OPINIÓN

El mayor enfrentamiento de tanques de la historia: la Batalla de Kursk (y II)

por Carlos Balladares Castillo Carlos Balladares Castillo

En la madrugada del 5 de julio de 1943 el comandante de tanques germano-venezolano Dieter Pfeifer (Ciudad Bolívar, 1923-Valencia, 2010) esperaba el inicio de la ofensiva de verano de la Wehrmacht. Su unidad era parte del 4º Ejército Panzer bajo el coronel general Hermann Hoth, que a su vez pertenecía al Grupo de Ejércitos del Sur del mariscal Erich von Manstein. Desde las cercanías de Belgorod pudo vivir este guayanés el avance del Ejército alemán en dirección a Kursk, donde siguiendo el plan de la “Operación Ciudadela” (5-13 de julio) debían encontrarse con el Grupo de Ejércitos del Norte del futuro mariscal Walter Model, logrando el cierre de las pinzas. Pero el Ejército Rojo, gracias a la famosa red de espionaje “Lucy” (Rudolf Roessler), conocía con detalles los planes y construyó tres cinturones defensivos (el mayor de toda la Segunda Guerra Mundial) con todo tipo de trampas y armas. Entre dichas armas las principales eran los tanques, de manera que Kursk es considerada la mayor batalla de blindados de la historia.

Dieter Pfeifer y su hermano Bernard

La concentración de soldados, tanques y artillería por parte de cada bando haría que los resultados de la batalla fueran decisivos. Los alemanes lograron reunir 2900 tanques (de los que solo poco más de 200 eran Tiger, 300 Panther y casi 100 Ferdinand; es decir, los últimos modelos) enfrentados a 5.100 tanques rusos en su mayoría T-34. Los números con relación a los aviones era de 2.100 de la Luftwaffe (¡el 42 % del total!) versus 3.600 de la Voenno-vozdushnye sily, V-VS (fuerza aérea soviética), pero la gran diferencia era de soldados y artillería: el Ejército Rojo tenía 1.900.000 y 25.000 cañones, y el Tercer Reich 900.000 y  9.500 cañones. Adolf Hitler confiaba en que la calidad se impondría a la cantidad. La responsabilidad que se le imponía a las tripulaciones de tanques, en especial a ese pequeño número de Tiger y Panther eran superiores a sus fuerzas.

La gran diferencia entre la producción soviética y alemana responde a varias causas pero la principal es el hecho que Hitler nunca quiso movilizar toda su población en el esfuerzo de guerra. En cambio Stalin hizo que todos trabajaran, incluso mujeres y adolescentes. De esa forma las industrias que fueron movilizadas más allá de los Urales en 1941, para 1943 estaban aprovechando toda su capacidad. Las mismas recibían tecnología, recursos (2 de cada 3 camiones salieron de Detroit) y alimentos de los Aliados angloestadounidenses, y no tenían que padecer los bombardeos constantes. En el caso del Reich los alimentos y el combustible comenzaban a escasear vísperas de la gran batalla, y la ofensiva de bombardeo estratégico muchas veces paralizaba su producción, asesinaba a los obreros o los dejaba sin hogares. El otro factor que generó grandes pérdidas a la Wehrmacht fue la destrucción de vías y ferrocarriles en territorio ruso (300 locomotoras, 1.200 vagones y 44 puentes) por parte de los partisanos (Zhukov en sus Memorias les otorga un peso determinante).

Dieter Pfeifer en un Panzer IV

Al iniciar la batalla el 5 de julio se confió una vez más en la Blitzkrieg, la táctica que le había permitido a Hitler controlar toda Europa y que incluso los había llevado hasta el Volga. Pero la misma requería de tres condiciones que no se cumplieron en Kursk: la sorpresa (el mariscal Manstein la identifica como la principal causa de la operación), el total dominio del aire que facilitaba un “paraguas” de protección a la “punta de lanza” Panzer que destruiría las defensas del enemigo en su lado más débil. En Kursk no existían zonas débiles porque con el apoyo de la población civil se había construido una barrera casi impenetrable de trincheras (5.000 kilómetros), que incluían todo tipo de defensas antitanques (cañones y fusiles que podían perforar el blindaje de los Panzer, entre otros), en especial las minas de las cuales se colocaron un millón y que se extendieron por 60 kilómetros, para finalmente tener que enfrentarse a los T-34 (superiores a la mayor parte de los tanques alemanes, salvo los más recientes).

En los ocho días de la Batalla de Kursk todo el esfuerzo alemán solo pudo conquistar entre 10 y 20 kilómetros al norte y 60 en el sur (muchas de las ciudades de esta región se convirtieron en “mini-stalingrados”). El sistema defensivo ruso permitió ir reduciendo el número de tanques del enemigo, y aunque los Tiger y Panther destruían los T-34 a larga distancia, y en muchas ocasiones barrían con decenas de estos; los tanquistas rusos como enjambres rodeaban a los Panzer hasta vencerlos. Los testimonios de ambos bandos confirman estos hechos, y cómo las tripulaciones germanas se agotaban al intentar detener la “avalancha roja”. El segundo as de tanques: Otto Carius, llegó a destruir en Kursk 30 tanques y 28 cañones anticarro (1985, Tigers in the mud), pero de igual forma tuvo que retroceder. Era el triunfo de la cantidad sobre la calidad, siendo la mayor de todas la que se dio en torno a la ciudad de Projorovka (existe un debate en torno a la importancia de la misma).

No se debe dejar de advertir que Kursk también fue una batalla aérea de enormes proporciones, en la que gradualmente se impuso también la Unión Soviética y en la que un avión inició su fama como destructor de tanques. No nos referimos al Stuka, tal como dijimos la semana pasada, sino al Ilyushin Il-2 sturmovik. Las bajas de la Lufwaffe superaron más de la mitad de la flota empleada en la batalla, y después de Kursk para agosto de 1943 la fuerza aérea rusa era cuatro veces mayor y con una calidad creciente. Otra consecuencia de Kursk fue que la confianza de Hitler en la calidad de sus combatientes le hizo reunirlos en un solo sitio, y terminó sacrificándolos. Cuenta el guayanés Pfeifer que pudo ver cómo muchos, en especial de las unidades de la SS-Waffen, murieron por su fanatismo. Él pensó en salvar a su tripulación y salir del infierno, y quizás en ese momento soñó con volver a Venezuela y vivir el resto de su vida en paz, tal como ocurrió.

Las pinzas jamás se cerraron en torno a la famosa ciudad. Y aunque las pérdidas soviéticas, tanto en personas como armas, triplicaron las de sus enemigos; sus reservas tuvieron la capacidad de iniciar una contraofensiva que amenazaba con rodear los ejércitos atacantes de Hitler. La derrota era evidente, y tal como señala la mayor parte de la historiografía: la iniciativa estratégica estaba ahora en manos del Ejército Rojo. La Wehrmacht pasó a la defensiva. Por esta razón el Fuhrer y su Alto Mando se reunieron el 13 de julio y se decidió suspender “Ciudadela”, pero no era la única causa. La noche del 9 al 10 los Aliados desembarcaron en Sicilia, y se debían enviar tropas para evitar que Italia abandonara el Eje. La semana que viene trataremos la “Operación Husky”, que fue el nombre que se le dio a la liberación de dicha isla.