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El jefe avestruz

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Foto Pixabay

Es tarea del líder detectar estas actitudes tóxicas y no hacer como si no ocurriera nada. Fingir que el problema no existe, que es normal o que ya se pasará supone un comportamiento de avestruz que puede llevar a su compañía a tener graves dificultades, no solo legales sino de desempeño. A esto llamo el «jefe avestruz».

Las empresas mejores y más ricas son aquellas que están integradas por personas diversas en ideas, en edades, en género, en procedencia, en cultura, en formación, en habilidades, en experiencia… Pero este tipo de corporaciones deben tener claro un principio común: el respeto a los demás.

Para lograr una empresa donde cada persona se sienta a gusto, libre para expresarse, plena para desarrollar su creatividad y feliz de ser miembro de un equipo con una meta común es necesario:

Programar reuniones de grupo. Deben ser frecuentes, bien presenciales, bien virtuales, pero de todos a la vez. Por ejemplo, de forma semanal, debería hablarse abiertamente sobre qué ha sido lo mejor desde el último encuentro, qué ha ido mal en cada departamento, qué solución ven, qué proponen para los próximos siete días, etc.

Establecer encuentros individuales. Hay temas que las personas no desean hablar en grupo, por eso es especialmente importante conversar con cada uno en privado y recordar que si una parte no lo solicita, la otra debe dar el paso para reunirse.

Brindar formación en emociones. Mucha gente arrastra prejuicios por su educación que resultan intolerables en el mundo de hoy. Tener diferencias en las opiniones políticas, religiosas o sociales es normal y saludable; por suerte, no todos pensamos lo mismo. Pero lo que no puede admitirse es un entorno laboral discriminatorio o contrario al código de buenas prácticas de cada corporación. La pluralidad es buena para las personas, que aprenden a respetar al otro, a discutir, a defenderse, a convivir y a establecer relaciones por encima de las ideas.

Y también la diversidad es buena para la empresa, porque permite descubrir nuevos puntos de vista, generar divergencias en el modo de enfocar el trabajo y contemplar las distintas visiones que podrían tener los clientes. Pero toda disparidad corporativa debe desembocar en la mejor vía para el logro de objetivos y no en la división del equipo. Prevenir las batallas con formación en emociones y gestión de conflictos es una inversión segura.

No mirar para otro lado. El líder está para mediar, ver si existen necesidades no satisfechas (como una injusta falta de reconocimiento), preguntar a cada persona cómo cree que podría resolverse el asunto, estudiar sus alternativas antes de decidir la solución, tratar de llegar a un acuerdo conjunto y luego comunicar a todos, y no solo a los implicados, lo acordado.

Los problemas surgen en cualquier grupo humano y es labor del líder detectar las trabas a la cooperación y al trabajo de equipo sin desatender a las personas. El gran Joseph Conrad, que tan bien transmitía las emociones en su literatura, decía algo que debe sernos obvio: «Enfrentarse, siempre enfrentarse, es el modo de resolver el problema. ¡Enfrentarse a él!».

www.ieie.eu

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