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El maestro jardinero

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Paul Shrader ha vuelto a filmar una película importante que nos hace replantear su filmografía.

La cinta se titula Master Gardener y cuenta con la actuación protagónica de Joel Edgerton, en un papel de pura contención “bressoniana”, bajo la inspiración de los arquetipos atormentados que ha venido diseñando el autor, desde su tiempo como guionista.

Tatuado y con un pasado oscuro, el personaje principal evoca el martirio de un Travis en Taxi Driver, amén de su cuerpo rayado y marcado por la educación para el hate.

Si la película de los setenta exponía la crisis de la era pos-Vietnam, el largometraje de 2023 metaforiza el regreso de los radicalismos y extremismos de la supremacía blanca en el milenio, tras los años de Trump.

La América que refleja el director siempre ha sido un país problemático, que está en las antípodas del idealismo del cine industrial.

Master Gardener nos sitúa en una mansión de ambiente sureño, atascada en la historia, donde trabaja el protagonista como el protector de un jardín botánico, cuyo mantenimiento económico depende de una señora adinerada, gélidamente interpretada por una magnífica Sigourney Weaver, quien desarrolla una relación de amor y odio con el hombre misterioso.

Por ende, la atmósfera de la producción artística nos remite a las cimas creativas del demiurgo: la estricta planificación formal de Mishima, el progresivo descubrimiento de «un mundo oculto» en la tradición de Hardcore, el influjo de la represión calvinista de First Reformed y las posibilidades de escape que el escritor imagina, al modo de redenciones humanas, que pasan del infierno al reino de los cielos.

En efecto, la perfección de Paul Schrader se ha asentado en la reiteración de un conflicto que revisa y varía, según la evolución de su perspectiva estética.

El director es como sus alter egos, un obsesionado reconstructor del paradigma de Centauros del desierto, actualizando la historia de un John Ford en permanente fase crepuscular, sobre un jinete pálido que desea rescatar a una chica en peligro, para expurgar sus demonios y recuperar la autoestima.

La repetición del argumento vengativo ha crecido con el autor, dando lugar a obras maestras de la talla de Aflicción y más recientemente, El contador de cartas.

Sin duda, es una herida que marca, a fuego, la redacción del libretista, que desea exorcizar una y otra vez, con ejercicios de estilo, cada vez más limpios, abstractos y minimalistas.

Así que Master Gardener nos ha brindado la ocasión de reencontrarnos con los fantasmas del director, en un relato de un sensible jardinero, que busca una segunda oportunidad, cuidando de las flores y de la naturaleza.

Cultiva un huerto, lleva un diario y siembra lo que cosecha. Por eso no se logra desprender de su destino, de su complejo de culpa.

En un momento de tanta corrección política, la película nos habla sin tapujos de cómo superar el racismo, a través de una lección de puesta en escena.

Lo hace con los recursos del movimiento independiente, aprovechando los buenos oficios de un reparto de actores consagrados y talentos emergentes.

Paul Schrader rueda una inolvidable pieza de reconciliación, como un Clint Eastwood al borde del retiro, que brinda paz y afecto a sus seres queridos, después de someterlos a una terapia de choque.

No en balde, Master Gardener rima con las ideas de Cry Macho, a partir de la esencia romántica que nos conmovió en Los puentes de Madison.

La sorpresa del final deben descubrirla por ustedes mismos, porque depara un instante de liberación que nos aporta felicidad y desahogo.

Nos merecemos, como Paul Schrader, un espacio para la libertad del sueño y la utopía, fuera del control tóxico y del mundo de la segregación.

Una de las fijas en la lista de lo mejor del año.

 

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