OPINIÓN

El infeliz decreto de la Navidad y la alegría

por William Anseume William Anseume

Foto Prensa Presidencial

Nicolás Maduro decretó la Navidad, a partir de este primero de noviembre. En atención a esta tan visiblemente acertada acción gubernamental, las dependencias oficiales contaron con adornos y música estruendosa en todo el país. Mientras me dirigía al acto de manifestación de repudio por la permanencia de presos políticos -muy a pesar de Barbados-, caminé frente al Sebin, el de Plaza Venezuela. El sarao en la planta baja era de pronóstico reservado, se veía al fondo la presencia de funcionarios, todos de luto negro, forrados, por la calle iban apuraditos otros de menor rango, así lo deduzco por el uniforme menos elaborado, con las encomiendas. Así van las contradicciones hacia este final de año.

Por la Plaza Venezuela, ya al regreso, pude ver unos muy cuchis ositos de quién sabe cuál material, todavía forrados en su plástico. La decoración se montaba presurosa. Se sentía la obligación de cumplir a tiempo con el mandado: en Venezuela comenzó, por imposición también, la Navidad y la alegría. Al llegar a mi pueblo lo mismo: decoración en la plaza Bolívar y al lado, en lo que aquí llaman concha acústica, que nada de concha tiene y la acústica será una palabra rara, presta a la imaginación no más, la música, la celebración decretada por el poder.

Pensé en los sueldos de un agente policial secreto, o de policía política; debería ser mejor que el de un funcionario cualquiera, seguramente. Los uniformes, las armas, los pasamontañas, los lentes de última generación, estrambóticos para generar miedo, terror. Pero celebrando. Indudablemente ganan más que un maestro, que un profesor universitario. Por algo los estudiantes de bachillerato consideran una mejor opción la llamada universidad de la seguridad; hay uniformes que meten la coba para la sociedad, para la familia, para los nenes y las nenas. Dan caché. Hay rebusque. Se puede sicariar, se puede extorsionar, se puede alcabalear, un verbo que no existe pero que se usa mucho por las fuerzas policiales y militares de mi país. Se generan recursos y prestigio. Si se es escolta de un chivo, mejor. Mucho mejor. También pensé en las maneras diversas que tiene de manifestarse la decadencia social.

Por otro lado, elaboro esa alegría y su impostura. En las máscaras. Una señora andaba en Caracas cumpliendo a cabalidad el decreto, que se popularizó indudablemente, con sus cachos de cartón, simulando los de los alces, será. Pensé en sus otros cachos. No dejé de reírme solo. Ingenua era, desde luego, hasta ya no pedir más. El IVSS estafó de nuevo a sus pensionados. Les ofreció una parte del bono navideño, ese de 130 bolívares, sí, su regalo, segunda parte, casi 4 dólares. Después quitaron el anuncio, al rompe, los dejaron sin su parte. A ellos no llegó finalmente la Navidad ni la alegría. Al menos no tan rápido. A los universitarios sí, ese día cobramos la segunda tajadota. El bono troceado va por su segunda parte. Y somos felices en Navidad decretada.

Una curda por aquí, una charrasca por allá. Fachadas como la del liceo, pintadas, mientras por dentro se planta el desecho. Sin profesores, con alumnos mal alimentados. Venga mañana a ver. Con el sueño de ser un buen policía pronto, algún día. Para el bien de la sociedad. La Navidad lleva mucho de rojo. Ya comenzó, en noviembre. Algunos celebran, claro. Otros hacen que celebran. La mayoría sufre y agoniza la tragedia. La verdadera fiesta es negativa. No está. Es un retruécano del alma contenida. Allá van recogiendo las tarimas y la música. Los decorados, las bambalinas. Los presos siguen presos. Seguimos presos. Secuestrados. Mientras los obligan a escuchar los acordes de una gaita triste. Nos obligan a ver colores brillantes de una gigantesca tortura. En Venezuela, país récord de inflación, de precios de los alimentos, de los primeros en corrupción, en refugiados, la Navidad y la alegría, por imposición despótica, tiránica, terrorista, comienza en noviembre. ¡Feliz Navidad, Venezuela!