El chavismo no vive su mejor momento. La crisis interna derivada de la lucha de poderes, con la consecuencia de destapar parte de la podredumbre que carcome los cimientos del poder, ha dejado bastante mal parado a Nicolás Maduro y su gobierno ante la opinión pública, a pesar de que trate de gestionar como el gran paladín de la lucha contra la corrupción.
Pero Maduro no puede presentarse como el gran luchador porque simplemente no lo es. En este caso pareciera tratarse de un reacomodo de piezas dentro del chavismo. No se trata solo de una banda de delincuentes enquistados en el gobierno, sino de algo mucho más profundo y preocupante.
Maduro es vulnerable, y mucho. La corrupción de su gobierno no solo no puede detenerse, tampoco puede evitarse. No hay mecanismos para asegurar que esta situación no se vaya a repetir. Es más, según lo visto se pudiera asegurar que hay muchísimos casos más, de magnitud similar, aún no destapados, y que la onda expansiva está lejos de detenerse.
En el ámbito internacional, el gobierno de Maduro (y el chavismo, en general) no sabe cómo abordar el tema del Esequibo y tampoco tiene idea de qué hacer con la Corte Penal Internacional y el fiscal Karim Khan, que no se intimida ante las pataletas de los funcionarios ni los ataques de uno que otro. Tampoco sabe cómo gestionar la relación con Estados Unidos, a pesar de la ayuda que le está dando en todo esto el gobierno de Gustavo Petro.
Así las cosas, pareciera que están dadas todas las condiciones para que la verdadera oposición aproveche el momento y fortalezca su posición, siempre y cuando trabaje unida y con madurez, dejando de lado las apetencias personales y los desvaríos. La gente quiere el cambio porque así ya no se puede vivir. Toca a la dirigencia hacer todo lo posible para ganarse de nuevo su confianza y no hacer cosas para que de nuevo Maduro se atornille en el poder.