“El joven aprendiz de pintor, que ayer mismo, juraba que mis cuadros eran su catecismo, hoy como ve que el público empieza a hacerme caso, ya no dice que pinto tan bien como Picasso. En cambio la vecina, que jamás saludaba, cada vez que el azar o el ascensor nos juntaba, vino ayer a decirme que mi última novela le excita más que todo Camilo José Cela«. “El joven aprendiz de pintor», Joaquín Sabina.
Creo que hoy me voy a meter en un charco. Es más, estoy seguro.
Si hay algo que he aprendido a lo largo de estos años en los que, de alguna manera, he metido los pies en el mundo de la literatura, es que hay temas que te rondan la cabeza, pero no te atreves a afrontar. Es cierto que no solo es potestad de quien escribe tratar también las temáticas difíciles, sino que, además, es su deber. Además, qué carajo, a mí me gusta probar cómo es de hondo el río con los dos pies, colocarme al borde del abismo. Necesito la adrenalina que provoca la polémica. A veces pienso que yo no soy un columnista, soy realmente un polemista.
Es verdad. Muchas veces, la mayoría subyace en mis columnas una intención oculta. Dejando claro que no soy un periodista al uso, mi intención no es informar, sino opinar. Y siendo mucho más ambicioso, crear opinión. Y la opinión, por su propia naturaleza subjetiva, es el caldo de cultivo de la polémica.
De cualquier modo, como Umberto Eco, que escribió El péndulo de Foucault, según sus propias palabras, con la intención de que quien lo leyera se arrojase por la ventana, yo escribo con la intención de remover conciencias. Es cierto que es un objetivo ambicioso, pero, como dice Juan Tallón, uno debe escribir marcándose objetivos inalcanzables, intentando no ya superar a otros autores, sino superarse a sí mismo. De este modo, queriendo ser Juan Tallón, yo he llegado a ser Julio Moreno, que ya, créanme, es la leche.
Bueno, pues todo esto viene a colación de que, a raíz de mi faceta periodística, por llamarlo de una forma en exceso pretenciosa, he notado que ciertas personas, conocidas y anónimas, hayan empezado a verme desde otro prisma y, consecuentemente, a tratarme de otro modo. Sí, es cierto. No quiero ni pensar a qué nivel puede llegar esta impresión en alguien realmente popular, si para mí es tan evidente.
No hablo, por supuesto, de mis amigos. Mis amigos me conocen demasiado como para pensar que no soy el mismo gañán de toda la vida. Hablo, más bien, de los conocidos. Por supuesto, también de los seguidores anónimos.
Es fácil malinterpretar, o interpretar bajo un prisma erróneo, esto que estoy intentando transmitir. Por eso he dicho, al principio, que iba a meterme en un charco. Es más una sensación, una impresión, que una certeza.
Puede que sea una impresión errónea, por otro lado, porque en esta etapa maravillosa de mi vida me están ocurriendo cosas que jamás pensé que me ocurrirían, aun cuando yo tiendo a sobrevalorarme y a quererme demasiado, no en balde hace muchos años que no tengo abuelas, como que personas a las que siempre has admirado, y otras anónimas a las que nunca pensaste que llegarías te manifiesten su afinidad, su satisfacción con tu trabajo. Es algo que, sin duda, te eleva los pies del suelo. Así que puede que, de alguna manera, esto te haga ser subjetivo.
Pero no es menos cierto que también ocurre que personas que conocieron tus inicios y de algún modo te mostraron su adhesión, y en este caso estoy hablando de profesionales que están a un nivel que yo nunca alcanzaré, o sí, sin embargo ahora te relegan a un segundo plano, cuando no fuiste tú quien acudió a ellos, simplemente por el hecho de que ya no eres materia reservada, ya has trascendido su privacidad.
Ni una cosa ni la otra son positivas, aunque ambas sean inevitables. De cualquier modo, escribir, componer, actuar o cualquier otra faceta creativa no pueden realizarse pensando en agradar. Si el acto de la creación, del arte, está condicionado, si está manipulado o tergiversado, si está al servicio de doctrinas o ideologías, fracasará. Pronto o tarde, pero fracasará.
La escritura, la composición, la interpretación, han estado y están sometidas a las censuras porque su naturaleza es ser libres. Y libres han de seguir, con independencia de lo que el observador pueda interpretar o, precisamente, para que el observador interprete, sea crítico, forme su propia opinión.
“¿Y qué decir del crítico, que indignado me acusa, de jugar demasiado a la ruleta rusa? Si no hubiera arriesgado, tal vez me acusaría, de quedarme colgado en calle Melancolía«, Joaquín Sabina.
Y eso sí que no.
@julioml1970