En mis años de infancia, el escenario del juego era básicamente la calle. Hoy, los niños de Estados Unidos, Europa y otros lugares pasan cada vez más tiempo encerrados en sus habitaciones con los videojuegos.
Una investigación de la Universidad Complutense de Madrid (2018) halló que el juego infantil en los lugares privados, interiores y domésticos ronda el 75%, en detrimento de los espacios abiertos y libres. La cuestión no es baladí.
Para el neurocientífico Michel Desmurget, del Instituto Nacional de la Salud de Francia, los actuales nativos digitales presentan un coeficiente intelectual más bajo que sus padres. Esto se debe, según dijo a la BBC, al excesivo uso de pantallas recreativas (son diferentes a las pantallas educativas), que afecta «el lenguaje, la concentración, la memoria y la cultura».
Desmurget dice que el cerebro no es un órgano estable, por lo que sus características finales dependen de la experiencia. Y buena parte de esa experiencia está fuera de cuatro paredes, en la interacción con otros niños y mayores.
Hoy se argumentan disímiles razones para preferir la falsa seguridad de Internet a los peligros del juego en exteriores. Es estrictamente cierto que hay amenazas para los niños en la calle. Sin embargo, la solución no es el aislamiento. Algo podemos hacer, teniendo en cuenta las particularidades de cada lugar.
El documental Por qué jugamos (The power of play), de la cadena canadiense CBC, explica en detalles el papel del juego en el desarrollo de los seres humanos. Primero muestra cómo funciona el juego en el mundo animal, donde no solo se divierten perros, gatos y monos, sino también reptiles e insectos. Luego, en experimentos con ratones, se observa cómo los animales privados del juego sufren mayor ansiedad social.
La conclusión es reveladora: el juego infantil genera capacidad extra para afrontar los reveses que nos deparará la vida y fortalece nuestras habilidades para gestionar el estrés. Además, introducir pequeños riesgos calculados en los juegos entre hijos y padres —como escalar o vencer obstáculos en la naturaleza—, ayudará a prevenir lesiones físicas y mentales en la vida adulta.
Al decir de Albert Einstein, «el juego es la forma más elevada de la investigación». Pensemos en ello, porque el debate sobre la ansiedad y el estrés empieza en la niñez.
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