El marxismo cultural es la base teórica del socialismo del siglo XXI y sobre todo su proyecto de dominación a través de las instituciones de la sociedad civil y de la cultura en particular. Bien saben los gramscianos que el uso del lenguaje no es neutro respecto al orden social, como lo explica muy profusamente J. L. Austin en su ya clásica obra How to do things with words, para quien hablar era una forma de acción, una forma de actuar. La lucha identitaria (de género, raza, étnica, etcétera) sustituye a la lucha de clases. Así como el marxismo clásico quería dominar la sociedad a través de la estatización del aparato productivo, el marxismo cultural quiere dominarla a través de la estatización (o al menos control) del aparato cultural. La mejor forma de realizar esto es a través de la dominación del uso del lenguaje.
Por eso es que lo que parece una fruslería, el lenguaje inclusivo, en realidad es una fuerte arma del marxismo cultural para la dominación social. El que se diga “todes”, en verdad de lo correcto gramaticalmente de “todos y todas”, es decir, la eliminación del género en la gramática, es una forma de acción que apunta a la subversión del orden moral de la sociedad a través de la imposición de reglas de lenguaje que pretenden la imposición de un nuevo orden marxista. A través del lenguaje -desde niños- se quiere inculcar la norma de que no hay un orden natural, sino que la sociedad lo impone, de allí entonces se da el salto a que no hay derecho natural, sino el derecho que el régimen marxista impone contra este.
Recientemente este debate -sobre la pretensión del marxismo cultural de dominio del lenguaje- se ha encendido por la decisión de una editorial inglesa, con el permiso de los herederos, de reeditar la profusa obra de cuentos infantiles de Roald Dahl con el llamado lenguaje inclusivo. El sello Puffin Books, de la editorial Penguin Random House, decidió simple y llanamente aplicar la censura a los famosos cuentos de este autor, haciendo cambios allí donde consideran que el lenguaje puede ser ofensivo para lectores sensibles. Así ya no existirán en estos cuentos ni gordos, ni feos, ni hombres, sino… ́personas´. Esto, extrañamente -porque la tendencia es de dejarse apabullar por el progresismo- causó una ola de indignación en el mundo cultural en todo el globo, hasta el punto de que autores tan connotados como Rushdie criticaron la decisión, teniendo la editorial que publicar una nueva edición original, junto con la “inclusiva” prevista.
Lo que hace la editorial es simplemente acabar con la “magia” de un cuento infantil. Esta lucha del “progresismo” para seguir la nueva ortodoxia ideológica del marxismo cultural está promovida fundamentalmente por las grandes empresas “big tech” que pretenden erigirse en los modeladores de una sociedad iletrada y por lo tanto sumisa. Esto se ve en que esta transformación de la obra de Dahl se hace luego de que Netflix comprara los derechos de propiedad intelectual de este autor a sus herederos.
Lo peor es que esta expurgación de su obra va en contra de su expresa intención, pues Dahl “amenazó con nunca escribir una palabra más si sus editores alguna vez cambiaban su idioma, prometiendo enviar a su “Cocodrilo Enorme” para engullirlos si lo hacían” (https://www.telegraph.co.uk/news/2023/02/25/roald-dahl-warned-politically-correct-publishers-change-one/). Dahl fue claro vaticinando la expurgación de obras literarias por el “progresismo”, pues afirmó: “Sabes, fueron Marx y Lenin quienes comenzaron esta basura de corrección política en 1917, y por Dios que se está infiltrando en este país” (idem). Como bien lo señala una destacada autora (y de tendencia socialista), Piedad Bonnett: “El escándalo no se hizo esperar, y con razón, por lo que supone como precedente y lo que revela sobre una época en la que la intransigencia y los radicalismos están haciendo estragos en nombre de los posibles ofendidos” (https://www.eltiempo.com/lecturas-dominicales/la-polemica-por-rescribir-las-obras-de-roald-dahl-indignados-y-ofendidos-749219 ).
Y esa guerra cultural del marxismo no se limita a la censura de obras, va mucho más allá y sobre todo trata de imponer un totalitarismo progresista en la academia. La socióloga Ilana Redstone, profesora de la Universidad de Illinois, el pasado 10 de marzo en un acucioso artículo hace una pugnaz crítica de esta tendencia.
“Las historias de excesos políticos en el campus se amontonan como cadáveres. Para citar algunos ejemplos recientes: estaba el grupo de estudiantes de Derecho en Berkeley, que prohibió a los hablantes sionistas la Iniciativa para la Eliminación del Lenguaje Nocivo de Stanford y el profesor de la Universidad Estatal de Valdosta que enseñó que el sexo no es dicotómico” (Actually, You Don’t Know That Much | RealClearBooks).
Tomemos como ejemplo el caso de Stanford, El wokismo se adueñó de esta prestigiosa universidad en donde “la Iniciativa para la Eliminación del Lenguaje Nocivo (EHLI por sus siglas en inglés) es un proyecto de varias fases y varios años para abordar el lenguaje dañino en TI en Stanford” (https://s.wsj.net/public/resources/documents/stanfordlanguage.pdf).
Unas pocas palabras (de entre cientos) prohibidas: adicto, estudio ciego, loco, minusválido, enfermo mental, retardo, retardado, senil, jefe, “chairman/chairwoman” (presidente/a del directorio), congresista (congressman/congresswoman), bombero/a, caballero, el/ ella, dama, policía (policeman/policemen/policewoman/policewomen), trangénero, hispánico (hispanic), oriental, master (maestría), esclavo/a, todas la palabras con blanco en inglés (white paper, white team, whitebox, etc.), inmigrante, prisionero, prostituta/o, negro, gitano. Una estupidez que con la intención de ser “inclusivo” lo que hace es ensuciar y dejar sin sentido el lenguaje.
Nótese que siempre hemos utilizado entrecomillada la palabra “inclusivo”, entre comillas, porque es que como todo lo de la izquierda el uso de este término por el ´progresismo´ es una inversión de la realidad, en vez de lograr inclusión en la sociedad se está marginando toda una corriente de pensamiento: el liberalismo occidental para imponer la ortodoxia del marxismo cultural.
En conclusión, vemos que el marxismo cultural se está apropiando del lenguaje, imponiendo una dictadura de su uso, como instrumento de guerra cultural para subvertir el orden social, y así minar la institucionalidad democrática, logrando imponer sobre una masa sumisa -por iletrada- sus dictámenes totalitarios. Sería bueno que el Occidente despertara sobre esto y no se deje imponer un 1984 que está a la vista en Rusia, China, Cuba y Venezuela. (¿Pronto también Colombia?).