OPINIÓN

El lenguaje presidencial, cátedra de civismo

por Carlos E. Aguilera Carlos E. Aguilera

Según eruditos profesionales de la psicología, la especie humana no llega al mundo de los vivos con un ideario, sino que lo va formando en el medio social donde le corresponde vivir. Su pensamiento está condicionado por factores que van desde la posición que socialmente llegue a ocupar, hasta los ideales que asimile.

Explican que en un ambiente económico y social heterogéneo, las clases sociales manifiestan sus aspiraciones partiendo de los intereses que les sirven de guía en sus actuaciones. La diversidad clasista hace posible la pluralidad de ideologías, la vigencia de partidos políticos con posiciones opuestas y la desemejanza en la conducta ética y moral de los actores, que inciden en el quehacer político nacional.

Se puede inferir entonces que la discrepancia en las creencias no es más que la señal de que en el seno de la sociedad se mueven intereses entre los cuales existen contrastes y, por tanto, necesariamente ocurren pugnas que llegan a ser irreconciliables. Razón por la que la compatibilidad no es posible entre quienes se adversan, porque para que se dé la afinidad debe haber correspondencia. Encarar está circunstancia se lleva a cabo dependiendo del nivel ideológico de los contendientes y de lo áspera o blanda de la hostilidad.

En nuestro país, por el atraso ideológico que exhiben algunos sectores que participan en el debate político, la disputa se lleva a cabo a nivel de dimes y diretes, en ataques personales y no en la confrontación de ideas. El tiempo lo utilizan más hablando de cuestiones sin trascendencia, que de problemas  importantes. Las vacuidades, ligerezas y cosas huecas se destacan más que los temas sustanciales y de interés para la comunidad nacional. No se observa profundidad en la polémica, razonamientos de altura ni reflexiones que motiven análisis escrupulosos. El político concienzudo ya no está en la palestra, porque fue desplazado por el zafio, ese grosero de lenguaje limitado y soez.

En consecuencia, la contienda de ideas en nuestro país, ha desaparecido porque no hay mucho material humano para sostener un juicio ideológico en el cual esté de por medio el cuestionamiento del orden establecido. Confiar con respecto a los fenómenos propios del sistema que mantiene oprimidas a las grandes mayorías nacionales, y enfrentarse con sólidos argumentos para demostrar las causas de los males que nos dañan, no está a la orden del día en la agenda de los politiqueros vacíos de ideales. Ha sido más fácil acomodarse al discurso sin sentido ni contenido, que poner al desnudo el origen de lo que hace posible la degradación en la que nos encontramos.

Ahora es común y cada vez más notorio, el hecho de que a la mayoría de quienes hacen política habitualmente -a excepción de la nueva líder de la oposición María Corina Machado – les resulta más cómodo insultar a los adversarios descalificándoles con términos urticantes, que confrontar recurriendo a la palabra, para convencer y demostrar la verdad de lo que se someta a discusión. El que está huérfano de ideas bien organizadas se encuentra en la incapacidad de alternar con posibilidades de éxitos sin difamar. El pobre de mente no puede dialogar decentemente, porque cae en trivialidades y entonces enseña su tosquedad y pobreza de pensamiento.

Para la opinión pública nacional, la actividad política se ha convertido en un negocio lucrativo. Los inescrupulosos han dañado una labor que, como la política, es para personas juiciosas, talentosas y reflexivas. Una persona escasa de talento es incapaz de discernir con altura, y cuando enfrenta a un adversario se ve en la necesidad de ser intransigente en su posición.

Una cosa es injuriar a quien combate y otra es vencerlo con nobleza. La escasez de ideas y un reducido y repetido discurso retrata de cuerpo entero a quienes se han creído que tener conciencia política, es exponer al escarnio público a sus adversarios políticos, en el bien entendido término de civilidad.

Observamos que la indigencia ideológica de quienes detentan el poder desde hace 25 años solo les permite estar preparados para comportarse disonantes, exagerados y bellacos, por lo que han logrado arruinar la parte bonita del accionar político. El político de ayer, que demostró tener disposición, inspiración y desprendimiento, hoy se ha encontrado con vividores que solo son artificiosos, buscapleitos y marrulleros, que no tienen la menor idea de llevar un debate de altura, ajeno a la riña política.

Deberían tener claro que el poder y los cambios sociales que requiere el país se ejecutan sin demagogia y populismo, sin hacer payasadas, bromas ni chanzas, pues lo que logran es causar indignación y malestar, de lo que ya el pueblo venezolano está cansado hasta el hastío.

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