Foto Prensa Miraflores

Recordando aquel hermoso poema del inigualable Andrés Eloy Blanco en referencia a que los caraqueños de su tiempo, en plena epidemia, interpretaron la caída de limones de un limonero que se asomaba a la calle cuando por debajo de él pasó en procesión el Cristo con la cruz a cuestas, y su extremo rozó una rama del arbusto dejando caer sus frutos. Imaginen los esfuerzos propagandísticos del régimen castrista tratando de engañar que tienen al coronavirus bajo control.

La caída de los limones fue una verdadera revelación para los capitalinos, lo pensaron como aviso del Hijo de Dios para que los consumieran. Efectivamente, ayudaron a acabar con la epidemia.

Hoy quien informa y hace alardes es Nicolás Maduro, que de Cristo no tiene nada, al contrario, que cuando realiza sus promesas de arreglar las cosas nos recuerda a aquel diablo tonto que trató de engatusar en el desierto nada menos que al Hijo de Dios.

Hace igual el régimen inventando maravillas que nadie encuentra, entre otras cosas porque así como a Jesús todo se le cree –puede dudar de algunos detalles de su Iglesia, pero Jesús es Dios, y no miente–, a Maduro cada día, para bien o para mal, menos se le cree. Y los pocos que le siguen creyendo es más por eso que los angloparlantes llaman “wishfull thinking”, nadie esta seguro de que el oficialismo madurista asegura, explica o anuncia, es verdad.

Estamos en plena cuarentena, en medio de la nueva arremetida del letal coronavirus y el régimen estulto sigue regañando a la gente, proclamando control a través de un sistema de salud que se conoce no tiene ni agua para que médicos, enfermeras y demás funcionarios se laven las manos.

No se le puede creer a quien promete limones que nunca siembra, a quienes sólo ven a Cristo como instrumento de propaganda comunista-socialista; a los que culpan de sus fallas a todos los demás menos a él mismo, hablan de disciplina y bienestar al frente del gobierno más ineficaz, violador de leyes, irrespetuoso de los derechos humanos y corrupto de la historia.

El limonero del castrismo venezolano crece, está ahí, pero no produce limones, ni siquiera da sombra. Es un recuerdo que se marchitó, se secó hace demasiado tiempo, y por mucho que se recuerden sus flores y frutos, al final sólo vemos ramas desnudas que ni cobijo obsequian.

No terminan de comprender la usurpación y acólitos en el poder de los medios de comunicación, en especial los audiovisuales, que una cosa es llegar, que sí llegan, y otra convencer, porque depende de quién los use para contar qué. Como algunas mujeres y no pocos hombres –los menos, afortunadamente– que se convencen de que las telenovelas son retratos de la vida real, confundiendo soledades e ignorancias con las de un personaje interpretado por una actriz que, apenas termina de grabar, vuelve a ser la persona con su propia vida, realidad, fobias, angustias, problemas y sueños.

La situación problemática empeora cuando el personaje que aparece imagina que el mundo cree lo que expresa; no se da cuenta de que está haciendo una mala regencia permitiéndole soñar con el poder un tiempo, para luego encontrarse en la realidad de su casa vacía y desprecio ciudadano.

De un pueblo tradicional, irreverente, descarado, afable, sonriente, pero trabajador, el chavismo y su herencia decadente, el castromadurismo, nos ha llevado a una ciudadanía de mendigos en espera de su cajita CLAP que antes de llegar a sus manos con gusanos y desprecio, ya enriqueció a unos cuantos sinvergüenzas que sí pueden comprar lo que les viene en gana cada vez que quieran.

Somos un país en ruinas, atrapado entre el esto no es lo que yo quería, no es lo que me prometieron y el ahora qué hacemos. Un pueblo enfermo, debilitado y sin limones que curen sus males.

@ArmandoMartini

 


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