OPINIÓN

El largo final de la Revolución cubana

por Carlos Malamud Carlos Malamud

La misma pregunta que Mario Vargas Llosa se hizo al comienzo de Conversación en la catedral, ¿cuándo se jodió el Perú?, se trasladó posteriormente al pasado de muchos países latinoamericanos con el propósito de rastrear el inicio de un profundo malestar.

Pero al replicar la cuestión a Cuba no quiero remontarme a los orígenes de la Revolución cubana, al momento cuasi mágico en que los barbudos entraron en La Habana y pusieron el país patas arriba, sino de ver su capacidad de supervivencia, partiendo de lo ocurrido en los últimos años, incluyendo el confinamiento infinito vivido durante la pandemia.

A lo largo de todos estos años tanto Fidel Castro como la Revolución fueron enterrados en múltiples ocasiones, pero pese a tanto pronóstico agorero el líder máximo gobernó hasta 2008 y murió a los 90 años (2016). Su hermano y sucesor, Raúl Castro, estuvo a cargo del gobierno hasta 2018 y aún hoy, con 92 años y un delicado estado de salud, mantiene el control de prácticamente todos los resortes del poder.

Incluso, más allá de ciertos vaticinios extremos y con fecha de caducidad, ni la economía se desplomó ni el régimen colapsó. Esto se vio, por ejemplo, durante el llamado “Período especial en tiempos de paz”, tras la desaparición de la Unión Soviética, o cuando dejó de fluir la vital ayuda petrolera venezolana.

¿Es inmortal la Revolución? O, a la vista de las múltiples crisis que golpean a Cuba, es necesario volver a preguntarse hasta cuándo durará el régimen socialista. La elevada inflación pulveriza los salarios y la falta de combustible afecta no solo al transporte, sino también a la producción de energía eléctrica.

La obsolescencia de los equipos de generación y el déficit de repuestos también potencia su desabastecimiento. Teniendo en cuenta la falta de alimentos y medicinas, los problemas con el agua potable, las carencias en educación y salud y la emigración de más de 700.000 cubanos es comprensible que la percepción de fin de ciclo se magnifique.

El empecinamiento de la vieja guardia en aferrarse a la ortodoxia revolucionaria frena las reformas políticas y económicas necesarias para salir de la crisis.

Cualquier mínima apertura, cualquier paso que implique consolidar a los actores económicos no estatales, por no hablar de empoderar a los ciudadanos con derechos políticos y facilidades para participar libremente en la vida pública, individual o colectivamente, es visto con temor desde la cúpula.

La obstinación del gobierno en no avanzar por la senda del deshielo facilitado por la reforma de Obama o la puesta en vigor en 2019 de una nueva Constitución, que decretaba el carácter imperecedero del socialismo, muestran cuán difícil es iniciar desde dentro un proceso de cambio que evite el estallido súbito del sistema. Por supuesto, el relato revolucionario sigue remitiendo a los efectos destructores y retardatarios del bloqueo.

Mientras Fidel y Raúl Castro estuvieron al mando, la mística del 26 de julio operaba como un parapeto frente al descontento político y social. ¿Qué pasará cuando Raúl Castro desaparezca definitivamente de la escena pública?

¿Se mantendrá la deferencia social con el gobierno, tan propia de la sociedad cubana o se repetirán, agravadas, las protestas antigubernamentales del 11 de julio de 2021? ¿De ocurrir algo así, qué harán los oficiales y suboficiales de la Fuerza Armada Revolucionaria (FAR) y de la policía, también golpeados por la crisis? ¿Agudizarán la represión o se sumarán a las protestas?

Por si todo esto fuera poco, el país está en bancarrota, con las remesas y el turismo por los suelos. El azúcar, un símbolo tradicional de Cuba y de su identidad, hoy debe ser importada ante una producción insuficiente. La concentración de la economía y de las finanzas en manos de Gaesa, el holding empresarial controlado por contados miembros del establishment revolucionario, especialmente vinculados a la familia Castro, complica la gestión de la crisis.

El holding, dirigido por el general Luis Alberto Rodríguez López-Calleja, exyerno de Raúl Castro, hasta su muerte en 2022, aún no tiene un claro sucesor. Entre 2008 y 2022, de los 108.500 millones de dólares generados por la exportación de servicios médicos, Gaesa sólo invirtió en salud 1.750 millones y 24.000 millones fueron a la construcción hotelera. Si bien Gaesa se embolsó casi 70.000 millones de dólares, su destino sigue siendo un misterio.

El declive del régimen castrista se acelera. Todo indica que entramos en tiempo de descuento, que el tiempo de las reformas se ha agotado o está en vías de hacerlo, sin contar con la inexistente voluntad transformadora de los altos cargos del gobierno, de las FAR y del Partido Comunista.

No está claro si el régimen sobrevivirá a esta compleja coyuntura, y, en el caso de hacerlo, cómo será el proceso. Lo que sí se intuye es que, de persistir este empecinamiento, sumado a la mala gestión de la crisis, el estallido de una gran protesta social es bastante probable.


Carlos Malamud es Catedrático de Historia de América de la UNED, investigador principal para América Latina del Real Instituto Elcano, España.

Artículo publicado en el diario Clarín de Argentina