deja constancia de que “somos homo sapiens y en consecuencia actuamos en un mundus inteligibles”, y por tanto en “una diversidad de conceptos y constructos mentales”. Por cierto, una de las dificultades para una mayoría es que la democracia demanda, entre otras exigencias determinantes, ciudadanía. O sea, preparar al pueblo para ella.
Uno de los capítulos en ese enredo prosiguen ganándolo los países de Centro y Suramérica. La problemática social ha golpeado fuertemente la capacidad de los políticos, para demandar legítimos reclamos ante los gobernantes. Los últimos se han guarecido con más quietud en sus oficios, con escasas perturbaciones. Y lo más preocupante, la gente pareciera haberse convencido de que el camino, una especie de Estado Natural, tiene ventajas importantes.
Ese es el análisis común en el caso de Venezuela, donde una democracia estable sucumbe estrepitosamente por un alzamiento militar, rechazado por una mayoría aplastante, pero eligiendo primer magistrado poco tiempo después y con una abrumadora votación al líder de la intentona. El resultado, un duro golpe a la República, a sus finanzas, al progreso y a la paz. La praxis de Estados Unidos, adonde suele tradicionalmente acudirse, ya no ofrece, como otrora, el repudio al comunismo, lo que ocurrió con Jacob Árbenz en Guatemala, según nos cuenta Vargas Llosa en su libro Tiempos recios. En criterio de algunos, porque tales regímenes son atípicos, resultando cuesta arriba calificarlos. La estrategia en Estados Unidos es la asfixia financiera a través de un proceso secuencial de sanciones, en procura de debilitar a los regímenes, cuya astucia y control que ejercen con respecto a la masiva pobreza, les permite culpar de la escasez a lo que prosiguen llamando el imperio. El economista de Harvard Francisco Rodríguez ha calificado la estrategia como contraproducente, pues sus efectos recaen no en el gobierno, sino en los gobernados. Emulando al sabio Cesar Vidalha de ratificarse la certeza del título de su libro Un mundo que cambia, agregando que hasta en este aspecto la humanidad ha mutado.
El jurista italiano habla, también, de revoluciones verdaderas y falsas, calificando a las primeras como aquellas sublevaciones populares movilizadas por ideales que prefiguran un orden nuevo. Y agrega que para el marxista la revolución no se agota en la conquista del poder, pues ha de implantar, asimismo, un nuevo orden económico y social, o sea, ha de ser política y social. En honor a la verdad la conclusión sería que en América Latina las denominadas revoluciones se han quedado únicamente en lo nominativo. Han sido improvisadas en procura del ejercicio del poder, en la casi totalidad de los casos erróneamente. Por tanto, debe tenerse claro que edificar una democracia no es cuestión de discursearla, sino algo mucho más complejo. Pero que más complicado aún es edificar una revolución. A la francesa, según Gooden Allen, falta mucho para calificarla como tal.
A Venezuela, alada por el carrusel revolucionario, no le ha ido bien, ni a ella, ni a la revolución. No puede negarse que los venezolanos reaccionaron, tal vez, con excepción de la clase baja y algunos sectores de la media, frente al brusco cambio que no esperábamos. Fue una lucha con la legalidad como bandera, la más bonita de todas, pero no tan eficiente, ya que la constitucionalidad no era compartida dada la atipicidad del régimen. Meses de una inesperada pero necesaria quietud, pareciera que indujeron a recordar que “Dios aprieta pero no olvida”, y de la noche a la mañana el régimen da la impresión de haber reconocido lo erróneo de un estatismo exclusivo y excluyente, decidiendo salpicar con algunas gotitas del liberalismo económico, particularmente, las áreas comercial y bancaria, generando una esperanza, no únicamente en su propia subsistencia, sino la del mismo país. La clase media profesional, muchos con deseos de regresar y otros arraigados en actividades profesionales a lo largo del mundo. En los sectores bajos el gobierno con un aparente control, fundamentado en una asistencia alimentaria casi directa. A la tendencia se le mira consoladora, potenciada por reciente visita de estadounidenses que con la anuencia de Biden visitaron Miraflores, en principio, para abonar el terreno y recordarnos que no todas las veces puede gritarse “Green go”. Se escucha, en el contexto, que la masacre de Putin a los ucranianos impulsa a Estados Unidos por materias primas, aprovechando buena calidad, cercanía y reglas comerciales menos exigentes.
Por eso estas últimas consideraciones inducen a preguntar si el gobierno habrá decidido gobernar como Correa al Ecuador, supuesto para ubicar al país, conforme a la geografía, en la mitad del mundo. Pero, también, si Venezuela pasaría a ser una especie de “mini-China”, con un gobierno autoritario que impondría una absoluta libertad de mercado, como el gigante asiático, supuesto este interesante para que gobierno y oposición canten “En un bosque de la China, la chinita se perdió, como yo andaba perdido, nos encontramos los dos”. Roberto Ratti, como compositor, nos acompañaría.
@LuisBGuerra