Desde hace más de 21 años, la inmensa mayoría de la clase media venezolana y un sector cada vez más grande del resto de nuestros compatriotas (ya somos la mayoría nacional) hemos estado esperando un término, una conclusión, un punto final de resolución, del proceso de desgobierno y destrucción que se inició el 2 de enero de 1999, cuando Hugo Chávez, por esos albures sorprendentes de la historia, asumió el poder en Venezuela.
A partir de esa fecha, cada día, cada año, ante el empeoramiento gradual de la situación del país, pensábamos que el fin de la desventura estaba próximo, porque creíamos ingenuamente que las cosas no podían ir a peor. Así fueron pasando los años, uno tras otro, sin llegar a ese deseado final. Mientras tanto, la situación del proceso, que a falta de una mejor denominación hemos llamado chavismo, empeoraba cada vez más. Por cierto, y valga un paréntesis: esa denominación significa, en definitiva, que estamos cargando sobre los hombros de Chávez todo el peso de nuestra tragedia. En algún momento habrá que analizar esta cuestión con mayor rigor para determinar si esa denominación genérica e individualizada del proceso se justifica plenamente y si, como es casi seguro, existen otros factores e individualidades que deberían soportar una buena parte de la carga.
Hoy, en este año 2020, que se ha iniciado de manera tan atroz con la pandemia del coronavirus covid-19, nuestra situación se ha hecho poco menos que insoportable. No es necesario enumerar el conjunto de nuestras desgracias actuales para respaldar lo antes dicho. En todos nosotros están presentes todas las amarguras del momento que vivimos, por lo que podemos obviar la exposición detallada de las mismas.
El punto clave, lo importante, lo significativo, de nuestra ansiedad actual es la pregunta de si habremos llegado ya al punto final de nuestro drama o si todavía nos falta descender otros escalones en nuestro descenso al infierno y si este es el grado máximo de sufrimiento al que hemos sido condenados por el azar, por el destino, por la historia o por Dios. Me imagino a los judíos de la Alemania nazi, discriminados, perseguidos, acosados y trasladados en los trenes de la muerte hacia los campos de concentración, haciéndose, en cada etapa de su vía dolorosa hacia el exterminio, esa misma pregunta.
¿En qué etapa del sufrimiento nos encontramos nosotros los venezolanos hoy en día? ¿Estaremos próximos a una liberación o nos falta todavía recorrer el largo camino del martirio hacia una solución final? Nadie lo sabe. Nadie puede darnos una señal, una pista, ni una respuesta esperanzadora. Solo nosotros, con nuestra voluntad, con nuestra conciencia, con nuestro valor y, en última instancia, con nuestra disposición a la lucha, a resistir, y a seguir viviendo, podremos respondernos esa pregunta.