En el emocionante mundo donde las fronteras entre la realidad y ficción son cada vez más difusas, desencantados del sofá, de tendencias efímeras y modas pasajeras, ha surgido un fenómeno que captura la atención. El adictivo juego del descarte y sucesión. Aficionados al poder e intriga, despejan el escenario político con la estratégica distracción. Olvídense de elecciones libres ni respeto a las preferencias ciudadanas, debate de ideas y responsabilidad cívica; ahora la acción está en descartar, suceder políticos como si fueran cartas de un mazo desgastado.

¿Para qué estadistas cuando te diviertes con el futuro de Venezuela? Novedad que alborota. ¿Qué aburrimiento los debates racionales y sufragios imparciales cuando puedes unirte a la diversión del descarte y sucesión? Sin embargo, de su aparente simplicidad, yace una preocupante reflexión sobre asuntos cruciales para la sociedad.

Como si no fuera absolutamente absurdo, se presenta como esparcimiento en el que los jugadores pueden crear y controlar sus partidos políticos, competir en elecciones ficticias y gestionar desafíos que enfrenta una nación imaginaria. Parece inofensivo, una forma de pasatiempo que capitaliza el interés. Sin embargo, la simulación trivializa el proceso de sucesión y toma de decisiones políticas.

La línea entre la simulación y la realidad se desvanece al considerar cómo influye en la percepción política por parte de los jugadores. Al minimizar temas como corrupción, gestión de crisis, rendición de cuentas, violación de los derechos humanos y toma de decisiones éticas, el juego contribuye a una falta de comprensión y apreciación por la complejidad de los asuntos políticos. Lo que conduce a una ciudadanía apática, que no comprende las implicaciones de sus elecciones.

La sucesión levanta cuestionamientos sobre responsabilidades y asuntos serios por parte de una diversión que contribuye a una mayor desensibilización. Se comienzan a ver los problemas políticos reales como impedimentos emocionantes a superar, en lugar de los desafíos complejos que afectan la vida. Sin embargo, cuando el juego se vuelve viral se ignoran matices, investigación y entendimiento. Se olvida el respeto por los hechos y la objetividad; solo necesitas un tono condescendiente y actitud desdeñosa, creando un peligroso ciclo de retroalimentación en el que la trivialización y simplificación se refuerzan mutuamente.

¿Quién necesita propósito si puedes disfrutar las viejas revistas del consultorio médico? Para qué preocuparse de las inhabilitaciones ilegales, el engaño, la estafa y manipulación, falta de soluciones constructivas, complejidades de la economía y derechos ciudadanos, cuando puedes rendirte anticipado y gritar descarte, sucesión y sentirte afortunado. ¿Para qué honrar la palabra empeñada, si puedes disfrutar la gratificación de rechazar a los oponentes con un simple abrir de boca? El descarte y la sucesión política es la nueva joya en la corona del entretenimiento político.

Juego peligroso que plantea interrogantes sobre la genuina participación ciudadana. Si creen que la política es poco más que un juego, perderán el interés en involucrarse en los asuntos públicos. No solo erosionando la base de la democracia, sino abriendo la puerta a la manipulación por parte de aquellos que explotan la apatía ciudadana, promoviendo una visión superficial y simplificada del proceso político, perjudicial para la salud democrática, socavando la capacidad de los ciudadanos para tomar decisiones responsables.

En lo absurdo de la política moderna donde giros de banderas son impredecibles que, en la más intrincada telenovela, nos encontramos con una conexión entre dos conceptos aparentemente dispares. En el universo político, el descarte se presenta como un juego intrigante de eliminar rivales y manipular alianzas. Los candidatos, una vez aplaudidos por sus partidarios, pueden ser arrojados al olvido en un instante. En esta contienda de supervivencia política, se descarta a los que no encajan en los planes, creando una coreografía grotesca, cómica de traiciones y alianzas cambiantes. En el escenario de sucesión, drama de novela intensa y enredada. Los protagonistas se enfrentan en una lucha por el poder que no solo desafía la lógica, sino que emula el efecto devoción de una serie de televisión que nunca termina. El público, en lugar de ver con escepticismo, se involucra emocionalmente, creando héroes y villanos de la noche a la mañana.

Fenómeno no ajeno a las ironías de la vida. ¿Cómo es posible que una sociedad, en búsqueda de líderes honestos y competentes, esté atrapada en narrativas repetitivas de promesas incumplidas y escándalos políticos?

Una especie de juego de mesa extravagante, donde los descartes y las sucesiones se entremezclan en un torbellino de acción y reacción, dejando a los espectadores desconcertados y, en última instancia, desencantados.

@ArmandoMartini


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