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El juego de la hegemonía

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No es muy complicado el referido juego: se trata de hacer ver que el poder establecido es una especie de democracia, y que la legitimidad política está en participar dentro de tal laberinto, y siempre con el objetivo comicial.

No importa que bien se sepa que es una gran tramoya. No importa que se acepte y proclame que la hegemonía es una dictadura. No importa que la experiencia confirme una y otra vez lo malévolo del juego. No importa nada. Pero hay que jugarlo porque «esto es lo que hay».

Lo siento, pero no estoy de acuerdo. No es verdad que la alternativa a jugar el juego de la hegemonía despótica y depredadora sea la nada. La rendición, resignación o emigración forzosa.

No es cierto que la lucha política se encuentre constreñida al juego habilidoso de la hegemonía. No es cierto que la gran mayoría de la población esté condenada a pasar por el estrecho embudo de los intereses del continuismo.

Y mucho menos lo es que quienes denunciamos todo esto no seamos demócratas sino extremistas de raleas impresentables. La democracia no se alcanza y mucho menos desarrolla bajo la égida de un despotismo corrupto y capaz de cualquier atrocidad para seguir donde está.

Es todo lo contrario. Sólo superando al despotismo, por los amplios caminos constitucionales, es que puede abrirse paso a un proceso democrático. Y esa esperanza de cambio no se logra jugando el juego de la hegemonía.

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