OPINIÓN

El mediador

por El Nacional El Nacional

Gobierno de España aseguró que Zapatero llegó al país como ciudadano particular

El señor de la foto se identifica a sí mismo como mediador y facilitador en el largo de más de una década, ha dicho— conflicto venezolano. Lo admitió sin ambages en la reciente presentación en Madrid de un libro suyo que lleva por título, nada menos, que La democracia y sus derechos (La legislatura, la de él, que cambió España). Un reducido grupo de venezolanos, con pancartas hechas a mano, lo esperó a las puertas del Ateneo de Madrid para decirle de todo menos bonito. También lo aguardaban periodistas que querían saber no tanto sobre su último texto sino acerca de su papel en la “mediación” que precedió la salida del país de Edmundo González Urrutia. 

Su breve comparecencia ante los micrófonos, cámaras y libretas es, cuando menos, curiosa. Una de tantas curiosidades, aunque menor, es que el señor José Luis Rodríguez Zapatero, de él hablamos, le cambia el segundo apellido a Edmundo González una de las veces que lo nombra, de Urrutia por Urrieta. Un desliz perdonable en quien afirma que siempre ha procurado ayudar a Venezuela y a los venezolanos amparado en el “vínculo consolidado con ese país”.

La charla, previa al bautizo del libro, pareció una clase en la que un profesor explica a sus alumnos de qué se trata, en este caso, la mediación. “En mi larga experiencia política de conflictos sé muy bien lo que hacen los facilitadores y mediadores, ser discretos, mantener o intentar mantener la confianza de la mayoría de las personas que participan en un conflicto como el que tiene Venezuela. Y esa ha sido mi actitud”. Y no solo lo ha sido, sino que lo seguirá siendo explica, y muestra una raya alargada de sonrisa— porque  es un deber y, en segundo lugar, porque el futuro puede determinar que él “realice alguna otra tarea”. Hay, pues, Zapatero para rato.

Vale la pena detenerse en el párrafo anterior y descubrir más curiosidades, ya de otro tenor. Los mediadores obligadamente deben ser discretos y Rodríguez Zapatero lo ha sido. Tanto que tras una presencia sigilosa en Caracas durante la jornada electoral del 28 de julio nadie supo de él, más allá de su familia propia y política,  hasta esa cita en el Ateneo de Madrid. Una discreción que, en su caso, solo levanta ronchas en la oposición venezolana. Él, lo admite, es consciente de las críticas, pero las soporta porque la aspiración del diálogo y los consensos es lo que lo anima. Gajes del oficio. Se preguntará el expresidente del gobierno español si, a pesar de guardar tan celosamente la prudencia, no será ya parte del conflicto. Y si fuera así, no lo inhabilita, vaya palabrita, para la mediación.

Pero hay que enlazar lo dicho, siempre con las palabras del propio Zapatero por delante, con su intención de “mantener la confianza de la mayoría de las personas que participan en un conflicto como el que tiene Venezuela”. Vayamos por partes: uno, se desconoce cuándo esa “mayoría de personas” le otorgó la confianza para su desinteresada mediación; dos, es igual de cierto que González Urrutia ganó las elecciones en Venezuela, como que Rodríguez Zapatero no tiene la confianza “de la mayoría de personas que participan en un conflicto como el que tiene Venezuela”. Salvo que el expresidente del gobierno español confíe en la veracidad del boletín de Elvis Amoroso que concedió la victoria del 28J a Nicolás Maduro. Entonces sí, Rodríguez Zapatero pudiera tener, y mantener, la confianza de la “mayoría de las personas”.

Un mediador, y sobre eso no dice nada el profesor de la foto, es designado, elegido, consensuado por las partes en conflicto. Como reconocen el régimen de Maduro y la Plataforma Unitaria en el caso de la facilitación de Noruega en los encuentros que, entre otras cosas, condujeron al Acuerdo de Barbados, hoy letra muerta pero útil para aliviar la recta final de la primaria del 22 de octubre pasado, nada menos. Que se sepa, no hay ningún contencioso, ni una piche pancarta, contra el Reino de Noruega.