En estos tiempos tan raros no distinguimos realidad de ficción y el mundo entero ofuscado se ha llenado de aflicción. Quizás, como hemos advertido, seguimos la pauta de un perverso escritor, cuyo nombre no daremos porque de ese libro nadie conoce título ni autor. Sin embargo, explicaremos cómo es en la Venezuela de hoy, salir a la calle durante la semana de flexibilización, que dicho sea de paso es igual a la de restricción, y es que las diferencias entre ambas parecen elucubración.
La travesía la haremos hacia un centro comercial y habrá que ir a pie porque en Venezuela gasolina ya no hay. Luego de persignarnos como amerita la ocasión, nos lavamos bien las manos o nos ponemos un gel con 70% de alcohol, sin olvidar un tapaboca de la más alta protección y una mascarilla de acetato que ha tenido aceptación. Tomada la precaución y con cierto resquemor, saldremos de nuestras casas para entrar a lo que pareciera ser la otra dimensión.
Ya en la calle la gente ni se mira y a muchos el distanciamiento social les produce como grima. Para colmo, porque bastantes hay, están quienes el tapaboca usan de forma irracional y los insensatos de cualquier edad que como adolescentes se quieren comportar. Ellos, temerarios, el tapaboca no se ponen y no les importa si contagian o los van a contagiar con un virus que incluso a ellos los podría hasta matar.
En cuanto a qué uso se le da al tapaboca podemos decir que hemos visto a quienes lo utilizan como hamaca ya que allí recuestan la papada que algunos llevan guindada; otros lo dejan escurrir sobre el tabique de la nariz dejando afuera la boca entera como si la halitosis al virus guerra le diera; están también quienes al hablar por el celular, se lo ponen como un cintillo y el mundo entero los ve como a extraños duendecillos que a Dios gracias no fuman cigarrillo para completar el revoltillo, y ni hablar quisiera de quienes lo usan colgado de la oreja (si es diestro oreja derecha y si es zurdo guindado lo dejan de la izquierda).
Los semáforos, si dañados no es que están, los conductores no los quieren respetar y ante el color rojo ninguno se quiere parar. Durante el recorrido nos cruzamos con gente consecuente que el protocolo de bioseguridad cumple conscientemente. Pero también nos hemos topado con animales de otros planetas, quienes en plena calle chupan la pepa de un mango o hacen lo mismo con una chupeta. Todo esto, lo crean o no, no es imaginación y muchos lo hacen sin ningún tipo de consideración.
Por cierto, no sé si habrán notado que por todo el país andan unas pequeñas y hermosas mariposas blancas, que según lo investigado y de acuerdo con lo que se cuela dentro de las escuelas, se les conoce como: Mathania leucothea. Dicen que representan felicidad; que libertad y amor es su significado y que son símbolos de un cambio espiritual… Dios quiera y esto sea verdad, ya que sería trascendental por aquello de la estabilidad mental y para evitar más crisis emocional.
Al llegar al centro comercial, con una pistola térmica, un vigilante nos apunta directo hacia la cabeza; pero como las redes sociales dicen que eso da mala impresión, la pistolita ahora la apuntan hacia otra dirección. Luego pasamos a un cubículo con una alfombra referencial, en donde desde distintos ángulos con una mezcla de cloro y agua un chorrito nos va a bañar. Inmediatamente en las manos o en los guantes, un gel desinfectante los vigilantes nos echarán y eso se repite en cada tienda y a cada instante, por lo que a mano y para las manos, lo mejor es tener crema hidratante.
Y es así como concluye esta extraña travesía en un país en donde existe demasiada carestía: no hay agua, electricidad, gas ni gasolina, el sueldo es miserable y la hiperinflación predomina, pero hay algo que es seguro y es que esto algún día se termina.
Sin intentar rimar quiero recordarles algo: no hace mucho teníamos una vida distinta en una Venezuela diferente y sí, es cierto, había problemas y muchos defectos como es normal que ocurra en un país democrático, pero teníamos libertad, éramos felices y podíamos vivir… eso fue hace tan poco y a la vez hace tanto tiempo.
Sería mentir decir que nuestra situación es fácil. No lo es. Y la pandemia se ha sumado a esa cantidad de innumerables problemas que tiene este país y que la maldad está destruyendo ante nuestros ojos y frente a la mirada yerta del mundo. Estamos librando una guerra contra dos virus mortales y cada uno de ellos puede costarnos la vida y la libertad.
Sobrevivir para seguir luchando debe ser nuestra meta. No nos dejemos cobijar por la tristeza ni la desesperación, ya tenemos más de veinte años dejándonos arropar por ellas… que nada ni nadie nos arrebate los sueños ni el país que merecemos.
Tomemos el lápiz que el destino tiene en sus manos y llenos de esperanzas hagamos con él nuestros trazos. Dibujemos un futuro bonito y enfoquémonos en él. No permitamos que lo circunstancial se transforme en nuestro destino y quizás, esas pequeñas mariposas blancas hagan realidad lo que representan: amor, un cambio espiritual, felicidad y libertad.
@jortegac15
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