Un escándalo de proporciones épicas fue desatado por medios colombianos al señalar al régimen ruso de actividades desestabilizadoras en Colombia. La base de estas revelaciones fue un expediente de investigación filtrado a la prensa y conducido por la DEA, la CIA, agentes británicos y colombianos. La pista la habría dado inicialmente el enriquecimiento de un alto oficial de las Fuerzas Armadas locales vinculado con la seguridad nacional y con contactos estrechos con personas rusas.
La trama dada a conocer a la opinión pública a través de El Tiempo parecía más bien un libreto de serie de televisión sobre espionaje, vinculado además con blanqueo de dineros. La historia vincula transferencias enviadas desde Rusia a particulares en Medellín y en Bogotá a través de cuentas alquiladas y tales recursos supuestamente se usaban para financiar protestas y desmanes en Colombia.
En el sofisticado entramado hay vendedores de ollas freidoras, agentes de turismo con salvoconductos oficiales rusos, personas del común, compinches rusos y colombianos, funcionarios de alto nivel, el banco ruso Sberbank y la agencia Western Union, cajeros electrónicos y criptomonedas, todos involucrados en un proyecto sin duda rocambolesco, tan difícil de relatar como complejo para entender. Sin embargo, por fascinante que parezca este episodio, algunos de los participantes sí fueron interceptados, sus conversaciones grabadas y todo ello confluyó en la tesis de intento desestabilizador que las autoridades dieron a conocer. Las autoridades colombianas habrían contactado otros países en aras de esclarecer el complejo proyecto y fue asi como lo consultaron con México, Perú, República Dominicana, Nigeria y Serbia.
Sin ánimo de ridiculización, no es posible leer lo publicado sin preguntarse cómo, si este desmesurado asunto mereció la atención de los agentes de seguridad nacional en Colombia y se condujo una investigación de calibre con socios de la talla de los citados, sus conductores no fueron más eficientes en ponerlo al alcance de la población dándolo a conocer de una manera creíble y cuerda. Sin duda que algo no huele bien dentro de los hechos que rodean el asunto, pero hasta para alertar sobre hechos como este es preciso un alto nivel de consistencia en la estrategia comunicacional. Si realmente, según la investigación, en los últimos 3 años se han lavado cerca de 145 millones de dólares a través de empresas fachada, 3 de las cuales funcionan en Colombia, el tema es de cuidado pero la forma en este caso es tan relevante como el fondo.
La airada respuesta de la Embajada de Rusia en Bogotá no se hizo esperar y también es digna de comentario.Los que hoy a mansalva destrozan al país ucraniano se presentan en un comunicado oficial ante Colombia como mansos corderos y los más respetuosos de la institucionalidad democrática del país.
En una sola cosa tienen razón y es que este tipo de situaciones se deben dirimir ante las instituciones y las representaciones oficiales que existen y no con altisonancias frente a la colectividad. En definitiva, si algo hay de consistente en el informe que es la base de esta acusación, el momento previo a una medición electoral no es el propicio para armar un escándalo con él.
La otra verdad que es grande como una catedral es que la prensa contribuye en ocasiones a hacer de un episodio serio un evento ridículo.