OPINIÓN

El laboratorio de los influencers  

por Sergio Monsalve Sergio Monsalve

Los criterios que rigen la fama han venido sufriendo cambios en las últimas décadas.

Las viejas celebridades eran reconocidas por algún talento en específico, como protagonizar una película, actuar en un programa de televisión o pertenecer a la élite del deporte rentado.

Marilyn Monroe, James Dean, Marlon Brando, Andy Warhol, Michael Jackson y Michael Jordan serían prototipos del sistema de estrellas, según lo entendieron los teóricos clásicos de la escuela antropológica de Eric Morin, Umberto Eco y Jean Baudrillard, tres de los filósofos que estudiaron los signos y los símbolos de la cultura de masas en el siglo XX.

Con el advenimiento de las redes sociales en el milenio y la estética del reality show, el efecto Kardashian y Paris Hilton se viralizó en el sentido de crear una industria de millones de anónimos que extienden sus quince minutos de popularidad a través del enjambre de Facebook, Instagram, Tik Tok y ahora Club House.

Precisamente sobre las paradojas de los nuevos influencers, hemos visto un recomendable documental titulado Fake Famous, dirigido por Nick Bilton para la cadena global de HBO.

El realizador es experto en el tema de la ciberpublicidad y trabaja como corresponsal de la revista Vanity Fair.

La película, muy disponible por los llamados caminos verdes, ha sembrado una necesaria polémica y discusión al revelar los mecanismos de manipulación que emplean los buscadores de prestigio, los trepadores, los gorrones y los cazadores de miles de seguidores en las aplicaciones de moda, donde no todo lo que es tendencia y resplandece es cierto.

De acuerdo con la investigación de la película de no ficción, la gran mayoría de influencers no solo normalizaron el hecho de comprar “followers”, sino hasta contratan bots y programas para dar los likes y los comentarios que conceden una cierta legitimidad orgánica a los que, a expensas de su notoriedad, piden intercambio por cualquier cosa, desde comida a un viaje con los gastos pagos.

El filme va explicando la trampa y el engaño con el montaje de tres casos, adaptando el formato de un falso casting que selecciona a personajes que apuntan a diversos targets y nichos.

Así la historia y el arco dramático del largometraje se asientan en una estructura menos endeble que la de El dilema de la red social, cuya narrativa descansaba exclusivamente en la edición de cabezas parlantes y testimonios que reforzaban la tesis del guionista.

Por tanto, aquella obra de Netflix se hacía predecible, rutinaria y monocorde, eludiendo los propios engranajes de control de la plataforma de streaming.

Fake Famous, por su lado, genera un suspenso razonado en descubrir qué ocurrirá con los chicos al servicio del experimento de autoridad, en modo Milgram.

Del absurdo al humor involuntario, detectamos la aplicación del método de fraude y embaucamiento colectivo, frente a los intereses de la audiencia y de las potenciales marcas estafadas por los números que suben como la espuma y encandilan a los asesores de mercadeo, impacientes por conquistar y colonizar el espacio digital.

El libreto expone los diferentes escenarios de los candidatos a emular los logros efímeros de los que se venden como modelos de enganche e inspiración.

Una joven acepta las reglas del juego y conecta con innumerables emprendimientos que la patrocinan.

En ella funciona plenamente el sueño del alcanzar el olimpo con fotos trucadas, imágenes de vuelos de mentira en un jet de cartón piedra, publicaciones de autoayuda ilustradas con poses estereotipadas de lujo y confort.

Sin embargo, un segundo aspirante abandona el proyecto, en vista de la mala recepción de sus posts.

Hay un backlash en él tras la compra indiscriminada de seguidores, likes y comentarios.

Finalmente, surge la alternativa de un disidente que también sale de la burbuja, al decepcionarse de su algoritmo y de su instrumentación matemática, a cargo de explotadores ubicados en laboratorios de minería digital.

Fake Famous nos pone en estado de alerta ante la cantidad de demagogos, populistas y traficantes de esperanza que nos rodean, entre el espectáculo, el entretenimiento, la fabricación del consenso y la política.

Lo considero útil como filtro de Internet.

Ahora tengo más claro qué separa a un verdadero líder de un vulgar charlatán en línea.